Los nuevos candidatos y la balanza política

Varias reflexiones deja la consulta de los partidos políticos opositores al Gobierno de Álvaro Uribe ayer. La primera, un tanto evidente, demuestra que la balanza política colombiana está claramente inclinada hacia el espectro conservador, es decir, aún cuando los sondeos de opinión tienden a tener su margen de error ayer se comprobó que las energías del país están en otro lado, bien mirando hacia la Casa de Nariño o hacia el sucesor natural del presidente Uribe; a manera de retrospectiva pocas veces en la Historia colombiana había habido tal menosprecio por la oposición como alternativa de poder político (buenas razones, seguramente, ha de haber). Como segunda reflexión, un tanto menos evidente y sí muy subjetiva, consistente en recordar que, aún cuando imperfecta, la democracia colombiana mantiene la tradición electoral y permite el libre ejercicio proselitista, dejando en cierta medida sin fundamento el grito polarizador que sugiere el autoritarismo gubernamental que anula a la diferencia y propende por la convergencia forzada sin darle campo a una divergencia, por mínima que ésta sea.
La alta abstención denota también varias situaciones de delicada atención: la primera es el hecho que aún hoy los colombianos son apáticos a los partidos políticos y se sigue prefiriendo a líderes fuertes y partidos débiles, en Colombia mejor desacreditados. Situación normal, diría yo, si se toma en consideración que durante el gobierno de los partidos tradicionales la nación vivió situaciones de ingrata recordación para la economía, la seguridad, la paz y el progreso; dificilmente conservadores o liberales podrían medir sus aportes a la Historia en terminos positivos y posiblemente deberían sentir algo de íntima vergüenza al pensar en los desastrozos momentos que vivió la sociedad colombiana, o mejor que padeció, por cuenta de su ineficiencia y apetito político insaciable. Ciertamente a Colombia aún le queda un camino largo de construir un esquema institucional que prevalezca sobre las pretensiones de los líderes políticos, por pertinentes o socialmente aceptadas que estas sean, es decir, un contexto de respeto profundo por las instituciones como delimitación natural de la raison d'être de la organización de la sociedad. Un ejemplo de ello sería que las consultas partidistas tuviesen mayor acogida.
Sin embargo, aunque me contradigo con respecto a lo anterior, la transcripción en terminos prácticos de los hechos de ayer no denota tanto una debilidad institucional como una alineación en una línea de pensamiento: ganó Pardo en el liberalismo, movimiento opuesto al presidente Uribe, aún cuando el candidato que eligió representa esencialmente los mismos postulados conservadores, en algún caso neo con, del actual gobernante, excepto por las diferencias sucitadas por asuntos, al parecer, más formales que de fondo. Rafael Pardo es partidario de un modelo económico capitalista, de la libre decisión de los agentes económicos, de la libre empresa y de la propiedad privada, de la seguridad como valor y del principio de autoridad del Estado como requisito innegociable para mantener la estabilidad social. Por otro lado gana Petro, de izquierdas, pero mucho más pragmático que Carlos Gaviria Díaz; podría decirsele como el más conservador de los auto denominados progresistas aunque distante aún del modelo que, por preferencia, parece gobernar a la sociedad colombiana hasta en sus más íntimas fibras. Aún así la victoria de estos dos personajes demuestra que Colombia no ha considerado un modelo político diferente, afortunadamente pienso yo, porque la balanza política si bien se corrió un poco a la izquierda, mejor al centro, sigue manteniendo un carácter derechista y conservador. Claramente no es fácil para los liberales ser una opción de poder, los electores uribistas le cobrarán por mucho tiempo que haya decidido comulgar con la oposición en vez de formar parte de la coalición, y al PDA sin duda le quedará la deuda con los electores la carga de meses enteros de ambigüedad en relación con el carácter beligerante o no de las FARC (recordemos a su presidente pro tempore, el senador Dussán, cuando exclamó que esta banda no es ni amiga ni enemiga de su partido) , en un espectro que lo acerca peligrosamente con las tesis de la izquierda latinoamericana dominante y que podría despedazar toda posible opción de acceso al poder. Inicia la carrera por la presidencia, pero aún falta que mueva sus fichas el otro jugador.

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