Una reflexión en tiempo de Crisis
Joseph Stiglitz, uno de los economistas heterodoxos más importantes de nuestra época y Premio Nobel de Economía en 2001, dijo recientemente que en tiempos de crisis el déficit fiscal es un mal menor, cuando los ciclos negativos de la economía tienen por costo una perdida dramática de empleos y un deterioro del desempeño económico de la sociedad, con las repercusiones apenas consecuentes. La crisis que estalló en septiembre de 2008, pero que venía en proceso franco de maduración desde agosto de 2007, ante la caída del gigante Lehman Brothers, logró una reacción en cadena que no estoy en capacidad de explicar con la rigurosidad doctoral que el tema demanda, pero puedo dar algunos esbozos de la gravedad de la más grande recesión desde 1929, cuando los Estados Unidos sucumbieron en la mayor crisis social y económica de su historia. A febrero, en América del Norte se ha perdido más de un millón de empleos, una cifra escalofriante para el motor económico mundial, hay una recesión oficial desde diciembre de 2007, apenas cuatro meses después de la crisis subprime, el sistema financiero quedó al borde del colapso y de su única salida: la nacionalización. El Gobierno, desde el presidente Bush, emprendió un plan de rescate que pretende inyectar liquidez al sistema financiero, cuya caída provocó la pérdida generalizada de confianza en el mercado, la construcción se detuvo, la burbuja inmobiliaria estalló, pronto el sector real de la economía empezó a suprimir empleos y en poco tiempo todo lo que la ortodoxia económica temía y aborrecía se hizo realidad sin dar mucho margen de maniobra. A esto hay que añadir que el mayor mercado del mundo, la Unión Europea, entró en recesión y pronto el contagio de la crisis sacudió con vehemencia al Viejo Mundo. ¿Es necesario dar una mayor descripción de hechos ante la magnitud de una crisis que amenaza con arrasar los postulados en los cuales hemos sustentado nuestro mundo?.Hoy, el presidente Obama estaba presto a firmar la ley aprobada por el Congreso denominada "plan de Relanzamiento de la Economía", un ambicioso proyecto de cerca de US$ 800 mil millones, para hacernos una idea algo así como seis veces el tamaño del PIB de 2008 de Colombia. Un plan que según el Gobierno de los Estados Unidos pretende devolver cerca cuatro millones de empleos, reactivar al sector real y devolver liquidez al sector financiero. Como era de esperarse, muchos expresaron sus reservas frente al proyecto. El asunto no es otro que el aumento del ya bastante grande déficit fiscal que enfrenta el titán del norte, sin embargo la crisis amenaza con avanzar más, no sólo aniquilando a la industria y la banca sino destruyendo las ya dificiles condiciones de vida de la clase media y de la más vulnerable. Una economía que pierde la capacidad de dotar de empleo a sus agentes es no menos que una peligrosa bomba social que puede terminar por destruir una democracia, una nación y sucumbir en la más cruel y despiadada de las miserias humanas. Ante un panorama deficitario y una aún improbable pero no por ello imposible crisis social de magnitudes globales, es preferible elegir entre dos males el menor, y queda demostrado que en tiempos de crisis sólo la estrategia fiscal del Estado permitirá al menos iniciar un proceso de recuperación económica. La política monetaria quedó obsoleta cuando el Sistema de la Reserva Federal, en cabeza de Ben Bernanke, llevó los tipos de interés a un simbólico 0,5%, una cifra irrisoria con la cual dificilmente puede generarse incentivos para la inversión y el consumo. Sólo resta la política fiscal. Uno de los defensores más relevantes de esta tesis es Paul Krugman, Nobel de Economía del último año, reconocido neokeynesiano y crítico de los paradigmas neoclásicos imperantes. Recuerda que desde Franklin Roosevelt y el New Deal no ha habido un presidente que tenga en sus manos una responsabilidad de tal magnitud como Barack Obama. Sin embargo en alguna de sus columnas en el New York Times reconoce que el Nuevo Pacto de Roosevelt quedó corto más por exceso de prudencia que por generosidad en el gasto público. De allí su famosa frase que dice que en tiempos de la economía de la depresión la "virtud se vuelve vicio, la precaución es riesgosa y la prudencia es locura"; aquellos que aún en tiempos de crisis elogian las virtudes de los gobiernos austeros pueden estar volviendo vicio la disciplina fiscal, y como hoy, es el gasto público la herramienta que en caso de emergencia puede ser la única efectiva contra un descenso general de la demanda. Si bien Bush no es el arquitecto de esta crisis, su responsabilidad como la de muchos en el aparato estatal estadounidense es la omisión. Cuando la crisis se engendró las instituciones y medidas regulacionistas en los Estados Unidos eran difusas. El New Deal que debe liderar Obama debe sacar a la economía del atolladero, sin embargo no puede ni debe limitarse a inyectar recursos y dejar que las cosas pasen. Es el momento de replantear el papel del Estado en la actividad económica, sin llegar a los vicios extremistas de las corrientes que durante el siglo XX dirigieron el debate. Las instituciones y el rol del Estado no pueden seguirse discriminando como externalidades, variables dadas o las dueñas del desempeño de la economía. Tanto una como otra percepción puede ser errónea. Sin embargo aquel plan que demuestre que un orden institucional que limite adecuadamente la conducta de los agentes económicos sin afectar su desempeño pero también sin afectar el conjunto agregado de los demás agentes será el mejor paso para borrar de nuestros titulares de prensa la palabra Crisis, al menos por un tiempo.
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