Mi decisión
No había querido referirme a mi clara preferencia por el candidato presidencial del Partido de la U, en parte como auto censura ante los insistentes ataques a la ética y la moral de quienes defendemos a Santos Calderón como el mejor prospecto para orientar al Gobierno de Colombia en los próximos cuatro años por parte de aquellos enfundados en el arma de la transparencia, de los principios de la legalidad y de los fundamentos morales humanos. Bajo ningún precepto diré palabra contra la campaña de Antanas Mockus porque haya puesto en la escena de lo público la imperiosa necesidad de recuperar los verdaderos principios de la ciudadanía en una sociedad como la colombiana que asume cada vez posturas más preocupantes de ilegalidad y ausencia de autoridad.
Admiro a Mockus y realmente, lo confieso, en su momento consideré que si Santos, mi primera opción, perdía la elección ante él Colombia quedaría segura en las manos del Partido Verde. En primera parte porque no hay una diferencia profunda y fundamental que distancie a las propuestas programáticas de los hoy candidatos a la segunda vuelta electoral y en gran parte porque el candidato Mockus logra hacer una apuesta muy contraria a la tradición de la realpolitik no solo colombiana sino de la escena internacional: arriesgarse a renunciar al manejo mediático de las campañas política, muy propias de occidente. Es admirable aunque riesgoso.
Admiré el fervor que despertó en la academia y en ciertos segmentos de la juventud, generalmente apolítica o renuente a participar en procesos democráticos; un fervor que se presenció en las redes sociales, donde los jóvenes suelen confiar su activismo ideológico de forma libre y que, como se comprobó, contrasta con el ambiente real donde el silencio suele ser más sonoro. Que un candidato hiciera soñar a los jóvenes es sin duda un activo que adquiere la democracia colombiana y que no debe permitirse que se extinga.
No obstante desde el 30 de mayo decidí que aunque creo en lo anterior, ya no creo que Antanas Mockus sea la opción. Mejor aún, al ver y oír a Santos en su discurso post electoral, reafirmé mis preferencias hacia él y deposité toda mi confianza en quien creo tiene el mejor plan de gobierno en aras de construir un país que cada vez más brinde mayor bienestar a sus ciudadanos y ratifique su condición de un estado social de derecho, libre, soberano y próspero.
Me causó tal repulsión la actitud de los 'verdes' la noche de aquel domingo y más reprobación la actitud de su candidato, que no pude evitar ver caer con tristeza las expectativas que en él tenía, a pesar de no ser el candidato que me reportara mayor utilidad. Sentí un autoritarismo moral ofensivo, sentí que aquella noche se había menospreciado a quienes por diversas razones optamos por otras propuestas: haber apoyado a Santos no me hace menos honorable que quien apoya a Mockus, no obstante se vendió el mensaje que los santistas queremos un país corrupto, violento y rezagado mientras los mockusistas enarbolaban las banderas únicas e indivisibles del progreso, la prosperidad y la paz.
Siempre he creído que los errores de los gobiernos cuando se capitalizan electoralmente por un candidato rival contra quien representa el oficialismo gobernante son una herramienta ligera usada por el contrincante que denota incapacidad de mostrarse como el mejor candidato. Nunca quise oír por qué no votar por Santos pero sí anhelé oír por qué sí votar por Mockus. Esa razón no me llegó más que en frases reiterativas y a las cuales no les descubrí un fondo programático real práctico. Cuando leí el plan de gobierno de Santos me sentí identificado, es ambicioso y para mí es lo que corresponde a un país que necesita fortalecerse en todos sus sectores y superar sus brechas. Entendí y compartí su propuesta económica -la que definió mi apoyo- y sentí íntimamente que de realizarse, Colombia tendrá un mejor futuro basado en un crecimiento elevado y sustentado en una estructura económica que permita el desarrollo humano integral.
No tengo tacha sobre la hoja de vida de Santos y me cuesta trabajo creer que quienes defienden la legalidad sean los primeros en juzgar sin un acervo probatorio suficiente que justifique tal andanada de acusaciones contra el candidato. Yo no sigo a Santos porque sea continuador de Uribe, de quien creo hay cosas rescatables pero también hay que corregir y cambiar algunas en el rumbo que determinaron sus ocho años de gobierno, yo espero a Santos como presidente porque confío en sus aptitudes, demostradas todas en sus 36 años de carrera en el servicio público y en el sector privado. Siento que Mockus hoy luce como un líder espiritual de una causa que empieza por el individuo y no por un político. Quiero un presidente que inspire la autoridad que tanto necesita este país y tenga la visión técnica para afrontar como corresponde todos los problemas que afronta.
No puedo apoyar a quien acusa que las elecciones se han ganado gracias a los subsidios del Gobierno a los pobres mientras un vehículo con su publicidad deja claro que fortalecerá esos mismos programas que acusa de ser una parte de su derrota y del dominio de la clase gobernante sobre los menos favorecidos, a quien cree en el fraude y en una victoria ilegal indigna de la campaña rival, conjugando un mesianismo que tanto se le criticó al actual presidente. Creo en la democracia colombiana como creo que quien recibe un subsidio del Gobierno es apenas natural que sienta una cuota de agradecimiento con él y lo recompense en las urnas. Me repugna que se haga política amenazando a los receptores de las ayudas estatales con condiciones, como me genera repulsión ajustar el discurso a las conveniencias, cuando se ha sido defensor a ultranza de las convicciones.
Siento que Santos me ofrece un país mejor, mientras ser seguidor de Mockus me hace un fanático y novicio de imaginaciones que quiero autoritariamente imponer como profecías. Porque para mí la democracia es el mejor mecanismo para elegir el mejor modelo de bienestar social, no el mejor código ético, porque en lo público la ley es la regla y la autoridad la vía para cumplirla y en Mockus siento lo primero pero no lo segundo. De nada sirve elegir a un símbolo del cambio si desde la base no se cambia, como veo que sucede mayoritariamente. Tristemente encontré que quien defiende a muerte la bandera de la moral en la función pública, más temprano que tarde tendrá que quemarla en nombre de esa misma lucha.
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