El camino de servidumbre


Tal y como tituló Hayek a su más grandiosa obra filosófico-económica parece ser el título también del camino por el que Venezuela optó. Basta con recordar un aparte de la obra de Hayek para reconocer que el país con las mayores reservas petroleras de estas latitudes está preparando un camino conducente a la más vil de las tiranías, en nombre de la justicia social: "cualquier política dirigida directamente a un ideal de justicia distributiva, es decir, a lo que alguien entienda como una distribución más justa, tiene necesariamente que conducir a la destrucción del imperio de la ley porque, para producir el mismo resultado en personas diferentes, sería necesario tratarlas de forma diferente. Y ¿Cómo podría haber entonces leyes generales?".

Por lo anterior se puede deducir un poco el espíritu de la Escuela económica austriaca, a la cual perteneció Von Hayek y cuyos aportes a la teoría liberal hoy son aún analizados. Por una parte el individualismo metodológico, que entiende a la sociedad como el agregado o conjunto de decisiones particulares, ergo el comportamiento social podría explicarse desde la conducta de los individuos; pero en otro escenario la mayor sugerencia de la Escuela austriaca, la de la tradición hayekiana y de Mises, aquella que declaró la guerra al socialismo marxista y a toda clase de colectivismo, es que defender a la propiedad privada es defender la capacidad de la libre formación de precios en un mercado, lo que permite a los agentes intuir la utilidad de un bien u obtener información sobre la escasez. Sólo la propiedad privada minimiza la escasez (es lógico, quien más tiene minimiza su sensación de escasez).

Venezuela desde 1999 le apostó a un peligroso discurso que compromete ideologías radicales, más en regiones donde la volatilidad política ha conducido a experimentar riesgosos modelos de desarrollo con efectos adversos. Von Hayek, hace más de 60 años, alega que los deseos de planificación de las economías, es decir, controlar la producción y asignar los recursos, muy usuales en la época de la bipolaridad ideológica y hoy el delirio de un grupo de líderes sudamericanos, ya sea con buenas intenciones, resultan usualmente desastrosos, ¿por qué lo concluye Hayek así?, apela a una variable que a menudo genera debate en la teoría económica, la información, y que a juicio del alemán resulta imposible que sea procesada eficientemente por los agentes planificadores. Chávez aparece, entonces, como un planificador que ha dispuesto a su voluntad la asignación de recursos, tal como la expropiación de capitales extranjeros, la nacionalización de bienes de uso privado o la destinación de partidas presupuestales para atender programas asistencialistas, simples transferencias e incentivos que perpetúan a la pobreza, o al menos muchas conductas que implicitamente lo hacen. Pero más allá de las implicaciones económicas, que hasta ahora han resultado desastrosas sin excepción, las implicaciones sociales y políticas podrían ser tanto o más poderosas.

Cuando se tiene en mente un plan que permite la estructura de una economía centralizada, necesariamente se apela a una relación en la que un colectivo entrega a un individuo o a un grupo pequeño de planificadores el poder necesario para desarrollar el proyecto centralizador. No obstante al no haber la supuesta pero ingenua unanimidad se suele llegar a la imposición (en estos casos la negociación colectiva fracasa generalmente). Es así como en un contexto de relaciones de poder aquel que ostente el beneplácito de un cuerpo colectivo apelará a la coerción para mantener sus fines deseados. Este tipo de fallas, sugiere Hayek, llevará a una percepción generalizada de carencia de poder del Estado, por lo que se pensará en la necesidad de un hombre fuerte, un planificador capaz de hacer lo necesario para cumplir su objetivo de dotar al Estado del poder necesario para sustituir al mercado como principal fuente de asignación de recursos e inevitablemente se suele llegar a la dictadura. Se presenta la necesidad de un hombre fuerte que logre la tan anhelada justicia social.

Pero Venezuela, en una posición bien diferente a la determinada por Rusia y el extinto bloque soviético y como está en camino de entenderlo China, parece negar que el recorrido para llegar a una dictadura se cumplió. Hoy la negociación colectiva fracasó en Venezuela, la iniciativa privada fue próscrita, se centralizó las decisiones económicas y la supuesta debilidad estatal, que se convirtió en el caballito de batalla de quien frunció el ceño contra el capitalismo y tildó de culpable de todas las miserias humanas, fue cubierta no con un fortalecimiento institucional, bien sustentado en Europa Occidental, sino con la presencia de un hombre fuerte, que al final de cuentas devino dictador, como en la mayoría de las naciones pobres del África Central. Ni Hayek ni Marx, en un sentido amplio, son orillas prudentes para el gobierno de las relaciones sociales, pero si he de casarme con alguno, prefiero a aquel que fundamentalmente sea capaz de concebir a las libertades individuales como el bastión supremo de la actividad económica. Bien lo dijo Montesquieu en su momento: "la democracia debe guardarse de dos defectos: el espíritu de la desigualdad, que lo conduce a la aristocracia, y el espíritu de la igualdad extrema, que la conduce al despotismo". Sin duda Venezuela delineó y siguió un camino de servidumbre, tristemente sólo un trazo de sangre hará entender a los electores venezolanos que el despotismo cobra caro el deseo inclemente y desmesurado de buscar la justicia social, la de la igualdad, que al final de cuentas nunca será más que una utopía humana.

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