El milagro español
No lo fue el triunfo de la selección española de fútbol en el anterior Campeonato Mundial de Sudáfrica. Es más, ese triunfo era un imperativo para la nómina más costosa del mundo, una selección de muchas estrellas y que estaba en deuda tras sus sucesivos fracasos en los torneos mundiales. El milagro español es aquel que viene del mismo momento en que se instaura la monarquía constitucional, que cierra el oscuro paso del fascismo franquista que hizo de España la paria de Europa durante gran parte del siglo XX.
España expuso con gran claridad la simbiosis necesaria entre estabilidad política y progreso económico. Difícilmente, lo demostró la nación ibérica, puede haber progreso en ausencia de un sistema político que lo propicie. Los Acuerdos de la Moncloa de la transición española, firmados en 1977 por los actores del Gobierno, el Congreso de los Diputados y las Centrales obreras, han sido el ejemplo más elocuente de un proceso de unidad para armonizar el ejercicio del poder, el control político y la política económica que represente un avance social inocultable.
¿Qué era España en 1977?, un país con altas tasas de paro, el ingreso per cápita más bajo de la Comunidad europea, una inflación que acababa con el poder de compra del dinero y amenazaba con degradarse en una hiperinflación inmanejable en presencia de una pobreza que tocaba a 1 de cada 3 hogares españoles. Había restricciones a la prensa, no existía la libertad de opinión y no existía el derecho de asociación política. Las instituciones políticas del Estado eran propias de una dictadura y las potestades de las ramas del poder público carecían de sentido práctico.
Entre 1990 y 2000 el crecimiento económico español lo impulsó a ser una potencia mundial, las empresas ibéricas se globalizaron y expandieron, se abrió a la economía y a esta se le hizo una fuente de captación (y emisión) de capitales. Hacia finales de la década de 1990 España era una de las 10 economías del globo, inexplicablemente relegada de los más importantes foros económicos y políticos multilaterales, Madrid se hizo un epicentro económico y político, la producción industrial era elevada y las condiciones de vida de los ciudadanos estaba en sintonía con la media europea.
Hoy, cuando se desarrolló el debate anual del Estado de la Nación más importante de los últimos años y amenaza con hacer trisas el gobierno socialista, aparece en escena la precaria situación económica de España y la marcada división política y étnica que atormenta y agrava la crisis que toca a 4 millones de españoles en paro y una contracción económica acentuada y enmarcada en un preocupante nivel de deuda pública. Peor aún, llega la crisis en medio de la polarización del debate político y la confrontación abierta entre el gobernante PSOE y el opositor Partido Popular y unos espíritus nacionalistas retoñados y pretenciosos, muy especialmente en Cataluña y el País Vasco.
El debate de hoy está protagonizado por dos fuerzas políticas que han pecado, sin excepción, por un voraz apetito político y por obra y omisión. El PP abrió a la economía, fortaleció al sector financiero e hizo de España una nación moderna. El PSOE consolidó conquistas sociales y sacó provecho de los altos retornos de la actividad económica a favor del bienestar de los trabajadores. Pero ni el PP ni el PSOE están exentos de pecado: el PP impulsó a la economía con una receta peligrosa, muy proclive a vicios como la especulación y muy frágil, sustentada en el negocio inmobiliario y el sector financiero y el PSOE no lo corrigió a tiempo. Además ambas fuerzas gobernantes no han tomado en serio y sin vacilaciones los vientos independentistas de las regiones autónomas, que de no darse un manejo pertinente amenaza con hacer de España un estado unitario fallido.
Y es que la competitividad de la economía española -I+D, formación de capital humano- no fue una prioridad y si bien hoy España presenta una infraestructura propia de una nación civilizada, carece de los niveles de desarrollo científicos y tecnológicos de naciones como Francia y Alemania. Ninguno de los partidos impulsó a tiempo las reformas estructurales y llegada la crisis pasó lo obvio: el derrumbe de la actividad económica, gasto público deficitario excesivo y recortes de beneficios sociales con la sensación de polarización y malestar que demuestran las últimas huelgas de trabajadores a lo largo y ancho del país.
Pero es muy poco probable que el sistema económico se ajuste espontáneamente si no existe un ajuste político que necesariamente debe llegar o bien vía de acuerdos programáticos entre partidos -similares a los de 1977- o bien en las elecciones de 2011. Sin embargo en honor a la sensatez, los políticos españoles deberían disipar las divisiones y optar por el acuerdo en lo fundamental, porque es muy probable que un año sea demasiado tarde para los 4 millones de desempleados de España.
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