Preferencias electorales y la crisis del desespero
Estamos a poco menos de un mes y quince días de la primera vuelta de la elección presidencial en Colombia, la segunda más llamativa de las tres que ha habido en la primera década de este siglo. Para el 30 de mayo las preferencias electorales estarán consolidadas y como es de estimarse, no se elegirá ese día al sucesor de Álvaro Uribe Vélez. Con el debate de los candidatos presidenciales de la noche del pasado domingo se concretaron varias observaciones. La primera de ellas consiste en una dispersión ideológica entre quienes quieren acercarse al pensamiento que posibilitó la elección y la reelección del actual Gobierno y su protagonismo invulnerable durante los últimos ocho años y quienes se presentan como renovación, cambio y justicia, sin lograr dilucidar concretamente un argumento contundente. Es lógico que tanto los candidatos estén buscando capturar las preferencias de los electores como que éstas aún estén en fase de acoplamiento con el contexto político actual, producto de las expectativas que hasta hace poco menos de dos meses se tenía en relación con un probable tercer mandato del actual presidente.
La segunda observación, quizás la más importante, parte del hecho que al estar las preferencias de los electores tan dispersas los candidatos están buscando captarlas a su favor a través de diferentes estrategias electorales. Sin embargo parece que las estrategias de la mayoría de los postulantes no logran impactar y modificar la elección de los ciudadanos. Por una parte, tendencia mantenida desde el mismo día en que la Corte Constitucional declaró inexequible la ley de convocatoria al referéndum reeleccionista, Juan Manuel Santos ha estado liderando los sondeos de opinión que si bien muestran variaciones en cuanto al porcentaje de la intención de voto confirman que entre el público uribista más ortodoxo es él y su movimiento político, hoy la mayor fuerza del Congreso de la República, la representación más pura de la continuidad de la gestión del presidente Uribe. Así que Santos optó y optará por mantener su discurso apegado al del jefe del Estado y buscará que en el imaginario popular su figura sea asociada de inmediato con la del presidente; no obstante es una jugada arriesgada que lo puede mantener en el nivel de aceptación actual, so riesgo de ser superado por quienes sin pensar diferente en lo esencial se muestran como un producto diferenciado, y por qué no, mejor que el régimen de Uribe, como es el caso de Mockus.
En la actual competencia quizás la única persona beneficiada, a excepción de Santos por estar más cómodo en las encuestas, es el ex alcalde mayor de Bogotá, quien en tres semanas pasó de un discreto tercer lugar con cerca del 9% de la intención de voto a un segundo lugar de cerca del 30%, particularmente gracias a un fervor inusitado en las juventudes tradicionalmente escépticas de la política que lo ven como un factor de renovación. Así que la primera vuelta es suficiente para descartar a Sanín y los demás candidatos, quienes en su desespero por garantizar su presencia en una virtual segunda vuelta han optado por hacer uso de la opción del desprestigio de quienes van al frente de las preferencias. Es así como Noemí, Pardo y Petro le recordarán a Santos su pasado como funcionario del Gobierno, los falsos positivos que vieron la luz durante su gestión como ministro de Defensa pero que eran un mal oculto en el Ejército desde el mismo comienzo de la subversión en Colombia, así como desde el Polo Democrático, representante de la izquierda que corre el riesgo de pasar a formar parte de los grupos minoritarios, se buscará que la gente vea en Mockus a un neoliberal 'decente', pero de cualquier modo "un peligro" para un país que debe virar en el mismo sentido que Venezuela, Ecuador o Bolivia.
El desespero se adueña de quienes van en las peores posiciones según las preferencias ordenadas de los electores. Cuando las circunstancias previenen de una segura derrota parece justificarse toda clase de epítetos contra los competidores, como lo mostró la actitud de Noemí Sanín de increpar y acusar a Santos de ofrecer dádivas burocráticas a quienes se adhieran a su aspiración presidencial. No obstante el peligro de que este debate pierda de vista lo realmente esencial e importante está latente, las ideas para una nueva política que permita el desarrollo, la seguridad y el bienestar corren el riesgo de cederle el paso a las acusaciones personales, algo que no distinguiría a esta campaña de las anteriores.
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