La educación para el desarrollo
Existen fenómenos sociales que son causa de las brechas sociales y a su vez consecuencia de las mismas. La educación en Colombia, y especialmente la enseñanza superior, presenta con claridad esta situación: la baja cobertura y la calidad de la formación que reciben muchos de los estudiantes universitarios del país se explica como una causa de las brechas sociales pero también se puede decir que se explican como una consecuencia de las mismas. Un bachiller pobre no accederá por sus propios medios a una universidad privada de alta calidad, por los elevados costos que esto implica, a no ser que sus capacidades lo faculten para ingresar a una universidad pública o para recibir una beca que financie su educación, no obstante la situación se agrava en aquellas regiones en que la oferta educativa es precaria. Pero, por otro lado, un egresado de una universidad que le ha impartido una educación de baja calidad y cuya proyección profesional es muy discreta hará parte ineludible de los abismos sociales que separan a unos privilegiados de otros que no lo son. El ciclo se vuelve reiterativo y las soluciones distan de ser simples.
¿Para qué sirve la educación?, sin duda que es la herramienta fundamental para que ciertos sectores sociales asciendan y se generen procesos redistributivos de las rentas. No obstante la educación se convierte también en una estrategia para el desarrollo cuando se concibe como la fuerza capaz de producir conocimiento que se añade al potencial productivo de las naciones. Es así como las naciones más avanzadas sustentan sus riquezas en la producción de bienes y servicios de alto valor agregado, generalmente añadido por el conocimiento, mientras las naciones que no ostentan un alto nivel de progreso social y económico sustentan la producción de riqueza en bienes intensivos en mano de obra no calificada. Así como sin mano de obra y capital no es posible producir, en tiempos de una economía globalizada y donde el desempeño se evalúa por la capacidad de innovar y mejorar los bienes primarios, sin la presencia del conocimiento podría decirse que tampoco es plausible hacerlo. Allí cobra importancia la educación como fundamento de una nueva estructura económica y social, cuya búsqueda es imperativa en América Latina.
¿Qué expectativas tiene Colombia en las actuales condiciones para hablar de la educación como estrategia para el desarrollo?, claramente aún las perspectivas son discretas, no obstante muy superiores a las de hace cerca de una década, cuando la educación pública era incipiente, ineficiente e insuficiente, donde la educación privada estuvo exclusivamente dirigida a las clases más favorecidas y en donde no existía cobertura universal en educación básica. El panorama ciertamente ha cambiado cuando hoy hay cerca de 600 mil cupos en educación superior más que hace diez años, pero en un país donde en promedio se gradúan anualmente 500 mil bachilleres esa capacidad dista de ser la indicada. Es común que un estudiante que no logra ingresar a una universidad pública tampoco lo haga a una privada por limitantes económicas - también por el racionamiento del crédito- y en el escenario más devastador para una sociedad tampoco consigue empleo. No es descabellado verlo de ese modo en un país donde el desempleo juvenil bordea el 22%. Luego surge la pregunta obligada, ¿qué hacer con esos excesos de fuerza de trabajo cesante y no calificada que no ingresan al mercado laboral pero tampoco al sistema educativo?
La pregunta es compleja y respuestas hay varias. Por una parte está la cualificación de esa fuerza de trabajo a través de aprendizaje práctico, en el que aprenden una técnica que los capacita para desempeñar labores que sin requerir de amplios conocimientos se pueden hacer mejor con una cualificación que no necesariamente hay que adquirir en una universidad. Pero por otra parte está la necesidad latente de potenciar la capacidad productiva de los individuos y la inmersión de la economía en procesos que promuevan la creación de bienes y servicios de alto valor agregado, ¿cómo se obtiene?, la respuesta más clara es a través de la formación que fomente las aptitudes científicas y profesionales de los bachilleres aumentando su capacidad de hacerlos más competitivos y capaces de generar un aporte real desde su condición de individuo. Sin embargo pretender llevar al 100% de los graduados de secundaria a la universidad es inútil. La economía necesita tanto a gerentes con visión e idoneidad en la dirección de las organizaciones como a personal que se encargue del aseo público, de hacer el vestido que usamos y de mantener los vehículos en que nos desplazamos. Eso nos lleva a pensar que la estrategia no es única pero que la educación permanece como fundamento de cualquier opción que se asuma.
En las actuales condiciones se identifica que la principal limitación de los estudiantes universitarios está dada por la ausencia de recursos suficientes o su incapacidad de acceder a un crédito. En Colombia la mayor parte de las matrículas son financiadas por el Estado pero distan de ser sus líneas de crédito las más adecuadas si se evalúa los requisitos que impone y que definitivamente no cubren todas las necesidades. Las universidades con el fin de facilitar el acceso ofrecen convenios con bancos y entidades financieras para obtener créditos a una tasa de interés relativamente baja pero a periodos muy cortos que liquidan cuotas impagables para un estudiante de bajos recursos o cuya situación económica, sin ser vulnerable, le impide asumir ese compromiso -como pasa con frecuencia en las clases medias- y que difícilmente cumple con los criterios de asignación del préstamo. De allí que bajo ese modelo es difícil incrementar la cobertura en educación superior, si bien la alternativa provisional será la de incrementar la capacidad de las universidades públicas, especialmente las presentes en las regiones menos pobladas dado que las más importantes del país trabajan al tope de su oferta.
Así que el compromiso con la educación como estrategia para el desarrollo ofrece varios retos. Pero abre también expectativas sobre la posibilidad de explotar alternativas aún desconocidas en el país como lo es la subvención de matrículas en universidad privada en una proporción que permita facilitar aún más el acceso de estudiantes con dificultades económicas que tampoco logran acceder al sistema estatal de educación superior. De cualquier modo, un modelo que ofrece resultados interesantes y que sin duda ataca una de las fuentes de diferenciación social más acentuadas en la sociedad colombiana es inevitablemente aquel que asuma como prioritaria a la educación.
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