El Titanic europeo
La mole económica más grande del mundo, aquella considerada inhundible, el mayor mercado del planeta, amenaza con estrellarse contra un peligroso iceberg y naufragar como hace un siglo lo hiciera el crucero más famoso de la historia. La crisis griega, la crítica desaceleración económica española que arroja una desastrosa cifra de desempleo del 20% , la lánguida recuperación de la Eurozona y la devaluación del euro en relación con el dólar son los síntomas más perceptibles de la debacle económica de Europa y por consiguiente de la necesidad imperativa de ofrecer correctivos y cambios estructurales a las economías más importantes del globo.
La crisis de la deuda griega, que ha precipitado el pánico en los mercados financieros globales por cuenta de la baja en la calificación del riesgo crediticio que basicamente al ponerle el sello a los títulos griegos de basura cierra el mercado global de capitales a la nación mediterránea, cierne la amenaza que más inquieta a los inversionistas de portafolio: el contagio de la crisis griega a España, una de las cuatro economías dominantes y grandes de la UE pero la más propensa por su debilidad, y a Portugal, cuyo riesgo de déficit fiscal insostenible es latente. Sin embargo la aparición de déficit no es un asunto exclusivo de las naciones emergentes o de una potencia con debilidades estructurales como España. Se afirma sin mucho inconveniente que el Reino Unido es quizás una de las naciones con mayores niveles de deuda y la preocupación de hasta dónde las naciones europeas podrán sostener un gasto deficitario sin incurrir en situaciones como la griega, que está a días de la bancarrota y revivir los dramáticos episodios de 2001 en Argentina de no ser por un plan de salvamento dirigido por el bloque económico europeo que supera los 146 mil millones de euros, es un asunto diario en las altas esferas de decisión europea e internacionales.
Ciertamente Grecia tendrá que pagar el costo del plan de salvamento que básicamente da un respiro a su economía y le da la posibilidad de maniobrar por unos tres años más. No obstante el desmonte del Estado de Bienestar y todos los beneficios que suponían cargas fiscales a la Hacienda helénica, condición que imponen los países financiadores del rescate para acceder a él -especialmente Alemania-, no tendrá a nadie feliz, especialmente a los empleados públicos de ingresos medios y bajos que verán sus hábitos de consumo seriamente alterados por cuenta de una reducción de sus salarios nominales en el marco de un plan de austeridad emprendido por el Gobierno socialista. Sin duda que Grecia actuó irresponsablemente al falsificar sus estados financieros para ocultar un manejo indebido de las finanzas públicas y así obtener el derecho a ser miembro en ejercicio de la Unión Europea y con un hecho sobreviniente como la crisis financiera mundial (que representó más endeudamiento) era apenas pensable que habría un break down con costos económicos y sociales muy altos. Pero no puede negarse que haber acudido al endeudamiento público para financiar el gasto y la inversión estatal era una necesidad de la cual ningún estado europeo podía apartarse so pena de colapsar con los efectos de la depresión económica global que afectó el crecimiento de la mayor parte de economías abiertas del mundo. En tiempos de crisis la prudencia en el gasto es una locura, como lo sugirió Krugman en 2007 al iniciar la caída del sistema financiero norteamericano.
Sin duda que la crisis europea debe verse en dos tiempos. En momentos de crisis, lo advierte la mayoría de los economistas, hay que perderle el temor a lo que denominan la tinta roja en las cifras, es decir, en tiempos de auge es conveniente preocuparse por el déficit presupuestario y por la responsabilidad fiscal pero cuando la crisis es el hecho que prevalece la virtud de los fundamentalistas de la austeridad fiscal se vuelve un vicio peligroso. En 1936, en pleno New Deal, el deseo de los Gobiernos de superar la dura recesión económica obligó a poner en marcha un plan basado en una política fiscal expansiva sugerida por Keynes en su Teoría General, quien pensó que la influencia negativa del ciclo económico lleva a la disminución sustancial de la inversión privada con efectos devastadores en el nivel de empleo. Concluyó a partir de esa realidad que construir casas, puentes, autopistas o emprender alguna clase de obra financiada por el Gobierno, que demande que las empresas produzcan insumos y contraten fuerza de trabajo, es sin duda un costo mucho menor que el que haría pagar la crisis. Es seguro que el Gobierno se endeudará para impulsar a la economía en un escenario como el descrito por Keynes, pero eso es apenas una arista de la situación o cuando se mira el problema desde un sólo lado de la hoja, como lo sugiere Stiglitz: uno no sólo debería detenerse a ver el monto de las deudas de las empresas o del gobierno; hay que ver también los activos.
El gasto canalizado hacia la inversión educativa, en infraestructura o en desarrollo de nuevas tecnologías sin duda conducirá hacia la disminución del déficit de largo plazo. Concentrarse en la deuda de corto plazo no tiene sentido porque no permite ver las ventajas de una inversión en sectores estratégicos que pueden impulsar el crecimiento de largo plazo. El análisis del costo-beneficio de endeudarse para financiar inversión pública señala que aún con la deuda incluida, el crecimiento rápido de la economía y los rendimientos derivados de la inversión estatal permitirán cubrir el monto de la deuda y de ese modo esos gastos se harán atractivos.
Como se quiera, aún hay países que no pueden permitirse la reducción del gasto público. El crecimiento económico y las previsiones sobre el sector privado de los Estados Unidos y muy especialmente de Europa son insuficientes para pensar en la necesidad de un recorte presupuestario de parte de los gobiernos. Existe el riesgo de un ostracismo económico dada una incapacidad manifiesta de la economía para crear empleo por sí misma en el escenario de un repliegue de la ayuda estatal. Si las previsiones en este aspecto se cumplen, aún no es tiempo que Europa desmonte su gasto público e incluso la financiación del salvamento griego implica esfuerzos fiscales mayores, no sólo como una señal de confianza y coherencia para los inversionistas sino como la garantía de que, al menos, no se perderán puestos de trabajo y los Estados honrarán sus obligaciones. El caso griego es excepcional, pero en el resto de la Unión es imperativo el esfuerzo gubernamental para impedir una caída económica más pronunciada.
Pero en un segundo tiempo surge un interrogante, ¿cuándo será el momento justo del desmantelamiento de las políticas anti cíclicas en Europa?, la respuesta no es una sola y obedece a las características de cada nación. Actuar de forma prematura postergará los efectos de la crisis que pretendió superarse, pero esperar demasiado es sencillamente poner la semilla de la próxima espiral descendente. Europa juega en un tablero de estrategias muy complicado: su integración política y económica sin suprimir la soberanía de las naciones, heterogéneas todas, permite a cada país moverse con relativa libertad pero con el peso de la responsabilidad de no actuar des coordinadamente so pena de traer más inestabilidad a los ya alterados mercados financieros.
Por otro lado el desafío europeo trasciende al déficit y a buscar que no se imponga el pesimismo en cuanto a la sostenibilidad fiscal, como lo advirtió el FMI en su informe sobre Europa. Los resultados de la política monetaria de la comunidad, dirigida por el Banco Central Europeo, permitieron que países cuyas monedas hubieran sufrido tanto los efectos de la crisis como desequilibrios nocivos prevalecieran con cierta estabilidad en su cuenta corriente, pero que luego de la recesión le permitió a los mercados percatarse de los desempeños divergentes de todos los países de la Unión y las primas de los bonos soberanos por eso tomaron caminos opuestos en ocasiones. En momentos en que Europa se propone fortalecerse, la creación de nuevas reglas e instituciones son retos que sólo verán reflejado su éxito en la función del euro durante los próximos años.
El panorama europeo requiere que por un tiempo los gobiernos orienten sus esfuerzos a sostener con cautela un elevado gasto público, en atención especialmente a una demanda interna muy débil aunque el comercio internacional curiosamente se reaviva, no obstante es absolutamente indispensable considerar que no pueden perder de vista las autoridades económicas que pronto el desmonte de las políticas extraordinarias para la crisis será igualmente una necesidad, de lo contrario el Viejo Continente se mira como el viejo Titanic yendo irremediablemente contra el iceberg que causará su hundimiento. Si Europa se recupera el mundo podrá decir que la economía ha vuelto a su ansiado equilibrio, contrario a las voces que señalan a China como motor económico alternativo -quizás más para ocultar la animadversión que algunos tienen sobre la vieja pero imprescindible maquinaria productiva europea.-
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