De Vegecio
Flavio Vegecio Renato fue un ensayista del imperio romano del siglo IV, dedicado a los relatos de la milicia y la guerra en las legiones militares del César. Su tratado más célebre, Epitoma Rei Militaris, se escribe cuando Vegecio lamenta profundamente el estado en que se encuentra el ejército romano y añora con profundidad las glorias de los tiempos anteriores, pero ante todo propone el levantamiento de una milicia mejor armada, más disciplinada y mejor entrenada; por ello en el Libro I, capítulo I, Vegecio vehemente establece que la victoria de la guerra no depende completamente del número o del simple valor; sólo la destreza y la disciplina la asegurarán. Hallaremos que los romanos debieron la conquista del mundo a ninguna otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observancia de la disciplinan en sus campamentos y el perseverante cultivo de las otras artes de la guerra. Finalmente la sentencia vegesiana ha trascendido a los tiempos: igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum, o simplemente si tu anhelo es la paz, debes estar preparado para la guerra, ¿tiene sentido?
Sostiene Robert Aumann , el teórico de juegos israelí que obtuvo el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas instituido en honor de A. Nobel en 2005, algo muy similar cuando sustenta la utilidad de los juegos repetitivos cuando las estrategias que logran la cooperación en un equilibrio de un superjuego incluyen castigos en la fase posterior si no hay cooperación en la fase actual. Pero si las tasas de descuento son muy elevadas, los jugadores están más interesados en el presente que en el futuro, y la ganancia que se puede extraer ahora es posible que compense con creces las pérdidas posteriores. Esto da lugar a que el castigo futuro sea menospreciado. Por eso es conveniente traer a colación las propuestas que un candidato presidencial en Colombia debería tener con respecto a dos asuntos fundamentales, teniendo en cuenta a Vegecio y a Aumann: la defensa estratégica de la nación y la relación con la vecina Venezuela.
Es claro que desde casi un lustro el fortalecimiento militar venezolano ha generado un desequilibrio con Colombia fundamental. Mientras Colombia incrementó su armamento táctico y aumentó el pie de fuerza de sus cuerpos de defensa y seguridad, Venezuela se dotó de armamento estratégico de última generación cuyo uso eventualmente sería catastrófico para Colombia, que cuenta con una veintena de aviones estratégicos de más de dos décadas de servicio mientras su vecino cuenta con una fuerza que lo duplica en cantidad y además compuesta por equipos de última generación. Para muchos que un candidato proponga equilibrar ese fenómeno, es decir, que promueva un sistema de defensa estratégico en Colombia debería ser mal visto, pero, ¿es correcto condenar esa alternativa?, sugiere Aumann que el primer error que cometen los países para evitar la guerra es prescindir de armarse o desarmarse unilateralmente. Cita un caso concreto: lo que evitó que la Guerra fría se volviera un conflicto armado de escala mundial fue la existencia de un poderoso incentivo (un castigo que ninguno estaba dispuesto a asumir) para mantener el equilibrio en este superjuego bélico entre potencias beligerantes rivales: tal castigo puede ser la DMA, o destrucción mutua asegurada. Finalmente como la guerra es racional, es evidente que ambos jugadores encuentran más beneficios (la supervivencia) en el equilibrio que imponiendo un castigo (la destrucción total) a una conducta inadecuada.
Unamos entonces el asunto de Venezuela y sus turbulentas relaciones con el Gobierno colombiano y el asunto de la defensa estratégica como garantía de un equilibrio de un superjuego donde al parecer la tasa de descuento -la ganancia- es mayor para el gobernante venezolano cuando se enfrenta con Colombia, explicado porque el castigo de hacerlo es despreciable con el beneficio presente de la confrontación (para un personaje como el presidente Chávez el hecho de mantener los ánimos contra Colombia entre su electorado, aún mayoritario, es claramente más beneficioso que mostrarse afecto a un presidente como Uribe), porque finalmente, ¿qué puede hacer Colombia para presionar a Venezuela a llevar a un equilibrio que genere beneficios para ambos.? Porque el juego está planteado así: si la opción A es "Venezuela confronta a Colombia" y la opción B es "Venezuela coopera con Colombia y mantiene relaciones", claramente Caracas prefiere A y Bogotá prefiere B, donde el castigo para Venezuela por elegir A es irrisorio frente al beneficio de hacerlo. Simplemente porque para Bogotá los beneficios son económicos, dados en volúmenes de exportaciones e inversiones, mientras para Caracas el beneficio es político y electoral, además que trabajará con la certeza que Bogotá no tiene elementos disuasivos para forzar un nuevo contrato dada su significativa debilidad militar, así su diplomacia sea relativamente más idónea que la venezolana, ¿cómo convence Bogotá a Caracas de cooperar para aumentar los beneficios económicos, o dicho de otro modo, para no afectar los ingresos y los flujos de capitales en ambos países y elegir la opción A?, ahí se plantea el primer debate práctico.
¿Por qué los países con intereses estratégicos se arman estratégicamente?, lo hace Brasil, lo hace Chile, lo hacen las naciones árabes poseedoras del petróleo, lo hace Venezuela para darle sustento a sus reformas internas y lo ha hecho históricamente Estados Unidos. No porque vayan a la guerra, en lo absoluto, sino porque en un mundo plagado de poderosos intereses es esa línea verde del camuflado de los militares la que impide que los jugadores actúen con dolo. Dicho de otro modo, es la tenencia de ejércitos la que precipita que las naciones busquen acuerdos para maximizar sus beneficios, de lo contrario, hace rato Palestina habría radicalmente enfrentado a los israelíes por sus tierras y los nicaragüenses se habrían apropiado de San Andrés y Providencia sin acudir a la Corte Penal Internacional. Los países que están en guerra con otras naciones, o que padecen conflictos internos, explican sus miserias por la ausencia de incentivos para detener la confrontación: los beneficios en la fase actual son tan jugosos y los Estados tan débiles que los castigos posteriores son absolutamente despreciables por los jugadores. Parece ser entonces que si el némesis de Hugo Chávez fuese un país débil de América Central hace rato hubiese actuado para liquidarlo, pero como el castigo de ir por su enemigo estadounidense es la destrucción asegurada no mutua -los EE.UU. siempre están listos para la guerra-, optará siempre por un equilibrio tenso, pero al fin y al cabo un equilibrio pacífico, mientras con Colombia aunque no haya guerra pone en práctica otras medidas tan agresivas como un bombardeo. A su juicio queda, señor lector.
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