La Santa Alianza

Así se denominó, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a las siete sucesivas alianzas entre las naciones defensoras del ancien regime, es decir, de la monarquía y del absolutismo respaldado por el Vaticano y los Estados papales en Europa que encontraron como afinidad la guerra contra la primera República francesa, proclamada el 21 de septiembre de 1792 una vez establecido el directorio que destituyó a la monarquía francesa, luego del estallido de la Revolución. Posteriormente seis de las siete coaliciones, compuestas por Prusia, Rusia, Austria, Suecia y el Reino Unido, tuvieron como objetivo destruir el poderío del imperio francés de Napoleón I, al cual sólo la séptima coalición, predecesora de la Santa Alianza, pudo derrotar definitivamente en Waterloo en 1815. Finalmente esa Alianza firmada por los monarcas europeos partidarios del absolutismo, del espíritu confesional del Estado y del respeto por el Papa, consolidó los procesos que durante más de 15 años las potencias monarquicas europeas pretendieron defender de la veloz propagación del espíritu revolucionario francés, excluyente y rival del sistema que durante siglos imperó en el viejo continente. El hecho de permitir que Francia lograra el dominio militar de Europa le hubiera permitido suprimir los valores conservadores predominantes, armar un rompecabezas geopolítico capaz de mantener el poder concentrado en París y establecer un mando centralizado del comercio y lograría, incluso, poner un nuevo orden económico en Europa (por ejemplo, no solamente las naciones de Europa, de seguir a Francia, hubiera adoptado un banco central, moneda de curso forzado, nuevos sistemas legales, políticos y educativos, sino también arreglos institucionales que hubieran permitido el control fiscal y la división de poderes, como sucedió en la Francia napoleónica donde el nuevo gobernante encontró sólo 60 mil francos en el Tesoro Nacional producto de décadas de manejo negligente de las finanzas públicas y la inexistencia de organos de gobierno económico).



Los bloques geopolíticos, cualquiera que sean sus objetivos y razones de ser, siempre han sido una característica común en el manejo de las relaciones internacionales entre los países que encuentran en otros estados los socios adecuados, incluso estableciendo relaciones de poder donde una nación asume, presuntamente, el papel de líder y las naciones generalmente más débiles o de menor peso político desempeñan el papel de seguidores. Así podemos citar también en la historia bloques como el socialista soviético (consolidado en el Pacto de Varsovia), la OTAN, la Unión Europea, la coalición de los Aliados en las guerras mundiales, los bloques económicos como la Comunidad Andina y el Mercado Común del Sur. A propósito del conflicto político con Venezuela, traigo a colasión la historia de las coaliciones de naciones porque Colombia enfrenta una situación similar a la de muchas naciones que se encuentran bajo la constante presión de un bloque geopolítico: el ALBA, la Alianza de países socialistas de América concebida como alternativa al ALCA y que agrupó bajo un interés ideológico y político a Venezuela, Bolivia, Nacaragua, Ecuador, Cuba y en menor proporción a Argentina. Como objetivo común, el ALBA tiene ser un contrapeso -ingenua posición- a los Estados Unidos, no obstante que la manera elegida para hacerlo es defender un sombrío modelo económico basado en la endogenización del desarrollo y la separación de los intereses económicos de las grandes potencias. ¿Por qué este bloque geopolítico puso sus ojos en Colombia?, es sencillo suponer algunas razones: es una alianza de países pequeños, pobres y sin peso político, Venezuela con 26 millones de habitantes y unas amplias reservas petroleras es el motor y soporte de la alianza, más por las incipientes condiciones de Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Cuba que por virtud de su potencial. Los países del ALBA en su conjunto apenas superan la población de Colombia, el PIB de todas estas naciones es apenas perceptible en una región donde México, Argentina y Brasil arrastran el desempeño económico regional con un PIB conjunto de más de 1, 5 billones (millones de millones) de dólares y ostentan un poderío militar que apenas lograría igualarse con las fuerzas armadas colombianas. Lograr que Colombia forme parte del ALBA es como cuando la Coalición de naciones absolutistas europeas disuadió y logró que el poderoso imperio británico firmara el tratado poniendo al servicio de los intereses del bloque de naciones a la más poderosa flota naval, vital para controlar el comercio marítimo; si Colombia hiciése parte del ALBA, entregaría a la coalición cerca de 45 millones de personas y un PIB de más de 190 mil millones de dólares, casi dos veces lo que produce Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Cuba en conjunto siendo conservadores en las estimaciones, duplicando el potencial demográfico y económico de la alianza llegando a casi 90 millones de habitantes y dejando el camino listo para ir por Perú.
No habrá un ALBA fuerte sin países fuertes que lo formen. Infortunadamente para los promotores de esta santa alianza aquellos países que pueden darle el valor político y económico dificilmente se acogerán a un bloque de naciones que cree que la pobreza, siendo eticamente considerada una excepción, se acaba decretándola como la regla. El problema de los muertos no se acaba construyendo más cementerios.

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