Por la próxima...a la derecha


Así muchos han interpretado la elección de Sebastián Piñera, el millonario nuevo presidente de Chile. No es errado pensar que el resultado de la elección presidencial chilena tenga un fuerte contenido ideológico y sea un presagio del viro que la región, de naturaleza inconforme con sus regímenes, dé en las próximas elecciones. Sin embargo, ¿por qué perdió Eduardo Frei, representante de la Concertación, que presidió el país hace 12 años, heredero de una exitosa tradición política que llevó a Lagos y a Bachelet al poder e hizo de Chile el país más próspero de América Latina?, ¿por qué el éxito político y económico de la presidenta Bachelet no fue suficiente para mantener a la Concertación en el poder?, sin duda que esas preguntas hallan su respuesta fuera de las propias fronteras del país austral. A la Concertación el electorado chileno no le cobró nada, como lo procuraré ilustrar más adelante, o por lo menos no algo que haya hecho mal, en lo absoluto; la democracia chilena cobró algo ante lo cual no había nada que hacer: el hecho que Frei fuese parte del mismo espectro político de Hugo Chávez lo hizo vulnerable. Nada que hacer, a pesar que la izquierda gobernante se asemeja más a una derecha liberal.

La elección de Piñera es, ante todo, un cambio cargado de simbolismo. El éxito chileno no cambiará, o eso se espera, porque las políticas que han determinado el rumbo de esta nación de 14 millones de habitantes no han comulgado con alguna ideología en especial. Si se le analiza, la economía chilena es de las más liberalizadas, el libre comercio es una determinante de su actividad económica, sus empresas son las más competitivas de Latinoamerica y su modelo productivo, en general, se asemeja al de una nación capitalista en el máximo nivel. No obstante su orientación keynesiana, que marcó el contraste con la época del boom durante los años oscuros de la dictadura de Pinochet, ha permitido que los avances sociales sean notorios al dotar al Estado de herramientas fiscales e institucionales que han logrado, a pesar de las desigualdades aún notorias, tener uno de los índices de pobreza más bajos y considerar que hacia mediados de la década de 2010 Chile será parte de la OCDE, ergo será una nación desarrollada, quizás la única de la región. Si se le mira, el modelo chileno es muy apegado a la socialdemocracia, luego en nada se asemeja al socialismo salvaje que hoy acecha a Venezuela.

El elector chileno prefirió de una buena vez elegir a quien sea capaz de alejarse del temible modelo bolivariano. Pero que Piñera sea el presidente también podría tener una sutil implicación mucho más trascendental para el chileno de a pié. Por una parte la crisis económica global y su influencia negativa sobre la inversión privada, que demandó indudablemente una acción mucho más frontal de parte del Estado, podría suponer de parte del nuevo gobierno, mucho más liberal en cuanto a la política económica, los incentivos para recomponer la producción privada y de ese modo llenar ese punto negro en la gestión de la Concertación, que si bien mejoró los indicadores sociales, en el empleo no lo hizo tan así. Es decir, lograr que la actividad del sector privado recobre vigor y su desempeño permita alivianar cargas fiscales al Gobierno que eventualmente podrían impactar desfavorablemente a la economía, especialmente una vez el retroceso económico global tiende a perder fuerza. En términos prácticos lo que resultó de la segunda vuelta electoral en Chile es el vaticinio que América Latina, luego de una década de ensayo con la izquierda más radical, despertará del hechizo del discurso que reivindica a pueblos con hambre con la exaltación de su carácter y los valores populares pero que, finalmente, no les quitó el hambre. La Concertación jamás hizo parte de ese modelo pero un observador desprevenido creerá que una izquierda y otra es lo mismo, finalmente, y con Chávez como su mayor exponente en estas regiones lo mejor es no buscar la diferencia entre ellas.

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