La Gran Crisis

En la crisis de 1929, en cierta medida similar a la coyuntura depresiva actual, como hoy, muchos de los más reputados economistas y estudiosos de las ciencias económicas observaron sin callar el plan del Gobierno de Franklin Roosevelt, respuesta a los ciclos negativos de la economía estadounidense en aquellos días. El Partido Demócrata heredó de los Republicanos con Herbert Hoover como inquilino de la Casa Blanca una de las más dramáticas crisis socio económicas de la sociedad capitalista contemporánea. Cuando en octubre de 1929 la Bolsa de Nueva York quebró y dejó a la economía más importante en una suerte de 'estado de coma', el presidente Hoover y su secretario de Tesoro manifestaron su intención de responder a la contracción económica con recetas conservadoras que en esencia terminarían posiblemente por ser cinicamente obsoletas. Hoy nuevamente en los Estados Unidos los opositores conservadores al gobierno pragmático de Obama cuestionan el plan de salvamento de la economía que pretende "compensar la influencia depresiva que la baja de la inversión privada ejerce sobre la renta global y sobre el empleo", en palabras de Keynes, a través de un ambicioso proyecto de inversión pública significativamente elevada, aún contra las tesis de la disciplina fiscal y de un bajo endeudamiento público. El panorama de la crisis es ciertamente aún desolador. Las principales economías del mundo se encuentran en una prolongada y severa recesión, tal es el caso de Francia, España y Alemania y en los Estados Unidos el pánico aún ronda a los inversionistas que esperan que la recesión dure más de lo esperado, posiblemente hasta principios de 2010, cuando por cálculos se espera el plan gubernamental de salvamento empiece a vislumbrar resultados. Es sabido que la efectividad de la política monetaria es generalmente lenta, pero la maduración efectiva de la política fiscal tiende a serlo aún más. Las economías emergentes, tal es el caso de India, Brasil, México, Argentina y Colombia experimentarán tasas de crecimiento notablemente bajas, con disminuciones preocupantes en la demanda interna, una sensible disminución de los flujos de capitales extranjeros y de la Inversión, así como el aumento en la tasa de desempleo derivado de la baja en la producción industrial que en enero de 2009 fue de casi 10% en Colombia.
Sobra mencionar que los efectos sofisticados de la crisis, tales como la tendencia depresiva producto de la baja de la inversión privada, el creciente endeudamiento del sector empresarial, la iliquidez del sector financiero, la disminución de los flujos de capitales y el impacto en las transacciones financieras internacionales, generará alteraciones en las balanzas de pagos, especialmente de los países emergentes y más débiles, con resultados desfavorables en el mercado interno y la producción de bienes y servicios con fines de comercio internacional. Es apenas normal que un ciclo depresivo de la economía repercuta en el bienestar colectivo, basicamente al impactar desfavorablemente las rentas de las familias, posiblemente producto del desempleo.
Ante este escenario, escuetamente delimitado, es conveniente criticar a quienes se sostienen en la postura neoclásica radical de esperar que el mercado anule los efectos negativos del ciclo actual. Posiblemente la misma naturaleza de la conducta humana, fundamento elemental del mecanismo de los precios mejor conocido como mercado, permita en algún momento corregir el ciclo e iniciar uno nuevo, expansivo y favorable para el aumento de la demanda en los mercados internos y externos. No obstante cuando ese momento llegue, el costo social de la pasividad de los Estados podría ser demasiado elevado, tanto como para terminar una crisis económica e iniciar una crisis social de escalas globales. En el largo plazo estaremos todos muertos, aseguraba John Maynard Keynes ante la crisis de 1929 que contagió al mundo.

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