Hacia el abismo
Bien decía Napoleón que la estupidez es de aquellas cosas que no conocen límites. Hugo Chávez representa de manera magistral la frase del emperador francés y pone a pensar a más de uno sobre las patéticas medidas económicas que su gobierno ha impulsado en diez años de revolución. Un análisis realizado recientemente (Casique) se descubre que la inflación acumulada en Venezuela desde 1999, año de la ascensión al poder del coronel, al año 2009 es equivalente al 655%, nada incongruente con el hecho que el alza en el nivel general de precios de este último año es cercano al 26% y hace de cualquier ciudad venezolana costosa sin discriminar niveles de ingreso. El panorama general de la economía venezolana resulta no menos vergonzoso si se considera que la productividad petrolera cayó en casi un millón de barriles diarios, la inflación es la más alta del continente (curiosamente en un momento del ciclo económico donde se supone que los precios cayeron presionados por los excesos de oferta), el desabastecimiento de alimentos de primera necesidad que los encarece y los aleja de los bolsillos más vulnerables, la fatal política energética que ha precipitado racionamientos insulzos en un país rico en recursos energéticos adicionado a la pérdida general de capitales extranjeros, la pérdida de capacidad adquisitiva del dinero y una sustancial proscripción de los derechos políticos, civiles y económicos de los ciudadanos.
Chávez enarbola las banderas de un movimiento socialista carente de un fundamento ideológico y práctico que lo distancie del fallido modelo del siglo XX. Por una parte el crecimiento desmedido del Estado venezolano hasta convertirse en un gigante ineficiente, burocratizado y que ha impuesto el principio de la colectividad sobre los valores conquistados que privilegian al individuo y su libertad. Hoy el Estado, dependiente en gran medida del gobierno y donde la separación de poderes es difusa si no inexistente, controla buena parte de las actividades vitales de la sociedad venezolana: la producción, resultado de la expropiación de prósperas propiedades privadas que ha espantado a la inversión extranjera y de una dependencia escabrosa de las importaciones que en un sistema de cambio donde la tasa está sobrevaluada provoca desequilibrios que pagan los consumidores venezolanos; el control de cambios, que tiene endeudados a los empresarios venezolanos debido a la ineptitud de la burocracia encargada del control del cambio de moneda nacional por divisa que hoy, por ejemplo, hace que muchos de estos empresarios deban casi mil millones de dólares a los empresarios colombianos; el control de precios, que ha disparado a la inflación a niveles alarmantes que se une a un control sobre la producción de bienes y servicios que ha disipado a la actividad económica privada y ha provocado una escasez de alimentos. No hay explicación realmente aceptable a cómo una economía que recibió 900 mil millones de dólares en diez años sólo por la explotación petrolera presente un balance social y económico tan discreto, que desde una observación muy escueta parece constante desde 1999 a 2009.
Para los defensores del régimen chavista los argumentos insípidos de su líder suenan convincentes, como es el hecho que el Gobierno impulsa generosos aumentos salariales. Desde un punto de vista puramente nominal el ingreso mínimo de un trabajador venezolano es el más alto del continente, no obstante cuando se introduce al análisis la variable correspondiente a los precios que un individuo paga por un bien o servicio el encanto se pierde y en términos reales el ingreso de un trabajador de Venezuela puede ser tanto o más bajo que el de otro país de la región. El modelo planificador del gobierno venezolano ha impactado severamente en el poder de compra de sus ciudadanos y parece que no existe ningún sostén teórico sino un sostén ideológico que lo justifique: el deseo del régimen de controlarlo todo. Para muchos la bonanza petrolera, hoy descalificada por Hugo Chávez como ansias de "dinero fácil, de consumir el excremento del diablo" (no sorprende que sus fracasos sean culpa del imperio yankee, como dicen también los viejos, así paga el diablo a quien bien le sirve), fue el mayor desperdicio de oportunidades de la historia económica de Venezuela. Es bien sabido que un negocio en expansión requiere un apalancamiento que lo dote del capital necesario para crecer y lograr suplir su demanda, la industria petrolera no es la excepción y cuando el país vió crecer sus productos derivados del petróleo nunca pensó que luego de algunos años éstos cayeran gracias a la negligencia gubernamental que nunca pensó en invertir en el negocio estrella de la economía. En diez años Venezuela no construyó ni una sola refinería y hoy la falta de este capital está menoscavando la productividad petrolera. Sin duda un acto de torpeza de un mal administrador de la economía, como lo demuestra que es el presidente Chávez.
Buena parte de las riquezas generadas por la economía venezolana se fueron a los programas sociales del Gobierno que a 2009 no han disminuido sustancialmente a la pobreza, como erróneamente los defensores de la Revolución lo creen. La caída de la pobreza en Venezuela está en los mismos niveles de un país como México, que no adoptó el modelo socialista (lo cual pone a pensar sobre la conveniencia de un modelo que socializa ineficientemente los resultados de la economía que además ha concebido un sistema político detestable, autócrata y déspota). En diez años los logros de la revolución son facilmente mesurables, por lo discretos, pero sin duda generan una suerte de hechizo en quienes reciben las ayudas gubernamentales: las llamadas misiones se han basado en transferencias a los más desposeídos pero con el fin único de organizar al Estado como una estructura revolucionaria a la cual se subyugan las instituciones. Puede decirse que las misiones son estructuras que cimientan a la revolución, en aras de la inclusión social. Las misiones claramente tienen una impronta política e ideológica de las cuales no pueden eximirse y resulta interesante ver que si bien logran acercar al Estado a quienes históricamente han estado alejados de sus servicios, de naturaleza ineficientes, y crear un sentido aparente de inclusión, no logran movilidad social, como podría demostrarse al simplemente ver las estadísticas de escolaridad, nivel educativo e ingreso de los venezolanos, es decir, se sugiere que las misiones no han logrado que las familias y ciudadanos más pobres logren movilizarse a otras dimensiones del sistema socioeconómico, porque finalmente siguen siendo pobres, la única diferencia que los separa del viejo régimen del COPEI es que ahora son pobres sin hambre y con acceso a la educación, al menos básica, pero dependientes de la ayuda estatal al máximo. Palabras más, palabras menos, son menos pobres por el asistencialismo extremo del Estado pero no por la capacidad de cada individuo de cambiar sus condiciones de vida. Eso no es una lucha efectiva contra la pobreza cuando, en un sentido muy de Hayek, se están dando los caminos necesarios para que el país camine por las vías de la servidumbre, a cambio de la comida y la educación que sus condiciones no permiten tener, los ciudadanos más pobres venden su consciencia a un régimen que proscribe la productividad y la capacidad de los individuos de construir y edificiar sus vidas en un marco de libertad política y económica que les permite decidir entre una cesta de posibilidades de realización personal (el Estado deberá propiciar este aspecto y no delimitarlo, el primero potencia libertades, el segundo caso las proscribe). Finalmente la riqueza ha estado históricamente en donde existe libertad y Venezuela, parece, camina hacia el abismo de la opresión.
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