La enseñanza hondureña
Difícil pensar que un país pobre, pequeño y que escasamente el común de los habitantes de la gran mayoría de las regiones del mundo podría ubicar en un mapa sea objetivo de la atención de los más relevantes bloques geopolíticos del mundo, como la ONU, OEA o Unión Europea pusieran toda su atención en la estabilidad política de un país que representa en términos reales, en el mejor de los casos, la mitad del PIB de una ciudad como Bogotá y cuya peso internacional es perceptible más por la voluntad de los poderosos. Sin embargo el análisis que debe hacerse no es si esos bloques encuentran o no en Honduras, un país de siete millones de habitantes, un punto de vital importancia para el orden político internacional. El análisis correcto de la situación presentada en el país centroamericano realmente radica en entender que América Latina es aún vista como una región socialmente volátil y que permitir una insurrección contra el orden y la estabilidad constitucional de una nación es jugar con fuego: una pequeña chispa puede iniciar un incendio. Recordemos los antecedentes de la región: Bolivia, hace menos de un año, inició un proceso de dispersión en el cual las prósperas regiones del oriente pensaban en una autonomía de La Paz, centro de una región más pobre y inestable económicamente; Venezuela desde 2002 vive en una constante convulsión donde sólo la represión y el juego sucio del Gobierno ha impedido un levantamiento efectivo popular contra el presidente, quien sin pudor ha censurado opositores y perseguido hasta el cansancio a los medios de comunicación opuestos a su régimen inspirado en una falsa idea de revolución socialista inspirados en unos principios democráticas malversados de Bolívar; Argentina hace diez años, luego de la crisis de principios de la década, no ha logrado el equilibrio que la hizo envidiable entre los países de América del Sur y su viabilidad política y económica aún es incierta, como lo han demostrado los sucesivos movimientos de los sectores agrícolas, las repentinas nacionalizaciones de empresas y los procesos de corte socialista, impopulares, que emprende el Gobierno. Si bien Colombia se precia de un aparente orden institucional, acoge en su territorio uno de los escenarios más violentos, muy semejante al panorama de México, lo que pone aún más en entredicho la transparencia de los procesos sociales y políticos en América Latina.
Puede que ideológicamente Manuel Zelaya esté pagando con creces su conversión repentina al movimiento socialista dirigido por Hugo Chávez, cuando su pueblo votó por un modelo más ortodoxo y apegado a la tradición conservadora, de la cual proviene la militancia política del ahora depuesto presidente hondureño. Está claro que diez años después, aproximadamente el mismo tiempo que tardó en implantarse el neoliberalismo en América Latina, la alternativa socialista no ha mostrado ninguna clase de resultado consistente en los países donde se implantó (Salvo Venezuela, más por virtud de sus tierras que por pertinencia de su modelo, que ha percibido ingresos más altos, ninguno de los países que acogieron el modelo, como Nicaragua, Ecuador o Bolivia, pueden asegurar que los niveles de pobreza y rentas de su población, así como los índices de desarrollo humano, hayan evolucionado satisfactoriamente producto de unas políticas económicas basadas en el espectro ideológico socialista, o al menos así la evidencia empírica lo muestra) y la apuesta del 'Mel' Zelaya fue más producto del desespero que de una concienzuda solución. No obstante los motivos que justifican el levantamiento del orden institucional por parte de un gobierno de facto, el inconveniente al permitir que esos fenómenos políticos logren incubar es que la viabilidad de América Latina vuelva a estar en juego, máxime cuando es una zona cuyos conflictos sociales han dado orígen a sangrientos conflictos que aún mantienen en la pobreza a más de 200 millones de latinoamericanos. De allí que el aspecto fundamental sea que la comunidad internacional logre canalizar sus esfuerzos en la defensa del orden efectivo de la democracia y el uso adecuado de las herramientas de decisión popular para conseguir los cambios necesarios, ésto es, si el pueblo de Honduras hubiese depuesto al presidente producto de una decisión concertada y no de una acción de unos grupos inconformes, el panorama político sería diferente.
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