De la ignorancia y otros demonios


La ignorancia ha sido históricamente un negocio rentable -quizás si yo fuese ya un empresario no tendría dudas de eso y posiblemente aprovecharía esos vacíos intelectuales de los consumidores-, no obstante hace un buen rato no veía tal provecho comercial de un fenómeno mediático que ya trasciende culturas, nacionalidades y que peligrosamente están empleando fanáticos religiosos y científicos sintéticos para ganar espacios en la coyuntura. Desde que recordaron que el calendario Maya termina el 21 de diciembre de 2012, por una razón que la ciencia no puede pretender entender dada la intempestiva desaparición de esa cultura -equivale a que el hombre moderno nunca sabrá por qué la Biblia termina en Apocalípsis y no en un Evangelio-, la explotación de la idea que sugiere que esa fecha es el fin de los tiempos cayó como la oportunidad que cada cierto periodo se presenta de generar unas utilidades que sólo se pueden sacar del pánico casi mórbido del público.

¿Recuerdan los últimos años del siglo XX, en que todas las películas, los más grandes Best Seller y la incertidumbre giraban en torno a una catástrofe que supuestamente la Biblia tenía como contratada para el 31 de diciembre de 1999, en un escenario no menos que ridículo porque había un segmento académico que decía que el siglo acababa el 31 de diciembre de 2000, no de 1999? También logro recordar con algo de claridad cuando algunos personajes hablaban de un fenómeno que afectaría la cada vez crecientes redes informáticas con el fenómeno del Y2K, que hacía creer que a las 00h00 del 1 de enero de 2000 los relojes de los servidores marcarían el 01-01-00 como fecha, con la pequeña complicación que sería de ¡1900 y no 2000!, ¿a quién se le ocurrió tal disparate que nunca sucedió?, fue tan cursi esa teoría que la popular serie animada Los Simpson hizo una sátira cómica de ese vergonzoso intento de despertar el pánico. Y es que históricamente el hombre ha buscado el temor a través del fanatismo religioso y de la interpretación literal de las escrituras bíblicas y de los textos considerados sagrados. Cuentan algunos relatos que en la noche del final de diciembre del año 999, hace un milenio y cuando asomaba su rostro el Medioevo, en las calles de las lúgubres ciudades europeas se presentaron muertes auto inducidas y el miedo entre las personas, especialmente las menos ilustradas, fue generalizado. La mañana del 1 de enero del año 1000 demostró que tantas muertes y tal pánico era infundado, sin embargo el carácter obstinado del hombre reservó ese temor para un milenio después.

No se requiere hacer un análisis profundo para ver como del pánico hacen fiestas medios de comunicación y los imprescindibles para estas ocasiones: los fanáticos religiosos que parecen reclutas en acción permanente. Buena parte de la programación de canales internacionales como The History Channel está dedicada al estudio con cierto sesgo de las profecías de diferentes culturas que con los días han ido viendo la luz y que, al parecer, justifican el hecho que sugiere que la Humanidad tiene sus días contados. No deja de llamar la atención que Hollywood haya tenido un éxito taquillero con una película que explícitamente abordó el tema y al mismo tiempo varios escritores, que generalmente creen en la fuerza del mercado para dirimir sus dilemas sobre qué, cuándo y cómo escribir, han dedicado buena parte de sus talentos a dar interpretaciones de los sucesos. Si bien, insisto, un empresario busca captar ingresos desde muchos modos, llama más la atención es la reacción de los incautos y el deseo impetuoso de los fanáticos de convencernos que el mundo tal y como lo conocemos está en sus últimos tiempos. Por una parte fenómenos que son fortuitos desde nuestras pobres facultades humanas, como un terremoto, lo pretendemos ver como un efecto sobreviniente; por ejemplo alguna persona se le ocurrió pensar que el terremoto que sacudió a Chile a finales de febrero es un hecho que tiene relación directa con el fenómeno de Haití de enero. Ahora una teoría sin valor ni rigor que podría mandar al suelo todos los avances científicos en geología logra que muchos crean que los sismos se generan en cadena. Resulta patético y no tiene ningún fundamento científico creerlo, excepto el deseo de despertar el pánico -supongo que si alguien siente placer generando pánico financiero y especulando rumores, no tiene nada de extraño que lo haga con algo tan serio y que asusta con facilidad como un terremoto-, realmente predecir un sismo es imposible, aunque decir que "un día de estos" va a temblar tiene igualmente un mérito precario: siempre tiembla. Es como predecir que vamos a morir, todos sabemos que eso sucederá pero no cuándo será eso.

Si alguien me pregunta si creo en el fin de los tiempos diré que sí. Que cuando morimos se termina un tiempo. Si alguien me pregunta si creo en el fin del mundo citaría a Carl Sagan, el célebre científico de los años 60 y 70, quien asimiló al mundo como un organismo que se destruye a sí mismo. Si eso pasa estamos condenados. Parece que nuestra condena es la actitud mezquina del humano con su entorno, con los recursos vitales, con las armas, con el deseo depredador de acabarlo todo y de no pensar en el futuro. Pero más parece que buscar el final nuestro en un hecho incierto y salido del contexto humano se asemeja a una forma de salvar nuestra responsabilidad por el deterioro de nuestro hábitat que nos conduce a un paso lento pero seguro hacia la destrucción mutua (si se acaba el mundo es por designio divino y no por negligencia humana). Han pasado miles de años desde que el hombre moderno vive y las más grandes tragedias de la Historia han sido causadas por su mentalidad destructiva: hasta la fecha ningún evento natural ha superado la mortandad de las guerras mundiales, que aniquilaron conjuntamente a cerca de 70 millones de personas. Cuando dicen que por el mundo caminará el diablo sólo puedo pensar en algo: sobre el mundo camina hace mucho tiempo la ignorancia y otros demonios, más humanos que nuestras delirantes visiones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El transporte como bien público

Siloé y el mensaje que le queda a Cali

Pobreza, desigualdad y responsabilidad social