La guerra de un dictador en desespero

Bien decía Montesquieu que en el derecho público el acto de justicia más severo es la guerra, porque puede tener por efecto la destrucción de una sociedad. La guerra es inherente a la existencia de las divisiones sociales y las relaciones entre Colombia y Venezuela nunca han estado en el punto óptimo, al contrario, siempre las tensiones han existido y no es la primera vez que afrontamos el escenario de la guerra como una posibilidad real. Con la crisis de la fragata Caldas, con la captura de Granda en Caracas y finalmente con el ataque colombiano en Angostura, Ecuador, en marzo del año pasado, son ya varias situaciones tensionantes que, aunque bien logradas, se constituyen en un precedente preocupante. La diferencia es que la situación de tensión actual se asemeja más a la reacción de Galtieri, el dictador argentino durante la crisis de las Malvinas, cuando en un acto desesperado y chauvinista envió a su país a la guerra con la Gran Bretaña de Thatcher, sin medir el costo de su penosa decisión, a todas luces irracional y producto de un esfuerzo infructuoso de lograr la unidad del electorado en torno a su junta militar y mantener su delirante proyecto autoritario en firme, aún cuando su marchitamiento era inevitable. No es muy extraño que un gobernante tan pronto afronta una crisis quiera disiparla volviendo a su país contra una amenaza extranjera generalmente injustificada y que sólo da un poco de tiempo antes de un final inevitable. Y ese es el caso de Chávez; el coronel y comandante máximo de la Revolución bolivariana enfrenta una coyuntura adversa, principalmente por sus tesis de autoritarismo extremo y una planeación económica centralizada desastroza que está impactando directamente en aspectos tan elementales para el criterio y bienestar de un ciudadano como los precios de los bienes básicos y la prestación eficiente de servicios públicos. No hay gobernante en el mundo que pueda resistir mucho tiempo en el poder con una economía en un ciclo depresivo. Pero Chávez está logrando algo increíble: una política energética aberrante, una inflación por simple escasez de bienes que bordea el 30%, la supresión de las libertades civiles y un crecimiento económico insuficiente, más asemejable a un prospecto de recesión. No puede creerse que en tan poco tiempo los venezolanos afronten tantas adversidades, aún cuando vienen de una bonanza petrolera la situación parece empeorar y recordar aquellos desastrosos años del COPEI. No logra entenderse que un gobierno crea que la repartición de la miseria es una bandera loable. Pero luego de 10 años el coloso burocrático y socialista venezolano presenta signos de debilitamiento y necesita combustible para mantenerse en el curubito en que se instaló. Y como el antecedente lo denota, Colombia es la obsesión de un hombre que delira con un golpe de suerte que le permita borrar de un plomazo todo lo que ha hecho y que su electorado está dispuesto a cobrarle. La guerra con Colombia es ese sueño que nutre sus discursos incendiarios y justifica toda clase de frivolidades que desde su gobierno, más orientado como la dirección de un partido político, es el salvavidas para un gobernante que empieza a ver que su proyecto está sustentado sobre pilares de barro y que empiezan a desmoronarse. Es evidente que Chávez "no dará descanso a su cuerpo y reposo a su alma" si no consigue los resultados que tuvo en Bolivia y Ecuador con Colombia; su sociedad de países pobres tiene poco peso geopolítico sin su único vecino considerable después de Brasil y no representa una amenaza seria para nadie, excepto para Colombia. Los delirios de un dictador son tan peligrosos como un pueblo hambriento, Chávez no está saciado y necesita con imperativo carácter mostrarle a sus disgustados gobernados que, al menos en la guerra, tiene el poder. Colombia no puede sentarse a esperar que despeguen los Sukhoi de alguna base venezolana, la alerta está dada y, si bien no debe perderse la mesura, es dificil precisar las jugadas de un loco desesperado. No obstante queda una posibilidad: que los venezolanos le cobren la incompetencia a un gobierno que ha postrado a una nación rica a su más mínima expresión.
NOTA: Sobra advertir que la posición de Uribe no es precisamente envidiable.

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