El buen Evo
Que sea indígena no tiene nada de malo. Un país tan pobre como Bolivia (sí, el segundo más pobre del continente después de Haïti) no tenía mucho que perder; magnates como Sánchez de Lozada, militares recios como Banzer o políticos intelectualmente versados como Quiroga o Carlos Meza no pudieron detener la crisis social y el atraso que la nación andina vive desde los mismos albores de la República. Así que elegir un indígena no puede ser visto como una locura sino como la decepción del pueblo con una tradición de gobernantes proclives a vivir alejados de la realidad del país. Hasta allí nada raro, muy genéricamente introducido el argumento podría pensarse que se trató de una buena elección. Pero Bolivia eligió a Evo Morales, gran jugador de fútbol, líder sindicalista y uno de los activistas indígenas más importantes del continente además de ser el autor intelectual y casi material del derrocamiento de Gonzálo Sánchez de Lozada. Un buen hombre, con buenas intenciones, en lo absoluto podría descalificar sus virtudes humanas tan propias de cada individuo. Pero más allá el buen Evo se vuelve un hombre cuestionable, de apreciaciones sectáreas facilmente refutables y un buen exponente del deporte de los autodenominados progresistas: hablar por hablar.
El buen Evo, sí, el presidente de una República andina que ha divido a su país peligrosamente en ricos y pobres, con el próspero oriente boliviano clamando autonomía y el rezagado centro y oeste del país atándolos como quien se resiste a dejar ir a su mayor tesoro (el 55% del PIB boliviano); un hombre desafortunado que promulgó una constitución política anacrónica y que al parecer su componente económico estuvo a cargo del equipo de fútbol de la Casa de Gobierno. Un hombre que, como Chávez, defiende el desarrollo endógeno de las naciones, aborrece con todo su espíritu a los Estados Unidos y aún cree que desde el Salón Oval se ha logrado que 220 millones de latinoamericanos vivan en la miseria, las calles se llenen de delincuencia asociada a las drogas ilícitas y que las grandes tragedias sean parte indeleble de la Historia del sur del Continente americano. A ratos un hombre patético, tanto que en la cumbre de Bariloche sus aliados y compinches lo dejaron solo en sus rancias pretensiones en relación con la condena a la presencia militar estadounidense en Colombia. Tan patético que propende por la estrategia del avestruz para las empresas sudamericanas, al sugerir que la competitividad es la culpable de las desgracias sociales de los pueblos y que competir con las grandes corporaciones extranjeras es un acto de traición evidente a los principios de integración sudamericanos. Un hombre que en vez de promover políticas de desarrollo que vuelvan a las empresas de la región competitivas propone que dichas firmas se escondan para evitar perder en el competido mercado no es probable que logre hacer de su país una nación competente, en el mejor de los casos Bolivia se mantendrá pobre y atrasada.
Un hombre pendenciero, el buen Evo, cuando sin dejo de vergüenza asegura que desde Colombia y los Estados Unidos se lidera un gran complot contra los países revolucionarios al permitir el terrorismo y patrocinar el narcotráfico. No sólo pendenciero, irrespetuoso, gobierna su pueblo pero no gobierna su lengua; a ratos deslumbra por su bajísima capacidad de raciocinio. Un político simpático, inofensivo más allá de sentirse respaldado desde Caracas.
Comentarios