Panorama de 2010

Terminó la primera década del siglo y como era de esperarse muchas cosas cambiaron pero otras, sencillamente, esperan ser cambiadas. El año 2010 es particularmente significativo: por un lado, en América, se celebrará el segundo centenario de las gestas libertadoras en medio de una peligrosa conyuntura política polarizadora, como es la disyunción acentuada entre la derecha prevaleciente en Colombia y Perú y la izquierda más empinada en Venezuela y Bolivia, frente a modelos pragmáticos como el chileno y el brasileño que prometen mayores éxitos que la polarización ya tradicional en el espectro electoral. En medio de la crisis económica más severa de los últimos años, se inicia la nueva década con discretas tasas de crecimiento económico, nada despreciables estadísticas de paro, inflaciones bajas en casi todos los países (afortunadamente nunca nada es lo suficientemente perverso) y escenarios políticos que pueden movilizar la balanza hacia un nuevo sentido que gobierne la nueva étapa del siglo. Por un lado en Colombia, el caso más llamativo, se espera la decisión del presidente Uribe con respecto a su continuidad en el cargo, que de hacerlo rompería con una tradición y toda una estabilidad legal que mal que bien ha caracterizado a la incipiente democracia colombiana; por otro lado, más allá de quién ostente el poder, las elecciones legislativas, siempre cargadas de interés y controversia, representan el primer paso para garantizar la continuidad de políticas de estado y de gobierno vigentes, no obstante la necesidad de renovar el Congreso implica la necesidad de cambiar muchos aspectos en un escenario marcado por la ineficiencia, la corrupción y el clientelismo. Lo que suceda en 2010 representará para Colombia la posibilidad de acercarse a las metas del Milenio, de 2015, y al plan 2019, que plantea una serie de objetivos ambiciosos para una sociedad aún inmersa en problemas crónicos como la violencia, la corrupción, la baja productividad y la pobreza.

Por otro lado, más al sur, el giro a la derecha de la democracia chilena, en medio de los éxitos pero también el estancamiento demostrado por la Concertación de centro izquierda que ha ostentado la presidencia del país más competitivo del continente, sugiere que los cambios son inherentes a las sociedades organizadas en el mecanismo democrático. Que Sebastián Piñera sea elegido presidente de la República chilena representa una modificación sustancial de las expectativas de los electores en aspectos diversos, pero fundamentalmente en la economía. Si Piñera es elegido presidente de Chile a mediados del mes de enero, el continente verá con aún más atención los procesos democráticos como la manifestación más pura de la decisión colectiva, que en este caso puede ser una señal del desgaste de los modelos denominados progresistas, que si en Chile son apenas perceptibles, es posible pensar que en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina la fatiga popular de políticas que en el periodo que llevan vigentes han mostrado discretos resultados o, incluso, han generado efectos adversos e indeseados, durante este año o los siguientes de la década caigan por el inconformismo general. El nuevo año y los sucesivos periodos permitirán corroborar si tiene o no validez pensar en el desgaste de los modelos inspirados en el Socialismo y la preferencia de los consumidores de los mercados políticos por modelos que privilegien la producción que la distribución.

En el mundo desarrollado, con impactos en el mundo de las economías emergentes, el nuevo año trae expectativas grandes. En los Estados Unidos el gobierno demócrata de Obama enfrenta su primera gran prueba: las elecciones para renovar el Congreso en el cual los Republicanos, vapuleados por la crisis pero que esperan capitalizar a su favor los errores de los Demócratas, esperan retomar mayorías para allanar el camino a la Casa Blanca en 2013. La reforma del sistema de salud, criticado por los conservaduristas por sus altos costos fiscales, la guerra en Irak, en Afganistán, la tensión con Irán, Venezuela y buena parte del bloque asiático, la recuperación económica traducida en la disminución de inventarios de las empresas, el incremento de la demanda y las tasas de ocupación y el repliegue del Gobierno federal del manejo de la economía tendrán un impacto directo en la credibilidad del presidente estadounidense y serán el objetivo de las embestidas republicanas que desde ahora se avisoran en la competición política por el Congreso. En Europa, estrenando un arreglo llamado Tratado de Lisboa, se presenta al mundo unas instituciones políticas más fuertes y cohesionadas, si bien España asume la presidencia rotativa del Consejo, la existencia de un presidente con nombre propio y una encargada de política exterior para el bloque común europeo plantea un cambio sustancial en la aún difusa jurisdicción común europea; a través de los nombramientos de estos personajes se pretende que esta década la Unión Europea tenga un peso geopolítico importante que permita mantener la multilateralidad y evitar la polarización entre bloques con estrecho intereses comunes. Sin embargo casos específicos como la Francia conservadora de Sarkozy sugieren que el camino no se vislumbra sencillo, por una parte la lenta recuperación económica francesa supone un presagio de lo que implica para el resto de economías que conforman el mayor mercado del planeta recuperar su dinámica productiva, como lo demuestra el Reino Unido, España y Alemania, siendo el caso español el más preocupante; por una parte las tasas de paro con tendencia a aumentar, aunque en el mejor de los casos tienden a mantenerse sin modificaciones importantes, a pesar de los miles de millones de euros que el Gobierno francés ha desembolsado para reactivar la industria e incentivar a la demanda, para Sarkozy el panorama es difícil: su proyecto bandera de gravar las emisiones de carbono fue declarado inexequible por el Tribunal constitucional, el empleo no reacciona, el crecimiento es discreto, las reformas llevadas a cabo en la educación básica ha planteado una polémica sin precedentes en la nación francesa y el recientemente planteado debate de la Identidad Nacional por parte del ministro de este área, Eric Besson, supuso la polarización de un país que en 2010 irá a las urnas para las elecciones regionales. Si Sarkozy quiere mantener su capacidad de gobierno, en un país con régimen semipresidencialista, y no ser un jefe de estado con funciones más simbólicas que prácticas y salvar al UMP de la derrota en las legislativas y en las presidenciales, convendrá que 2010 represente para Francia, y por transitividad para el resto de la Unión Europea, un año de reactivación económica profunda, que se vea materializado en la capacidad de generar empleo, recuperar el poder de compra y movilice esfuerzos hacia la recomposición de la economía.

El año 2010 es particularmente importante en la historia reciente toda vez que es el año donde se sugiere por parte de las entidades de gobierno económico global que terminará la recesión mundial, donde los países emergentes, como Brasil, consolidarán su papel activo en el concierto geopolítico internacional y donde se espera que las aguas vuelvan a su cause, especialmente en el terreno político y económico, teniendo en cuenta que los procesos electorales de 2010 son tan importantes en la práctica como en el significado simbólico así como la reivindicación de los mercados, que si bien fallaron durante los últimos años, resulta temerario pensar que fracasaron para siempre.


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