La delgada línea blanca



Relata Plutarco, citado por Dionisio, que Pirro de Epiro, luego de una feroz batalla en Heraclea en la cual los romanos sufrieron enormes pérdidas y donde su ejército perdió a los mejores hombres y comandantes de sus legiones, respondió con la famosa frase que resume el carácter de las victorias pírricas a uno que se acercó a darle el parte de victoria : "una victoria más como esta y vuelvo solo a casa."

Lo supo Napoleón Bonaparte cuando conquistó Moscú en aquel invierno de 1812, que le costó la pérdida de más del 90% de su Grande Armée y representó el inicio de la caída del primer imperio francés. Porque hay victorias cuyo costo permite asumir que son indeseables o preferiblemente son victorias que no se quiere ostentar; lo supieron los nazis en Rusia, cuando quisieron hacer caer a la Unión Soviética e hicieron que ambas partes beligerantes tuvieran un número de víctimas tan elevado que restaba brillo a cualquier éxito. Y ahora, parece, se presenta este extraño fenómeno de las victorias costosas en la guerra contra uno de los males más arraigados en el continente americano: el narcotráfico.

La guerra contra las drogas completa casi tres décadas de despiadada cruzada. Desde cuando en la administración de Richard Nixon se establecieron políticas de represión de la oferta de drogas ilegales ha sido una constante la obsesión del Gobierno de los Estados Unidos de detener a toda costa la oferta pero cometiendo un error enorme y es no intervenir la demanda de estas sustancias. Como en los Estados Unidos estaban atacando las redes de distribución, era necesario producir esos preciados bienes ilícitos en un país que ofreciera las ventajas comparativas que hicieran que sus bajos costos precipitaran astronómicas rentabilidades que se verían disminuidas si se produjeran en América del Norte, por ejemplo. Hacia la década de 1970, cuando la guerra de Vietnam convocaba a la sociedad occidental en contra de la confrontación bélica, el consumo de estupefacientes se disparó a niveles que pronto generó un efecto contagioso que involucró a países de geografías escarpadas y debilidades institucionales, tales como zonas donde la autoridad estatal es tradicionalmente difusa ligada a un aislamiento físico, porque la demanda había rebasado a la oferta y era necesario tener un productor capaz de suplirla.

En Colombia la iniciativa intergubernamental ha desmantelado varios carteles y desde 2000, cuando entró en vigencia el Plan Colombia, la ayuda estadounidense ha sido destinada a equipar a las fuerzas armadas colombianas para la lucha antinarcóticos, que luego de varios arreglos al tratado de cooperación se extendió el alcance del soporte extranjero a la lucha contra la subversión, que hoy a diferencia de hace 20 años es un actor determinante en las redes de distribución y defensa del rentable negocio de las drogas ilegales. Vale la pena considerar algunas cifras de la ONU en la producción de cocaína, muy apetecida en los mercados internacionales de las drogas ilícitas, para entender un poco la magnitud del Plan Colombia: en 1998, cuando aún no se iniciaba la inversión estadounidense en virtud de la estrategia común antidrogas que ha costado cerca de 5 mil millones de dólares, se produjeron en Colombia 435 toneladas métricas de hoja de coca, que por sí sola superaba la producción conjunta de Perú y Bolivia, de 240 y 150 toneladas métricas respectivamente. En 2000, la producción colombiana del bien ilícito estaba en las 695 toneladas, que comenzó un marcado descenso en los años posteriores hasta en 2008 llegar a las 430, cifra ligeramente inferior a la de 1998. No obstante la producción peruana aumentó a 302 toneladas mientras Bolivia pasó de una producción en 2000 de tan sólo 43 toneladas a casi 150 en 2008, lo que permite dilucidar el primer fenómeno que se resalta a continuación.

Se identifica que mientras la producción colombiana tuvo un marcado descenso en la medida en que la política antinarcóticos del Gobierno se hizo más agresiva, en Perú y Bolivia el producto se incrementó en este último caso en un 150%, lo que implica que hubo un desplazamiento de la producción de Colombia hacia ambas naciones: el balloon effect, o 'efecto globo', ¿cómo se puede explicar?, sencillamente como el fenómeno que describe la tendencia de los productores de drogas ilícitas a moverse a nuevas áreas en respuesta a las campañas de erradicación locales. Al ver dificultades para producir en Colombia fueron a Perú y Bolivia donde la producción puede llevarse de modo similar y donde la política de los gobiernos no es tan agresiva. Así que si bien en Colombia la producción y las áreas con cultivos ilícitos han tenido una fuerte disminución, las redes de producción establecidas en el país encuentran que en los países vecinos pueden disminuir el riesgo de pérdida y mantener el negocio. Lo demuestra que diez años después de iniciado el Plan Colombia hay cifras que sugieren que la lucha ha arrojado resultados exitosos en cuanto a incautaciones pero las redes que mueven el negocio permanecen intactas, justificando el efecto hidra en el cual la pérdida de un nodo en la red precipita la aparición de un número mayor de nodos, ¿por qué?, porque la represión hace más rentable el negocio y siempre habrá quien esté dispuesto a llevarlo a cabo. Producir un kilo de cocaína quizás no cueste mucho en cuanto a los costos de capital y trabajo, pero por el riesgo que implica en el transporte y la constante incertidumbre de la persecución de las autoridades hace que un kilo que en América del Sur vale 2 mil dólares en Estados Unidos se venda en cerca de 25 mil.

De modo tal que a pesar de los avances estatales, de la disposición de tecnologías bélicas de avanzada para la interdicción y la erradicación, los carteles hoy operan como redes cuyos nodos están fácilmente conectados, en gran medida por las facilidades de transporte y comunicaciones modernas que permite que la cooperación y la información se hagan plausibles. Pero también las tecnologías modernas hacen más fáciles las guerras entre carteles, como lo demostró la segmentación a muerte del cartel del Norte del Valle, el antagonismo entre la guerrilla de las FARC y las bandas emergentes otrora cobijadas por el fenómeno paramilitar y su guerra a muerte con los grandes capos de las drogas. Pasó en Colombia y hoy pasa en México entre los carteles de la Frontera y de Laredo. Sin duda que la violencia es un síntoma social, como cuando el cuerpo reacciona violentamente contra una infección. Pero es un síntoma que como la fiebre puede pasar de ser una reacción natural del cuerpo contra una patología cualquiera a ser un factor de riesgo de muerte. Y es que aunque no existe un consolidado del número de muertos asociados directamente al narcotráfico sí es posible usar algunos datos oficiales como proxy de la magnitud del problema de la represión de la oferta en América, concretamente en EE.UU., Colombia y México, que padecen sus efectos devastadores: en EE.UU. hay en el sistema federal de prisiones cerca de 2 millones de detenidos con cargos relacionados con el tráfico, posesión y distribución de drogas ilegales; en México ha habido 6561 asesinatos relacionados con la guerra contra el narco, mientras por el lado de los resultados favorables para los gobiernos se cuenta el decomiso de más de 61 mil kilos de drogas, suficiente armamento para dotar al ejército de un país centroamericano y más de 270 millones de dólares. Todas esas cifras en dos años en el territorio de la República mexicana. No obstante, y cuando Colombia triplica esas cifras -incluidas las de muertos-, tanto en México como en Colombia el narcotráfico se mantiene.

¿Qué pasa entonces?, ¿por qué la enfermedad no desaparece a pesar de las altas dosis de medicinas?, realmente debe partirse de un hecho económico concreto: no tratamos con un fenómeno infeccioso y aislado, estamos en una lucha contra un mercado global de mercancías. Lo que sucede en una calle europea o norteamericana está claramente relacionado con lo que sucede en un cultivo colombiano ilícito. El distribuidor estadounidense es una ficha de la mafia colombiana y mexicana, no un agente aislado. Además las ventajas comparativas de los países latinoamericanos, notablemente sus frágiles estructuras institucionales y sobre las que nos referiremos más adelante, aún los hacen un enclave estratégico para los productores y distribuidores de drogas ilícitas. La rentabilidad del negocio es un poderoso aliciente que justifica todo.

D cualquier forma el mismo carácter global del mercado de estas mercancías arroja pistas a la solución del problema. Dicha solución se encuentra en la órbita de una estrategia global contra el narcotráfico, que contextualizado puede asociarse a la inutilidad de que en Colombia se sancione el porte de la dosis mínima de narcóticos mientras en buena parte de Europa existe exceso de demanda y tras del hecho ésta se encuentra exenta de castigo. Si en Colombia y en los grandes mercados se sancionara el consumo, quizás sería diferente todo. Pero es impensable que un país como Holanda penalice la demanda. Así que la primera llamada a la legalización del consumo aparece. No sólo para dar coherencia a un mercado global sino para precipitar los precios a la baja. No obstante es comprensible el temor de algunos gobiernos a la legalización: ¿qué garantía hay que los países latinoamericanos puedan responder a un reto tan grande a la salud pública?, si no se logra prevenir los embarazos no deseados en los adolescentes, es perfectamente probable que no logre evitarse un aumento desmesurado de la base de consumidores de sustancias otrora ilegales. Sin embargo la violencia desaforada cada vez presiona a la búsqueda de un arreglo institucional certero que aniquile el incentivo que moviliza todos los ánimos, incluso los más radicales: la rentabilidad de un negocio que justifica hasta los más atroces delitos.


Pero en efecto es mucho menos complejo atacar la demanda de una oferta legalizada. Sin duda que los costos sociales de la prevención o del tratamiento de los adictos son más bajos y la acción del sistema de salud es un trabajo que puede arrojar resultados a la larga mucho más tangibles y estables que una represión sistemática de la oferta, como sucede en la actualidad. A diferencia de los oferentes, es improbable que los demandantes tengan una reacción violenta ante una política estatal contra el consumo. Finalmente se ha anulado el efecto devastador de la rentabilidad, una tasa de descuento muy alta que hace ver irrisorio a un castigo cualquiera, mientras la tasa de descuento subjetiva de consumir o abstenerse de hacerlo puede variar y facilitar un proceso de prevención o rehabilitación.

Por otro lado las redes de producción, distribución y defensa del negocio del narcotráfico ha hallado una herramienta muy poderosa, incluso mayor que su arsenal bélico: el poder corruptor y el beneplácito tácito de la sociedad. Quizás los colombianos y mexicanos piensen que es mejor vivir sin narcotráfico que con él, pero su silencio actúa con algún dejo de complicidad. De cualquier modo no es inusual ver iconografía y aire de admiración hacia los grandes capos del negocio que han logrado que se incube una escala de valores propias del carácter de los miembros de las redes del narcotráfico, la famosa 'cultura traqueta', que se agrava cuando los 'narcos' encontraron una debilidad en las autoridades del Estado.

El soborno, la compra de consciencias y el silencio cómplice, que incluso llegó a altas esferas de la organización estatal como el Congreso en Colombia, logró modificar los resultados de las políticas y las leyes, permear a las agencias de seguridad del Estado y dominar territorios completos. Tal fue su poder que incluso las almas de los más fieros defensores del Estado de Derecho cayeron cautivas del inmenso poder corruptor de las mafias. Una debilidad institucional mayúscula que se suma a otros tantos motivos, como el rezago en materia de coberturas sociales que entrega legiones de hombres y mujeres sumidos en la falta de oportunidades por las vías legales y que ofrece a toda una sociedad a las garras ensangrentadas del narcotráfico. El mismo que compra almas, somete a Estados completos y se hace más fuerte después de cada estocada. Esa delgada línea que cruzamos nos hace a diario pensar que hemos vencido en esta guerra cuando el parte de victoria anuncia los decomisos millonarios, las detenciones masivas y las severas condenas a los capos, pero la línea blanca que diariamente consumen las finas narices de algunos europeos y estadounidenses nos recuerda que cada victoria de nuestros gobiernos en América es cada vez más costosa que la anterior, y como Pirro, sabemos que cada triunfo de las autoridades es sólo un costo más que pagamos los contribuyentes. Los mismos que nos acostumbramos a poner no sólo dinero, sino también los muertos en esta guerra.


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