Haití: el antes y el después de la catástrofe


La isla de La Española es la segunda mayor isla del Caribe, con cerca de 76 mil kilómetros cuadrados y conformada por dos países, Haití y República Dominicana, que albergan aproximadamente 19 millones de habitantes. Ambos países están separados por una línea que más allá de dividir la jurisdicción política y administrativa de cada nación divide es a dos mundos bastante diferentes. Por un lado la República Dominicana, que a grandes rasgos presenta un panorama económico aceptable, posiblemente por el impulso de su industria turística que convoca a cientos de miles a sus destinos de prestigio internacional, como lo indica un PIB per cápita de $ 10 mil dólares y un índice de Desarrollo Humano (IDH) de nivel medio, equivalente a 0.78; si bien la República Dominicana no es un país desarrollado, contrasta poderosamente con Haití, su vecino, cuyo panorama es poco menos que preocupante, incluso antes del terremoto del 12 de enero: una renta per cápita que no supera los $ 1700 dólares anuales y un IDH bajo, de tan sólo el 0,492. Eso se traduce en que las condiciones tales como educación, vivienda, salud, expectativas de vida y servicios públicos son bien diferentes de un país al otro, quizás incluso mayor que la diferencia entre un país desarrollado europeo y uno emergente de Africa. Pero, ¿cómo se explica que exista tal diferencia en una isla que no supera los 76 mil kilómetros cuadrados y en donde ambos países están separados por una traza imaginaria?, sin duda que para un observador desprevenido resulta casi una imposibilidad delimitar una respuesta cercana.

Desde hace más de un siglo, quizás dos, los teóricos de las ciencias económicas han procurado explicar estos extraños fenómenos de las diferencias sociales. Desde Smith hasta los más recientes aportes de la corriente neoinstitucional, que sugieren que los problemas distributivos son más consecuencia que una razón en sí misma y hallan respuesta a las perturbaciones sociales en escenarios más abstractos como las estructuras de gobernación, se ha pretendido explicar la razón por la cual hay diferencias tan profundas entre un país pobre y uno rico, ¿en qué consisten esas diferencias?¿dónde se originan?. En el caso concreto de Haití y República Dominicana aparece en el escenario el contraste entre las instituciones de uno y otro país en un periodo determinado de tiempo; por una parte aparece este segundo país con una solidez en sus instituciones políticas, con excepciones críticas como la dictadura de Trujillo, pero que en los últimos años en gran medida ha conservado una estructura de gobernación sólida que parte del hecho de tener claramente definido el orden del Estado, la división de los poderes públicos, un sistema legal organizado y una estructura productiva definida, basada en el turismo que ha permitido que enclaves como Santo Domingo y Punta Cana sean destinos apetecidos por turistas internacionales. Cuando North habla de lo que diferencia a un país rico de uno pobre es la calidad de sus instituciones el fenómeno que ocurre en La Española parece ajustarse llamativamente a su aforismo. En la otra cara de la moneda, Haití, la situación era ya caótica y merecía ser estudiada, antes del sismo.

Desde su misma época colonial este país no ha tenido una identidad definida, por un lado conquistada por los españoles que cedieron a Francia a este bastión objetivo permanente de los filibustiers y corsarios del Caribe que luego durante su vida republicana la inestabilidad política, como las prolongadas dictaduras donde primó la corrupción y el deterioro de los sistemas legales en torno a la figura de un líder fuerte supresor de las libertades individuales, tal como el caso de la tristemente célebre dinastía Duvalier, supuso el empobrecimiento progresivo de su débil economía, principalmente por la ausencia de la iniciativa privada y de su practicamente nula capacidad de transar y participar en los mercados internacionales. A pesar de su posición privilegiada en medio del mar Caribe, la pésima calidad institucional impidió que los incentivos para producir, intercambiar y acumular y así generar riquezas fuesen lo suficientemente fuertes para garantizar prosperidad y bienestar. Es así como muchos economistas han definido que gracias a estas debilidades la capacidad instalada de las empresas haitianas es mínima, no son competitivas, su presencia en el comercio internacional es despreciable y el papel del Estado es absolutamente incierto. La debilidad de las instituciones del país caribeño es simbolizada con la caída del Palacio Nacional, sede de su gobierno, producto del sismo que provocó la emergencia humanitaria más grande de la historia reciente.

Por lo tanto el llamado del director general del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, de promover un plan de reconstrucción similar al Plan Marshall que rearmó a la Europa de la postguerra, no debe quedarse en el vacío. Es responsabilidad de la comunidad internacional reconstruir a Haití en todas sus dimensiones, recomponer su economía y levantar sus bases fundamentales, sobre todo cuando es un país al que sus pocas instituciones se las llevó el sismo del 12 de enero de forma definitiva. El terremoto en este país de 9 millones de habitantes marca inevitablemente un antes y un después. Haití no puede ser lo que era y sólo la comunidad internacional puede permitir que esto sea una realidad ante la inexistencia de un liderazgo local que lo permita y, más aún, cuando no existen los medios para hacerlo. No basta las toneladas de ayuda internacional enviada, las brigadas de primeros auxilios y salvamento y las fuerzas armadas desplegadas para garantizar un poco la paz en un país al que el terremoto arrebató su última gota de tranquilidad, es imperiosa la acción de la comunidad internacional y de los acreedores del devastado país para que le sea condonada su deuda externa, en el mundo financiero una locura pero necesario en nuestro mundo real. El mundo debe abandonar por un instante su gusto por la burocracia técnica y recordar que a un pueblo, al parecer, le fueron concedidas todas las desgracias humanas. Esa realidad sólo podrá cambiarla, al parecer, una iniciativa seria multilateral.

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