El Gobierno de Chávez caerá más por efecto de sus propios defectos
Se aproxima un periodo turbulento en la historia de América Latina. El ajedrez ideológico que se inició hace 10 años finalmente se ha culminado y la polarización gestante es ya una criatura que vive y se asemeja al nacimiento de esa bête noir de quienes pragmáticamente clamaron sin cesar la unidad de los pueblos despreciando las trivialidades de los polos políticos, más relacionados con el ego que con el bienestar de los millones de ciudadanos que veían en la integración el paso ansiado hacia el progreso. Hace diez años empezó lo que hoy parece ser la condena de un pueblo que durante décadas fue víctima de la carroña política y que depositó su confianza y fe ciega en un hombre que al final de cuentas terminó recordando la ingrata tradición política de Venezuela y de los países de la región del Sur de América: Hugo Rafael Chávez Frías, el caudillo del pueblo oprimido terminó mostrándose como un dictador más, un megalomaniaco adinerado capaz de convencer comprando conciencias y devastando esperanzas de libertad, uno de los pocos valores realmente puros que aún le quedan a nuestros pueblos. Lo que sucede hoy es consecuencia de lo que se dejó hacer desde 1999 y que no fue capaz de concretarse aquel ingrato 11 de abril de 2002 cuando se frustró el golpe de Estado.
Sin embargo hace siete años el delirio ideológico del presidente venezolano no había tocado tan intimamente las fibras de sus vecinos, especialmente Colombia, ¿por qué nuestro país termina siendo el eslabón perdido de la cadena que asarosamente busca componer Chávez?, realmente entender la conducta de la Revolución impulsada por el líder venezolano no reviste dificultad: el ALBA se consolidó en su primera fase que no consistía más que en mostrarle a los más débiles la posibilidad de aliarse con un fuerte del vecindario. Una situación simple, dada la necesidad manifiesta de los países chicos de sentirse respaldados por un país más fuerte y realmente ni Nicaragua ni Ecuador podrían sentirse cómodos en el contexto geopolítico actual si no tienen el respaldo irrestricto del Gobierno de Chávez. Así dos caminos se bifurcaban en el bosque y yo, yo tomé el menos transitado y eso hizo la diferencia, al mejor estilo de Frost, pensaron los líderes que se beneficiaron del apoyo venezolano. Pero es que el interés de Chávez ya no es seguir sosteniendo una coalición de pobres contra el imperio, eso fue antes, cuando sus discursos no eran menos que las palabras de un dirigente tropical. Si el ALBA tiene cinco países, la suma de los productos de los cuatro más pequeños no alcanza a ser ni la mitad del producto de Venezuela, ni políticamente añaden peso alguno. Bastará con ver las cifras de Colombia para entender que es el plato fuerte de la mesa, el cuarto mercado del continente y por qué no, uno de los pocos grandes de la región. Añadir 44 millones de ciudadanos al proyecto político no es menos que una ambición, es una necesidad sine qua non. Así funciona su diplomacia, así funciona su dinámica y ciertamente su inflexibilidad no puede ser diferente a la que denota su mal llamada revolución.
Pero Chávez está condenando a su propio gobierno. No será necesario intervenir en Venezuela bajo ningún motivo dadas unas condiciones aún reprochables pero posiblemente cercanas. Tomemos a manera de ejemplo a la Cuba de la era prerrevolucionaria, la de Baptista. Cuando Castro se toma el poder y depone al tirano dictador cubano. Dictadura sustituida por dictadura, pero para el caso era igual, cualquier cosa podía ser mejor que el tristemente célebre Fulgencio. Castro llega, impone y refunda a su país a su antojo ante la inexistencia de grupos de poder con influencia y poder disuasivo y desestabilizador. Los pocos poderosos habían decidido instalarse en Miami y dejar a la merced de la Revolución a su patria. Pero Venezuela no es Cuba ni el contexto es el mismo. Chávez llega a deponer, por vías democráticas en principio, a un régimen corrupto pero que en cierta medida había hecho próspera a Venezuela, no obstante el conflicto social. Si bien muchas cosas podrían cambiar, muchas otras podrían haberse mantenido y mejorado ligeramente sin recurrir a la sustitución. Chávez enfrenta grupos de poder dentro y fuera de su país, con gran poder económico y con sustanciosos intereses. El presidente se enemistó con quienes no debía y está enemistandose aún más: empresarios ansiosos de verlo fuera de Miraflores y ciudadanos cada día más sorprendidos con el encarecimiento lineal de los bienes y servicios otrora de fácil acceso para el consumidor de clase media. Empresarios que retiran su capital antes de cederselo a un Estado que día a día dará pasos más lentos y torpes producto de la saturación de funciones a la que lo sometió el gobernante. Un país que reposa en el precio, fluctuante e inestable, del petróleo y del ambicioso gasto fiscal del Gobierno, pero que carece de apoyo privado ante una perdida constante de confianza y la huída de los flujos de inversión garantes de empleo. Chávez ha construido un espectacular edificio sin bases, con débiles cimientos y profundas deficiencias estructurales. El sismo está por llegar, más en un continente proclive a los terremotos políticos. No será necesario hacer mucho esfuerzo para ver caer a Hugo Chávez irremediablemente, en medio de la furia de un bravo pueblo con sed y hambre, engañado y cegado por el encanto del discurso bolivariano. Un país que después de 10 años de revolución, 10 años de auge petrolero padece los mismos problemas de la apertura económica y de las políticas del liberalismo económico, acentuados con una dramática represión de los derechos civiles, políticos e incluso económicos. El monolito va a caer, pero tristemente teñirá de rojo las fertiles llanuras del hermano país venezolano. Ojalá, antes que estalle un conflicto con costos sociales altísimos, la comunidad internacional entienda que Chávez está jugando con fuego y va a quemar no solo su característica armadura roja sino también los harapos de un pueblo sediento de soluciones y hastiado de promesas rotas.
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