Consumidor electoral


Desde las teorías de la elección social, muy normativas e infortunadamente carentes de práctica, se sugiere que el voto es un mecanismo de revelación de preferencias en un contexto en el que la información presenta perturbaciones que la hacen incompleta y asimétrica. Así que el voto, ante la incapacidad de reflejar las preferencias individuales en una sola función de preferencia social, aparece como el mecanismo más próximo para construir el bienestar social.

Se podría agregar que el voto es una unidad de cambio y una unidad de cuenta, como el dinero. De cambio porque sirve para que un elector entregue su voto decisorio a cambio de una propuesta programática que satisfaga sus preferencias -lo que lo hace un consumidor electoral- y también es unidad de cuenta porque socialmente sólo valdrá aquella propuesta que haya recibido el mayor número de votos luego de la respectiva sumatoria de éstos -como un bien y servicio que tiene mayor aceptación en un mercado-.

Análogamente, si un votante representa la demanda de un mercado electoral y un candidato es la oferta de tal mecanismo de preferencias, quiere decir que un elector debería elegir aquella opción que maximice su utilidad o beneficios y minimice los costos y las pérdidas. Del mismo modo que actuaría un consumidor en el mercado de bienes y servicios: adquiere aquellos que maximicen su utilidad conforme a una restricción presupuestaria. El consumidor electoral tiene como restricción al voto y buscará una propuesta que le brinde el mayor beneficio (desea sacarle el máximo provecho al sufragio). Una de las ventajas de este mercado, muy normativamente hablando, sería que todos los consumidores son homogéneos dado que nadie tiene mayor capacidad de consumo que el otro, según un arreglo que consagra sus derechos y deberes en condiciones de igualdad.

Así que en unas elecciones, si operaran los mecanismos de elección social, es plausible pensar que sólo la curva de fronteras de utilidad presentaría el límite de la aceptación de propuestas y el marco en el cual los programas de gobierno y legislación deberían regirse. No obstante los supuestos son muy restrictivos y no tienen en consideración la presencia de asimetrías de información dentro del mercado electoral que precipitan conductas oportunistas y corrupción.

Lo anterior, realmente, pretende presentar un marco teórico para justificar una petición y sugerencia a los votantes: elegir es como consumir, por tanto usted, en tanto que votante, debe poner en consideración todo el conjunto de sus preferencias para elegir a quien para usted será el mejor gobernante, alejado de cualquier presión o externalidad que afecte la toma de la decisión. El voto libre consiste en poder responder a aquellas situaciones como usted cree que es mejor, al margen de consideraciones éticas y morales. No venda su voto -piense que es vender su dinero y que nadie más que usted sabe cómo invertirlo mejor en función de sus conveniencias-, pero tampoco ceda a factores externos que imponen tácitamente su beneficio sobre el de los demás, ¿dejaría de comprar su comida favorita porque la mayoría de su entorno -amigos, familiares, vecinos- prefiere una diferente? ¿se sentiría bien adquiriendo ese plato que no le satisface? ¿cambiaría sus hábitos de consumo a cambio de una retribución única y temporal?

A su juicio, señor elector, pero no olvide que de su cesta de posibilidades de consumo del próximo domingo 20 de junio dependerá una parte de su futuro, del presente y del futuro de su país.

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