Cuando caducan las instituciones

Así como los abarrotes, las instituciones tienen un periodo de maduración, consumo y vencimiento. Dificilmente en la Historia de la Sociedad pueden encontrarse instituciones intactas después de varios años, décadas o siglos de haber sido promulgadas. A manera de ejemplo podemos considerar el Código de Policía de Bogotá, cuyo compendio regula desde la omisión de izar la bandera nacional en las fiestas patrias hasta la prohibición de dar tiros al aire, pero cuyas irrisorias y ridiculamente desajustadas penas hacían de este manual de convivencia la burla de toda una sociedad que por orinar en la vía pública podía pagar $50 ó $100 (nominales, en el código por ningún lado se establecía un ajuste de estas sumas vía IPC o algún parámetro así) y que fueron promulgadas hace 39 años. Del mismo modo las instituciones de un Estado o de una sociedad no garantizan la eficiencia per se, como lo sugirió North, el Nobel de Economía que incursionó de manera directa en el estudio de las instituciones y el cambio institucional con respecto al desempeño económico y la organización económica de la sociedad; un país puede tener instituciones políticas y económicas que lejos de promover el progreso y el desarrollo armónico desincentivan la acumulación de capital, la defensa del mercado, el crecimiento de la productividad y el bienestar general. En últimas el paradigma institucional y de la organización económica supone la capacidad de estimular el crecimiento y el bienestar vía unos arreglos contractuales eficientes que permitan, en algún momento, maximizar ese producto social que promueve el bienestar. Sin embargo Colombia, como gran parte de América Latina lo hace, sostiene su actividad económica y política sobre unos pilares institucionales cuya fecha de vencimiento se omitió y excedió en detrimento de esas mismas actividades. Una demostración es el hecho que el Congreso de la República sigue manteniendo los mismos vicios de hace un siglo o el programa de Agroingreso Seguro, cuyo vergonzoso espectáculo tuvimos forzadamente que observar en semanas anteriores, denotan el desgaste institucional del país. Pero era algo predecible: desde el mismo inicio de la Historia republicana, con más asiento en el siglo XX, en Colombia y América Latina hemos preferido hombres y líderes políticos fuertes en detrimento de la fortaleza de los Partidos Políticos; a manera de comparación veamos lo que sucede en un país ciertamente avanzado, como lo es Alemania, en donde lo realmente importante es el posicionamiento del proyecto político del Partido más que de un líder. En efecto, muchos quieren que Angie Merkel siga siendo bundeskanzlerin, sin embargo prevalece el interés que el CDU y su coalición dirija a la potencia europea hacia la recuperación económica y su reposicionamiento en el concierto de naciones.
Lejos de toda simpatía, aún cuando reconozco los desaciertos crasos de Uribe, a la luz de lo que creo está bien y está mal, en Colombia nos estamos casando con la figura de un caudillo más que con la figura de un proyecto político que de alguna manera propicie los cambios estructurales y de fondo que requiere el país. El problema de un Congreso abiertamente controversial, un programa asistencial es la pequeña expresión de un modelo injusto (recomiendo leer a Alejandro Gaviria en su última columna) e ineficaz que trasciende al mismo Gobierno. En AIS no hubo corrupción, no hubo dádivas ilegales, al contrario, para mayor asombro y vergüenza nacional este programa está debidamente acreditado por la Ley, sus reglas de juego son claras y aunque proyecta una impresión contraria todo se hizo ajustado a la ley. Más problemático aún, ¿a quién se castiga si lo que hizo está permitido en la jurisdicción del Estado colombiano?, ¿cómo se puede resolver un problema, la punta del Iceberg que es un modelo ineficiente, si el problema es un quiste de nuestra ley?; honestamente cada día que pasa esas palabritas que rezan nuevo contrato social se escuchan en ciertos sectores con mayor fuerza. Y no se trata de una nueva Constitución, es mucho más que eso, ¿o alguien cree que la conducta de un congresista está debidamente detallada en la Carta Magna?, si así fuera entonces la Ley que contiene el código interno del Congreso no tendría sentido. Nuestra Constitución Política es esencialmente pertinente, sin embargo las leyes que la reglamentan y aplican y aquellas disposiciones legales que las ejecutan son un adefesio, es como poner a volar un avión de última tecnología con alas de cartón, en el mejor de los casos. Las instituciones políticas colombianas han caducado y no hay en el horizonte quien quiera (y eso no corresponde sólo a un presidente de la República) y quien se proponga reformularlas. La actual organización social colombiana lejos de promover el desarrollo pareciere que lo espanta, lo proscribe, lo cohibe y lo minimiza. El problema no es un referendo reeleccionista o un escándalo de subsidios evidentemente mal establecidos, nuestro problema es uno de bases, nuestros cimientos se resquebrajan mientras nos empecinamos en construir el más pomposo de los Pent House. Dijo Goethe que No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino si tan sólo marchamos por el mismo camino. Ahí nos queda ese espinoso interrogante, ¿vamos los colombianos hacia el mismo lugar y por el mismo camino?...se acabó la primera década del siglo XXI y parece que seguimos igual de aturdidos que el día en que nos pusieron a caminar por sí solos como República, en los albores del siglo XIX.

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