El video de la Revolución

Y pasó lo que era inminente aún cuando desconocíamos el día en que sucedería. Al fin, de voz de un líder guerrillero, cuyo testimonio es presuntamente verídico, se reconoce que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, justifica su profundo odio a Uribe por la profunda enemistad que el presidente colombiano, valiéndose de todo su arsenal militar, para nada discreto, tiene hacia la banda marxista de las FARC, reconocida por los principales bloques geopolíticos como terroristas y narcotraficantes, y no por sentir el dolor y la indignación patria por lo que sostiene en aseverar se trató de un acto criminal, traicionero y terrorista y no una operación militar, que si hubiese tenido como propósito herir al pueblo ecuatoriano se habría hecho en un punto estratégico, Quito o Guayaquil, y no en un campamento guerrillero de una banda colombiana resguardada en la jurisdicción de un país al cual, pareciera, poco le importó su presencia tanto como la reacción del Gobierno colombiano, para mí más desesperada e impaciente por el pasivismo y la por ahora supuesta negligencia del Gobierno del Ecuador. Si bien toda observación humana debe permitirse al cuestionamiento y una consecuente segunda opinión, en apariencia el video divulgado por la fiscalia de Colombia deja pocas dudas en relación con su veracidad y parece ser la pieza que faltaba al sofisticado rompecabezas que avaló la Interpol el año pasado en el Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería de la República, en presencia del Secretaria General del organismo. Más allá de todo cuestionamiento técnico, el cual merece un peritazgo de parte de las entidades judiciales del Estado colombiano, e incluso si se requiriera de una intervención internacional, es importante traducir en términos políticos lo que acontece. Evidentemente el deterioro, mayor aún, de las relaciones entre Colombia y Ecuador. Ecuador es un reflejo mejorado de la Revolución bolivariana que se gestó en Venezuela, más allá de toda consideración, la reacción de Rafael Correa al ataque colombiano al campamento de las FARC en su territorio denotó que la mesura ideológica que debe caracterizar a la diplomacia, así sea entre gobiernos con ideas y tesis diferentes, se fue al traste, curiosamente, luego de hablar con el presidente de Venezuela. Dicho sea de paso, será un misterio saber qué le sugirió el señor Chávez a nuestro patético ecuatoriano, pero no podría ser muy diferente, en el espíritu de la idea, a los planes del Gobierno de Venezuela en relación con la crisis de Honduras. La situación con Correa es resumida sencillamente: es el exponente de un sistema económico y político precario, incapaz de cambiar favorablemente el orden social y económico de América Latina y parece que su único efecto es llevar a la satanización de todo aquello que huela a los Estados Unidos de América. Pero parece que el discurso antiimperialista es muy ambiguo, por un lado reclaman la liberación de la región de la influencia de la Casa Blanca pero por otro lado hacen pactos y venden el alma a la revolución, que no es un movimiento sino una persona, y se someten sin dejo de vergüenza, permitiendo que gobernantes extranjeros se autoproclamen con el derecho de inmiscuirse en los asuntos internos de los países firmantes del pacto. Está claro, por si los críticos lo consideran como mecanismo de defensa, que el regimen colombiano no es ejemplar, ni Álvaro Uribe es el mandatario ejemplar; mal haríamos incluso sus simpatizantes en creer su gobierno un mar de virtudes y un desierto de flaquezas, pero como lo indicó Vargas Llosa en relación con las democracias venezolana y ecuatoriana "quisieran Ecuador y Venezuela tener el nivel de libertades civiles y políticas de países como Colombia y Perú"; aún más, si la defensa de Correa y los críticos del Gobierno de Colombia es los presuntos vínculos de éste con las mafias paramilitares, podría contestarse desde un punto evidentemente positivista y alejado de cualquier precepto moral o ético: mientras la evidencia jurídicamente válida lleva a que los mismos complices acusen a Correa de recibir su apoyo, en Colombia no existe el primer testimonio de un líder de las Autodefensas que vincule de modo directo al Presidente de la República. Infortunadamente para Ecuador, la conducta de su presidente permite interpretar que su indignación es más el de una víbora herida por un golpe certero y no por el dolor de una patria ultrajada por una nación hermana.

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