¿Habrá acuerdo entre quienes predican crecimiento y quienes piden distribución?

Uno de los debates más comunes en economía, tanto por economistas como por no economistas, es la divergencia que absurdamente inventaron en relación con el crecimiento económico y la distribución de la riqueza, hoy mejor descrita como asignación eficiente de recursos. Sin embargo encuentro que ese es un debate tan conspicúo como carente de sentido. Intentando describir algo las dos posiciones, asumo que los defensores del crecimiento consideran indispensable el aumento de la producción, de la demanda y de la oferta, el mejoramiento de las condiciones generales de la industria, tales como tecnología, cualificación del capital humano y los respectivos excedentes, mejor conocidos como ganancias. Por otro lado supongo que los defensores de la distribución confían en un Estado fuerte capaz de gravar fuertemente la riqueza o quizás más radicalmente, adueñarse de ella y permitir el acceso social a ésta. Ninguna de las dos, en apariencia, se oponen pero dadas unas condiciones es apenas lógico que el debate empieza en algo más metódico, propio de su ejecución. Y es que el crecimiento de ciertas economías no ha ido acompañado del mejoramiento de las condiciones de vida de sus agentes. Una acumulación de riqueza, escuetamente descrita.

Sin embargo esa acumulación no es vicio del crecimiento; es vicio creer que el mercado racionalmente asigna de forma eficiente los recursos. Algo que J. Stiglitz critica como "fundamentalismo de mercado", no obstante que el rechazo mismo del crecimiento como alternativa de multiplicación de la riqueza es una negación absurda de un paso necesario del desarrollo. Hay que crecer para distribuir. El crecimiento económico no garantiza la correcta distribución ni una mejora significativa en las condiciones de vida de los agentes, pero sí es absolutamente seguro que sin crecimiento será imposible lograrlo.

No es posible concebir una sociedad sin riqueza. Distribuir sin crecer es un suicidio, una locura. En los países en vías de desarrollo el problema más que la concentración excesiva de recursos es el irregular ritmo de crecimiento; es simple, si tomamos una riqueza cualquiera, constante en el tiempo, sin variaciones, es posible obtener el siguiente resultado:

Riqueza A, si A/1= A, pero si dividimos dicha riqueza entre dos o más agentes, entre mayor sea el denominador menor será el cociente y por consiguiente menor la cantidad de recursos por distribuir (A/2, A/3, A/4, ..., A/n). De manera que es indispensable considerar la variación positiva de la generación de riqueza.


Surge entonces el debate consecuente, el que enfrenta la actividad del mercado a la acción económica del Estado. El mercado es una poderosa institución. Sin embargo está sujeta directamente a la conducta de los agentes económicos que hacen compleja su labor. El mercado no puede ser tomado como la única fuerza de distribución. Generalmente la economía de mercado tiene un punto donde pierde su eficiencia y no puede hacer llegar recursos a los espacios marginales de las sociedades. Un fenómeno extraño en una institución, pero común en el comportamiento de los humanos. A. Smith supo hacer bien la lectura de dicho comportamiento, que tiende al individualismo y la búsqueda de la satisfacción propia, posteriormente formalizados estos conceptos en la escuela neoclásica y el utilitarismo impulsado por pensadores como Pigou. Sin embargo, quizo el ilustrado Smith concluir que la replicación de la búsqueda de la satisfacción personal de cada individuo daba como resultado un estado de bienestar común, donde todos estaban atados por lazos de solidaridad involuntaria y espontánea. Si así hubiese sido el funcionamiento del mercado, posiblemente hoy la historia sería diferente. Pero es claro, si no se tiene qué ofrecer ni con qué demandar al mercado, se sale de él. Si no fuera así, seguramente la pobreza sería un supuesto más de la economía.

De modo que el crecimiento visto desde la típica postura clásica, desconoce factores institucionales, a los que les otorga un escueto y frívolo calificativo de Externalidad, logró ganarse la animadversión de ciertos pensadores y seguidores de este pensamiento alternativo. Es evidente que el crecimiento resulta necesario, sin embargo no es posible prescindir de ciertas condiciones pertinentes para que se exprese en función del bienestar común. Una de ellas consiste en entender que la equidad apela por un mínimo de condiciones básicas que todo agente debe ostentar para llevar una vida digna. Pero dicha equidad, aquella que otorga un equilibrio entre ricos y pobres (expresado éste como la responsabilidad social que quien mayores recursos ostenta tiene con quienes gozan de menos privilegios, sin significar eso la sustracción total o significativa de una riqueza), no podrá ser obtenida de un modo eficiente sin la existencia de una institución adecuada y pertinente, emanada por el poder del Estado, ejecutada por un Gobierno y consecuente con las características del desempeño económico del país; es imperioso que las políticas públicas y arreglos institucionales tengan coherencia con el desempeño económico. Un orden institucional adecuado es una condición sine qua non es posible avanzar en la cohesión entre crecimiento y asignación eficiente de la riqueza. Ese debería, considero, ser el camino que asuma el debate.

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