El juego de la guerra y la paz


Robert Aumann, premio en Ciencias Económicas del Banco de Suecia instituido en honor de Alfred Nobel en 2005, asegura en el momento de recibir este reconocimiento por su análisis económico de la guerra y la paz desde la teoría de juegos que los conflictos armados son las principales causas de la miseria humana. Es por ello que dentro del estudio de la guerra conviene desplazar los estudios pragmáticos de conflictos discretos y específicos por un análisis general y profundo de las determinantes de la guerra, como lo haría el médico con una enfermedad, para antes de curarla entender a qué se enfrenta.

Durante muchos años se ha hecho esfuerzos loables en la búsqueda de alternativas de resolución de los conflictos, pero siempre partiendo de un supuesto que tiende a diluirse cuando nos adentramos con mayor juicio en el análisis de los factores que determinan la guerra: siempre asumimos como realidad que ésta es un acto irracional. La guerra ha acompañado a las civilizaciones desde los mismos inicios de los tiempos, por las diferentes motivaciones que haya existido aunque todas puedan encerrarse en el concepto de intereses; sostiene el matemático y economista israelí que las guerras son racionales por definición, ¿por qué?, porque ser racional es actuar en función de lo mejor para los intereses propios en presencia de una información dada. De ese modo aunque la guerra causa daño, se advierte, es consciente y responde a una defensa extrema de intereses poderosos.

Finalmente en economía, como lo manifestó otro Nobel, Jim Tobin, no es más que incentivos a lo que esta ciencia social se refiere, y es esta disciplina la que me ocupa. De ese modo se induce a un razonamiento en lo absoluto descabellado: hay incentivos que llevan a la guerra y hay incentivos que la previenen. En un escenario más técnico y preciso los juegos repetitivos, aquellos que modelan la interacción de los agentes en un largo plazo, conciben fenómenos tales como la solidaridad, el altruismo, la cooperación, la confianza, la lealtad, la amenaza, entre otros fenómenos comunes en las relaciones humanas. La economía es un juego y como tal arroja resultados a menudo contra intuitivos.

En el campo de la guerra la paz es la negación al conflicto y se busca imponerla, generalmente con resultados infructuosos. Contextualicemos en el conflicto colombiano. Durante el Gobierno de Andrés Pastrana Arango se promovió la desmilitarización de un área superior a la superficie suiza y se replegó a todo el contingente armado del Estado con el fin de dar las garantías para el diálogo con el grupo guerrillero de las FARC. Evidentemente para los más pacifistas y progresistas el diálogo se constituía en la pieza fundamental para detener un conflicto que ponía en la palestra al Estado colombiano y amenazaba con proscribirlo. El resultado buscado por el Gobierno de Colombia, de detener la embestida guerrillera, parecía obtenerse, sin embargo su tesis de renunciar a la disuasión armada para en un futuro próximo evitar el alzamiento bélico cumple una característica común en los juegos de larga duración: los resultados son contra intuitivos y por tanto creer que un desarme de parte del Estado prevendría al país de una nueva escalada armada de los rebeldes fue una apreciación errónea, finalmente las FARC iniciaron una de sus mayores ofensivas contra el Estado en los momentos en que éste concentraba sus esfuerzos en la paz negociada. Las estrategias de la guerrilla, de cualquier modo, no parecía ser muy coherente con la actitud pasiva del Estado: secuestros masivos, bombardeos en ciudades y destrucción de infraestructura vial y energética.

¿Por qué la guerra fría nunca estalló?, porque existía una permanente posibilidad de que la reacción de una de las dos potencias beligerantes castigara vehementemente un intento de una de ellas de atacar sus suelos o a uno de sus aliados. En los juegos repetitivos, que refuerzan interacciones, en este caso la vigilancia mutua, existe la estrategia del castigo o la amenaza que pueden servir de disuasorio efectivo contra un intento de agresión ofensiva. En Colombia no sucedía eso; mientras las agrupaciones armadas se fortalecían belicamente y obtenían cuantiosas ganancias derivadas de su inmersión en el negocio de las drogas ilegales, el aparato militar estatal era obsoleto y carente de cualquier capacidad de reacción que sirviera de detención para una ofensiva de los ilegales.

¿Cuál es la estrategia?, evidentemente hay varias alternativas, pero consideremos dos. La primera es una solución cooperativa del juego, a través de un arreglo o un contrato, que generalmente resulta ser el mecanismo más acertado para detener una guerra y procurar la paz; dicho contrato puede ser cumplido voluntariamente y fruto de la confianza o a través de un mecanismo como el sistema legal. El otro camino es el juego extendido en el tiempo pero donde, a menos que se presente una tasa de descuento alta (es decir, el beneficio que obtiene cada individuo o agente representativo por incurrir en su conducta), exista para una parte un constreñimiento impuesto por otra: el castigo. Esto pasará si una de las dos partes valora más el corto plazo, es decir, si una parte considera que en el corto plazo obtiene beneficios, la otra considerará que en largo plazo puede castigarse la conducta inapropiada. Si las FARC o un grupo armado ilegal o un delincuente en particular encuentra en el juego que cualquier acción que emprenda hoy será severamente castigada por el Estado mañana es posible que se delimite un final de los incentivos a la guerra y la creación de otros para la paz.

No obstante en Colombia ese asunto se presenta con distorsiones severas: el crimen y el negocio de la guerra en el país goza de incentivos (una tasa de descuento) mucho mayores que el castigo que podría imponer el Estado colombiano -o sea, que sin importar el castigo, el costo de asumirlo nunca igualará el beneficio de actuar en función de intereses propios, así sean inadecuados-, y esa tasa de descuento está definida por las cuantiosas rentas del narcotráfico.

De allí que la política de seguridad que emprenda el Gobierno de Colombia no puede ser de corto plazo ni puede cometer el error en que se incurre cuando se analiza a la guerra como un hecho circunstancial alejado de la voluntad, además de proveer de los mecanismos necesarios para atacar el núcleo duro del conflicto, en otras palabras, para anular el efecto de los incentivos para emprenderlo. Debe ser una política que privilegie la dotación de las mejores fuerzas armadas disponibles para disuadir a amenazas internas y externas, pero a su vez dándole a los sistemas judiciales los recursos necesarios para hacer cumplir los contratos, los arreglos cooperativos y castigar los actos indebidos. Mientras eso no suceda el país se verá abocado a los vejámenes de la guerra, inclemencias que traen consigo toda clase de miserias. Entendamos la guerra como lo hizo Abraham Lincoln el día de su investidura como presidente de los Estados Unidos: "ambas partes reprobaban la guerra; pero una parte iría a la guerra antes que dejar que la nación sobreviviera y la otra aceptaría antes que dejarla perecer. Y llegó la guerra."



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