Las preferencias de los electores
Entender las motivaciones de los votantes resulta toda una disciplina que deja extenuados a los científicos sociales que estudian constantemente las reglas de la elección social. Los últimos sucesos electorales en el mundo demuestran que la capacidad de los electores de sorprender no tiene límites. Va el primer caso: los Laboristas en el Reino Unido pierden las mayorías en el Parlamento, el primer ministro renuncia y cede su puesto a los conservadores. Hasta ahí no sorprende puesto que los sondeos anunciaban que los tories ganarían pero que no obtendrían una mayoría que les permitiese gobernar sin acudir a coaliciones de acuerdo a la convención británica, el contrato social no escrito que rige a la política británica. Lo sorprendente es que en buena parte de las esferas sociales más influyentes se considera dos aspectos: que son los conservadores a ambos lados del Atlántico -o sus recetas económicas, impulsadas por laboristas, paradójicamente- los culpables de la crisis económica que sacude al mundo hace dos años y que los laboristas fueron capaces de llevar a la nación británica a aguas mansas y superar con un enorme esfuerzo fiscal los efectos negativos del ciclo depresivo, aún cuando los costos sociales de este fueron enormes.
No obstante los electores británicos sentenciaron a los laboristas desde el mismo día en que se supo que la invasión a Irak fue sustentada con argumentos muy débiles que rayan en la mentira y el apoyo estricto de Tony Blair al gobierno de los Estados Unidos en su cruzada mundial contra el terrorismo se volvió en una causa que pronto pasó cuenta de cobro al Labour. Ahora con un pánico recorriendo a Europa luego de la crisis griega, la palabra déficit causa escozor entre los electores y el temor ante el gigante endeudamiento del Tesoro británico fue muy bien capitalizada por los 'tories', no obstante es el elevado gasto público lo que permitió al Reino Unido perfilarse favorablemente en medio de una profunda crisis global.
En Chile la Concertación, el exitoso proyecto político que gobernó al país en los últimos 20 años y llevó a la nación sudamericana a una envidiable posición en el concierto internacional, pierde las elecciones inexplicablemente y dan el gobierno a la derecha. Muchos analistas dicen que fue la crisis económica que golpeó al país austral y generó preocupantes tasas de paro la que precipitó la derrota de la izquierda social demócrata. Pero otros analistas dan cuenta de un fenómeno aún más profundo y más difícil de explicar: las preferencias de los electores son cambiantes y pronto el voto que antes maximizó su utilidad ahora sencillamente no le place. Y es que ese fenómeno sucede por la misma realidad cambiante de las sociedades; si hace un periodo de un gobernante o un legislador la prioridad del electorado era un tema de interés nacional cualquiera, es muy probable que en ese lapso haya un tema que genere hoy más interés y se considere más prioritario. Las realidades son dinámicas e inducen a que las preferencias electorales sean también dinámicas, lo cual indica que la izquierda chilena o los laboristas británicos habrían podido igual perder las elecciones en sus respectivas naciones en ausencia de un hecho sobreviniente, como una guerra o una crisis económica.
Pasemos a un caso más familiar. En enero y principios de febrero, el presidente Uribe tenía prácticamente asegurado su tercer periodo constitucional. Se daba por un hecho que si el referendum que declaró inexequible la Corte Constitucional colombiana lograba llegar a manos de los votantes el actual gobernante tendría su presidencia garantizada; ni siquiera sus más fieros opositores radicales pudieron, a pesar de la ira que les despertaba la iniciativa, alterar las preferencias de los votantes que, como un consumidores político que son, sacan provecho a un bien que les genera una utilidad que ninguno otro les provee. Piense en el efecto novedoso, en términos de un psicólogo, pero piense también en lo que sucede cuando un producto logra ganar participación en el mercado y es difícilmente sustituible. Quizás el producto no es difícilmente sustituible per se sino porque para el consumidor no hay otro bien que le genere igual o mayor placer. Con esa analogía es coherente que el presidente Uribe fuese considerado casi insustituible.
Pero, ¿por qué una vez se retira Uribe de la eventual competencia los electores dispersaron sus preferencias en cuanto a la oferta de candidatos que se les presentó?, ¿no era lógico que el candidato que mejor representara al presidente, bien por ser de su partido o bien por contar con el beneplácito de la maquinaria política del jefe del Estado, tuviera igual o mayor aceptación que Uribe?, ¿por qué eso no pasó?; la respuesta es bastante sencilla y es que la satisfacción que genera una opción dada no la ofrecerá una opción que aunque semejante en sus características no es idéntica. Eso demuestra nuevamente que los electores orientan constantemente sus preferencias y de ese mismo modo las pretensiones de continuidad tienden a estar condenadas al fracaso en las democracias modernas. Sólo aquellos que logren mostrarse como renovación y logren sintonizar las preferencias de los electores tendrán garantizada su victoria. Pero eso, evidentemente, no es tan fácil. Los laboristas lo supieron.
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