La economía política de la revolución

A propósito de las diferentes referencias que hace la prensa frecuentemente sobre las increíblemente delirantes decisiones económicas del Gobierno de Venezuela, viene a la mente recordar algunos aspectos que trascienden al coronel que hoy gobierna al vecino del este, aquel que hace diez años tenía un discurso económico liberal moderado y hoy dirige uno radical y abiertamente socialista; por una parte los policy makers de América Latina más ortodoxos deben estar con un profundo sentimiento de mea culpa, por sus errores ahora gran parte del continente está en manos de un grupo orientado políticamente por unas tesis que rara vez han dado algún resultado perdurable y de costos bajos. Recuerdo a Churchill quien definió como filosofía de la miseria a ese sistema socialista que se erigió en el otro polo del espectro bidimensional del mundo del siglo XX; no es para menos, como diría Stiglitz, porque las medidas de transferencia de riqueza tienen un tiempo de efectividad muy cortos y no resultan eficientes para un contexto de necesidades en constante expansión. Sin embargo, ¿qué autoridad puede tener un economista ortodoxo para condenar a tal heterodoxia?, realmente poca, para el caso de América Latina, donde las tesis del Consenso de Washington, fabulosas desde el punto de vista académico con unos supuestos restrictivos que realmente pocos países pueden ostentar como realidades, no han arrojado resultados contundentes en lo que respecto a la distribución de la renta si bien para algunos sectores sociales ha sido fenomenal el hecho de ver que en un lapso significativamente corto su riqueza se ha multiplicado, es decir, el sistema capitalista y de libre mercado ha permitido la generación de renta pero ha sido totalmente negligente en su distribución, exactamente lo contrario a lo que el sistema socialista promulga. Pero entonces, ¿qué es mejor?
Parece que el nuevo liberalismo económico no fue capaz de romper con la disyuntiva clásica creación- distribución, salvo el único acercamiento de J. S. Mill, el último de los clásicos, quien basicamente resolvió el problema diciendo que durante un tiempo es necesario acrecentar la riqueza para, cuando se satisfaga el capitalista, se derrame dicha riqueza a quienes menos tienen y, al parecer, se resuelve el lío. Craso error, demuestra hoy la existencia de altas tasa de pobreza en América Latina, que tiempo después no se haya logrado llegar a un punto de equilibrio deseable entre generación de riqueza y transferencia de ésta, quizás porque ese punto de satisfacción del capitalista es tan difuso como ingenuo creer en él. Con el Consenso de Washington se aceptó que dichas medidas, exquisitas desde la ortodoxia económica más académica reitero, lograrían superar los sucesivos fracasos económicos. No obstante nuevamente, todo así indica, se falló. Explíquemoslo con una analogía muy simple. Supongamos dos prisiones, la A y la B, donde la primera pertenece a un país industrializado, bien custodiada, con infraestructura adecuada y seguridad garantizada, y la prisión B, en un país emergente, no tan bien custodiada, infraestructura precaria y evidentemente no segura; en un programa de cooperación entre ambas penitenciarías, la prisión A le sugiere a la B que con el fin de disminuir los índices de agresión entre los convictos debe haber un programa de recreo en un campo abierto donde éstos puedan practicar alguna clase de deporte o actividad recreativa. La prisión A tiene los campos deportivos debidamente cercados, vigilados y con custodia permanente del instituto penitenciario, por otro lado, la prisión B tiene un gran campo, abierto, sin cerramientos importantes y con un personal de custodia de dudosa reputación e insuficiente, tanto en número como en cualificación. La prisión A suelta a sus convictos y, al final de la tarde, regresan a sus celdas, bien porque saben que no tienen alternativa o bien porque la autoridad en la cárcel está bien definida y no se quiere correr el riesgo de una acción violenta de su parte. En la prisión B el primer día hubo fuga de cinco peligrosos convictos, al segundo día ocho y al tercer día ya el director de la prisión estaba en entredicho porque las fugas no fueron detenidas, ¿qué pasó?, pues que un programa exitoso per se no indica que sea genérico y que de esa manera tendrá una efectividad absoluta en ambas penitenciarías, si no se tiene en cuenta aspectos inherentes al contexto de cada una de ellas (infraestructura, personal, reglamentos). Lo mismo pasó con la liberalización de las economías de América Latina, cuando adoptaron un sistema exitoso en los Estados Unidos, Japón y algunos países europeos basado en la libertad individual y donde se privilegia la conducta maximizadora de los agentes económicos, en países como Colombia, Perú o Venezuela lo que hizo fue arrojar efectos desastrozos. Cuando se pensó en que la apertura comercial, las privatizaciones de ciertas propiedades estatales y la desregulación económica sería la solución en estos países se tomó un tiempo para descubrir que los contextos de los países industrializados, especialmente los europeos, son bien diferentes y se descubrió que por factores institucionales, de infraestructura, de sistemas legales y judiciales las naciones del sur del continente americano no podrían aspirar a tener tal grado de prosperidad en un sistema de libertades económicas y de derecho privado si no existe alguna clase de restricciones institucionales y las condiciones físicas para desarrollar un sistema de esa índole, es decir, un gobierno económico promotor de la actividad económica responsable y efectiva. Podría presumirse que haber hecho las cosas al revés, es decir, empezar por competir, privatizar y dar rienda suelta a los deseos del sector privado sin antes haber diseñado un marco de referencia que enmarque de alguna manera estas actividades y no disponer del "capital para emprender la nueva empresa", como es la infraestructura vial y portuaria, fueron la causa del fracaso de las tesis ortodoxas del Tesoro de los Estados Unidos y del FMI y el Banco Mundial en América Latina y la causa que hoy se afronte en países como Venezuela y Bolivia el surgimiento de tesis radicales, ineficientes y realmente peligrosas para el bienestar de sus ciudadanos. Pero si seguimos posados en el viejo discurso liberal del laissez faire, laissez passer, tendremos que seguir afrontando modelos políticos que lejos de transferir riqueza al pueblo, fin último de casi todas las revoluciones económicas, está consolidando una burocracia estatal corporativa, producto de las expropiaciones, retardada, obsoleta y que no tardará en convertirse en el exceso de carga que llevará al avión del socialismo a un aterrizaje de emergencia. Para cuando pase eso la respuesta del sistema liberal deberá ser uno más acorde; espero no ver desperdiciadas contribuciones teóricas valiosísimas como las innovadoras de Elionor Ostrom, premio Nobel de Economía de 2009, o ya tradicionales como las de D. North. Sería una pena que los teóricos del sistema obvien tales aportes, de no hacerlo sería más que una pena, sería su condena.

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