El equilibrio regional
América Latina nunca ha gozado de una estabilidad política, social o económica que permita sentirse profundamente sorprendido por la actual situación tensionante. El equilibrio, ese balance que en cierta medida caracteriza a las naciones de mayor desarrollo, es esquivo en la región sur del continente americano y parece hacerse más difuso en la medida en que, paradójicamente, se hace más esfuerzos para fortalecer la integración regional.
El ejemplo que suele citarse a la hora de referirnos a los bloques geopolíticos es la Unión Europea, cuyo pragmatismo ha sabido materializarse en el equilibrio político que evita severos sesgos ideológicos que aniquilan toda intensión de integración entre bloques de países. Llama poderosamente la atención el hecho que la UE debería tomar ejemplo a la Unión Sudamericana de Naciones y no al revés, por aspectos elementales: al interior del coloso europeo existe practicamente una lengua oficial por cada país, hay países tan pequeños que no superan la población de una ciudad como Bogotá, hay 27 naciones con una confluencia de razas, ideologías e intereses que en el imaginario sugeriría una dificultad profunda para integrarlas en torno a un interés geopolítico superior a los intereses nacionales. No obstante la ejecución del Tratado de Lisboa al finalizar la semana anterior evidenció la capacidad del grupo de los 27 de dotarse de las estructuras de gobernación necesarias para fortalecer su rol como super potencia política y económica, al margen de apreciaciones sectarias de un lado u otro del espectro político. Pero en la órbita americana las cosas se tuestan a otra temperatura. La Unasur, el bloque geopolítico concebido recientemente para propiciar la integración entre las escasas diez naciones del subcontinente, responde actualmente a las sinergías ideológicas de los gobiernos de vertientes ideológicas dadas y no a los intereses políticos y económicos comunes a unas naciones débiles, pobres pero que tienen a su favor la casi homogeneidad cultural, lingüística y étnica que, en teoría, debería facilitar la unión.
La Unasur, lejos de ser un proyecto nocivo resulta imperativo para lograr figuración en el competido concierto internacional, no obstante en la actualidad se está botando una oportunidad histórica para América Latina de tener una unión política y económica y, más bien, la Unasur está tomando matices de cartel en donde sus actores coluden de forma explícita y se comportan realmente como un sindicato ideológico y no como una necesaria integración. De los países de la Unasur en términos prácticos el único que podría prevalecer sólidamente sin ella es Brasil, con el décimo PIB del mundo; el resto carece de un peso que eventualmente le permita acceder con eficiencia al contexto político y económico mundial de las decisiones y seguirá relegado a ser simplemente un bloque de naciones emergentes con un discreto papel por desempeñar y con conductas atomizadas que en un plazo no muy largo tendrá costos sociales considerables. América Latina está lejos de los avances esperados y si desea emerger debe tener una agenda común que promueva el crecimiento económico, el equilibrio de poderes y la calidad de las instituciones, ¿cómo creen que la Unión Europea logró avanzar en consolidarse como el mercado más importante y la región más próspera del mundo, aún después de haber padecido la totalidad de los efectos de la Guerra Mundial?, quizás sólo lo hizo logrando la sintonía política que relegó las simpatías ideológicas y sustrajo del escenario público los egos de los dirigentes europeos.
Dificilmente si Konrad Adenauer y Charles de Gaulle no hubiesen logrado darle prioridad absoluta a la integración franco alemana y su proyección al vecindario, el sueño europeo se habría realizado. América Latina poco podrá hacer si se sostiene en contubernios ideológicos y no se basa en acuerdos legítimos que trasciendan a la figura de un gobernante o un dirigente. La Unasur hoy funciona más como un intrincado complejo de relaciones estériles en el que un bloque de países se reúne para sitiar a otro. La Unasur no está fundamentada en filosofía sensata alguna y no lo hará si sigue siendo regida como el brazo político internacional de un régimen cuya obsesión sea la de buscar los motivos suficientes para mostrar a un gobierno antagónico a sus principios como el peligro para la región, en detrimento de los intereses reales de una región con cerca de 220 millones de pobres y con atrasos significativos sociales, tecnológicos, productivos e institucionales que demandan una vital atención.
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