Pobreza, desigualdad y responsabilidad social


¿En qué tipo de país nos queremos convertir?, cuando se observa detenidamente las noticias diariamente la idea de ese país soñado que recurrentemente pensamos es que tiene que ser uno muy diferente al que hoy vivimos y, quizás, al que las generaciones de colombianos desde los tiempos de la Revolución independentista han debido vivir. A fenómenos recurrentes como la violencia, la corrupción y las administraciones negligentes le sumamos un efecto que ha marcado históricamente a la sociedad colombiana: la pobreza.

Si todos los modelos de país posibles divergen en el cómo lograrlo, no debe haber modelo de país ideal que no contemple la erradicación de la pobreza como prioridad. Sin embargo compartir esa pregunta con la que inicio este escrito de forma apasionada nos deberían conducir a pensar en las convergencias y divergencias que nos permitan visualizar cómo abarcar esta problemática. Sin una visión compartida -quiero decir: sin una visión general y más bien con una sesgada hacia el sector de la sociedad que la tiene, como la clase política tradicional-, el asunto de la pobreza será un resultado más de la correlación de fuerzas y de los juegos de intereses, la efervescencia de la retórica que aparece en ocasiones o un escenario de conflicto, de choque de visiones.

De cualquier modo la pobreza no es un asunto sencillo. Hay características de la pobreza que la hacen un problema complejo, multidimensional y de soluciones tanto o más complicadas. Que los hogares rurales pobres tienen más hijos (el doble) que un hogar no pobre urbano y aún un menor ingreso demuestra un rezago demográfico que en Colombia, por ejemplo, se concentra en la región del Atlántico y del Pacífico y una heterogeneidad en la pobreza misma; por otro lado, la educación en estos sectores es mucho más baja en términos de cobertura y calidad y los ingresos provienen en su mayoría de los ingresos laborales, de modo que la saciedad de las necesidades dependen ampliamente del nivel de empleo. Ahí educación, nivel de empleo e ingreso de los trabajadores devienen determinantes de la pobreza en proporción relevante.

Por otra parte el problema se hace más complejo cuando se asimila que la pobreza no es un concepto estático. Durante el ciclo de vida, los hogares se enfrentan a diversos riesgos y esto genera que frente a choques imprevistos, muchas familias no pobres caigan en situación de pobreza. Saber cuál es esta probabilidad de caer en situación de pobreza permitiría el diseño de estrategias efectivas y focalizadas de subsidios, transferencias y políticas de responsabilidad social. Identificar los determinantes de la pobreza permite descubrir otros importantes fenómenos que en Colombia arrojan luces sobre la complejidad del problema: por ejemplo, en Colombia se puede ser o no pobre, de acuerdo a las variables que impactan el ingreso per cápita, por la proporción de personas que trabajan en el hogar, los años de educación del jefe de hogar y residir en Bogotá (¡!).

Un descubrimiento de Nuñez y Espinosa en 2005 resulta revelador y da claves interesantes para el diseño de estrategias de lucha efectiva contra la pobreza: un incremento en un año en el nivel de educación del jefe de hogar reduce la pobreza por ingreso del 55,3% al 48,8% y reduce la pobreza por gasto del 52,9% al 46,4%. Por último, si la posesión promedio de activos financieros (dinero) se incrementa a 3,4%, la pobreza por ingreso se reduce a 54,9% y por gasto a 51,8%. Más educación para los jefes de hogares pobres y más dinero que devengan los trabajadores de una familia es una estrategia con resultados fecundos en lucha contra la pobreza. De modo que la estrategia más efectiva -si bien no la única que debe implementarse- de lucha contra la pobreza es una política de reducción del paro, dado que los resultados sugieren que un 5,3% de incremento en la pobreza se encuentra explicado por el aumento del paro. Sin embargo una política de generación de trabajos no es la única estrategia, como los resultados lo sugieren.

En materia macroeconómica la conclusión es frustrante: la literatura económica ha prometido que el crecimiento de Producto Interno Bruto (PIB) genera empleo e ingresos en los hogares; pero por otro lado, la estabilidad económica, augura que las familias están expuestas a choques covariantes (como desempleo, inflación) que hacen que su ingreso real sea volátil. No obstante la promesa de la literatura económica en cuanto a la expansión del PIB no se ha cumplido en Colombia: un estudio realizado en la década anterior concluye que el crecimiento entre 1997 y 2004 reporto sólo dos periodos consecutivos de expansión "pro-pobres", mientras el resto de los periodos benefició más a los no pobres. Con un análisis mucho más minucioso se descubre que durante estos años el crecimiento sólo redujo la pobreza en 1%. Sólo entre 2000 y 2003 hubo una reducción sensible de este fenómeno.

Todo individuo es vulnerable a las volatilidades en el ingreso. Sin embargo los más pobres son los más vulnerables por la carencia de ahorros o activos que los respalden: están expuestos a riesgos y tienen poco instrumentos para enfrentarlos. La mayor vulnerabilidad de los más pobres los hace aversos al riesgo y mucho más precavidos en la toma de decisiones de llevar a cabo actividades con mayores retornos. Sin vivienda, ni servicios de salud, oportunidades de educación y capacitación, seguridad o acceso a la justicia, la vulnerabilidad puede hacerse mucho más fuerte y atacarla un asunto que puede tomar tiempo pero que adquiere matices de prioridad.

De vuelta al asunto del crecimiento económico, llama la atención que el PIB de la primera década del siglo XXI fue un 10% mayor que el de los primeros años de la última década del siglo XX. No obstante las tasas de pobreza fueron similares. Si atamos la pobreza al entorno laboral, el sesgo que desde los años 1990 se ha creado por mano de obra calificada y con acceso a la educación superior, prohibitiva aún para los más pobres, aumentó la brecha y el sesgo del crecimiento hacia las poblaciones más ricas de la sociedad. A esto añadimos que la mano de obra no cualificada, especialmente en los sectores rurales, está destinada a la producción de bienes de demanda poco dinámica o cultivos no transables.

Visto el anterior análisis, se identifica que las políticas públicas no han sido exitosas ni suficientes. Más aún, es perentorio reconocer que la estrategia por un desarrollo que involucre a los más pobres debe ser una política transversal, que vincule al sector público, al sector privado y al creciente sector de las organizaciones caritativas. El desarrollo económico está vinculado al tejido social de las relaciones sociales y culturales en el que se desempeña la actividad productiva y en el que estas relaciones se refuerzan. No hay ni debe haber empresa realmente viable que no esté vinculada en un grado u otro con el territorio en el que se asienta. En ese sentido es la Responsabilidad Social en el seno de una nación lo que se constituye en uno de los puntos de apoyo esenciales para la articulación de su desarrollo económico y su riqueza ética, porque establece conexiones de manera abierta de una visión empresarial (esencial en toda economía de mercado) y una visión de país. La Responsabilidad Social Empresarial permite pensar en una economía y una sociedad que compartan un espacio de manera armónica: no podemos seguir aceptando éxitos empresariales en países fracasados. Es una ofensa contra millones que dependen de un empleo mal remunerado e inestable.

Sin embargo, para concluir, viene ahí la disyuntiva: trabamos el crecimiento empresarial o el crecimiento de la pobreza. El problema del sistema económico principal no es que tenga ricos, el problema es, en palabras del ex-primer ministro británico Tony Blair, que hay muchos pobres. Es en ellos que debemos concentrar nuestros esfuerzos como empresarios, dirigentes políticos, estudiantes, ciudadanos del común y miembros de una sociedad que quiere soñar que un país a la medida de sus necesidades es posible. Quizás lo primero que nos deba reunir es amortiguar los golpes que los más pobres por su vulnerabilidad reciben a diario. Quizás una familia alojada en una vivienda más apropiada pueda concentrar en un futuro sus esfuerzos físicos y mentales en educarse y educar mejor a sus hijos o buscar un mejor empleo -con una política adecuada desde el Gobierno, por supuesto-. Pero mientras sus tejados permitan el paso del agua en época de lluvias o la humedad del suelo amenace su salud, es probable que la pobreza entre por la puerta de sus humildes viviendas y amenace con nunca salir. El primer paso que debemos dar está, entonces, señalado.

*Soy estudiante de Economía de la Universidad del Valle y trabajo para la ONG internacional Un Techo para mi País.

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