¿El Nuevo Orden?
Para muchos esa es la nueva realidad global: potencias históricamente fuertes hoy debilitadas por un ciclo negativo mucho más contundente que sus tesis económicas y unas naciones emergentes que buscan ganarse un espacio en el concierto de naciones; una tesis no tan equivocada pero no por ella acertada en su totalidad. La coyuntura económica actual y los resultados de las campañas militares emprendidas por los EE. UU. y la OTAN en los países del Oriente medio representan más bien la necesidad de un ajuste político y económico internacional que acople las nuevas condiciones de la economía y las relaciones entre los diferentes bloques geopolíticos a los objetivos que, siendo consecuente con los discursos de los jefes de Estado en la Asamblea General de la ONU, deben ser comunes a todo el globo: disminución de la pobreza, establecimiento de sistemas democráticos y respuesta global al cambio climático, por mencionar algunas de las características de ese modelo de desarrollo humano que actualmente cobra más interés no sólo en la academia sino en la formulación de políticas. Pero es indudable que esta visión utópica del deber ser de ese Nuevo orden tiene muchas dificultades y dista de ser una realidad tangible, al menos en el corto plazo.
La primera reflexión después de oir a los presidentes intervenir ante el pleno de las Naciones Unidas en Nueva York es que, si bien hay crisis y la hegemonía de las grandes potencias está en entredicho, es prematuro hablar de una subyugación de sus intereses ante los de las naciones economicamente emergentes. Washington sigue liderando, quizás con una influencia mayor del bloque europeo, la estructura económica internacional con las obvias lecciones de una crisis financiera que en cierto modo pudo ser atajada con un conjunto de medidas y arreglos institucionales que, a pesar de lo que sugiere Alvaro Montenegro en su última columna del diario El Tiempo, pudieran haber constreñido la conducta ávida de los agentes y así detener esa caída tipo dominó del sector financiero y el sector real de las naciones más desarrolladas, locomotoras del desarrollo económico mundial; a su vez ese eje Estados Unidos- Unión Europea representa no obstante los mercados más ricos del mundo y su influencia política sigue teniendo un gran impacto en el resto del globo: la reacción de algunos países con gobiernos políticamente opuestos a la ortodoxia prevaleciente parece indicar que muchos temen que sus insurrecciones no pasen de ser simplemente viscerales reacciones a un modelo que, al parecer, es como la materia: no se destruye, sólo se transforma. Este es el caso de países como Venezuela y Bolivia, cuyas políticas económicas hasta el momento demuestran su ineficiencia toda vez que promueven y se concentran en la transferencia de la riqueza y no en la creación bajo unas nuevas condiciones. En un mundo globalizado, muy a pesar de sus enemigos es un fait accompli con una bajísima probabilidad de ser revertido, el nuevo orden debe propender primero por construir su camino para en unas cuatro o cinco décadas consolidarse, pero entonces surge una pregunta, ¿qué es lo que debe empezar a hacerse?
Realmente la respuesta no es sencilla, pero partamos de los organismos internacionales. En primera instancia la ONU debe recuperar su credibilidad y capacidad de disuasión no sólo para la guerra, en tiempos de paz debe propender por el desarrollo sostenible, la seguridad y el crecimiento económico global con la consecuente mejora en las condiciones de bienestar de los individuos, para lo cual debe considerarse una reforma al Consejo de Seguridad que abandone el modelo post guerra y se amolde a la necesidad manifiesta de representación de más bloques geopolíticos (América Latina, África, Asia del Este, Alemania y Japón, quienes increíblemente no tienen asiento permanente en el más importante organo de decisión de la ONU); en el sentido de la promoción del desarrollo todos los organos de acción de esta asociación mundial deben generar una simbiosis que unifique los criterios necesarios para combatir el hambre, el analfabetismo y propender por la cooperación eficiente. Sin lugar a dudas el primer gran acuerdo de las naciones en torno a este organismo multilateral es propender por dotarlo de muchos más recursos que posibiliten un impacto notorio en las comunidades que intervienen. De otro lado la arquitectura financiera global sugiere la necesidad de replantear las políticas implementadas por el FMI y sus medidas de ajuste macroeconómico y la potenciación del Banco Mundial como herramienta aliada y ajustada a las necesidades de las naciones más pobres. El BM podría perfectamente ser el instrumento multilateral concebido para llevar a un nivel más competitivo a economías rezagadas en la actualidad. Los organismos de gobierno económico mundial deben permitir que este sistema capitalista y globalizado al cabo de un tiempo sea simiente de progreso para las naciones. El nuevo orden dista de cumplirse luego de la crisis de la primera década del siglo XXI, pero el camino está abriéndose para lograr un nuevo contrato social de cobijo global que precipite un cambio en las bases del sistema, no la adopción de uno nuevo que dificilmente puede garantizar que el mundo supere los males crónicos que lo aquejan.
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