Espíritu bicentenario


Pocas festividades han despertado tantos intereses de los gobiernos latinoamericanos en los últimos años. Desde 2009 y hasta 2011 la gran mayoría de las naciones del sur del Continente americano conmemoran dos siglos de vida republicana. Algunos países como Argentina se escindieron inmediatamente de España mientras Colombia fue más prudente. Motivo por el cual su celebración debe matizarse pero no por ello, aclaro, deberá menospreciarse.

Vale aclarar que los sucesos del 20 de julio en la clerical Santa fe, capital del Virreinato de la Nueva Granada, no fueron marginales. La Colonia estaba exaltada varias décadas atrás y el deseo de aquellos ciudadanos nacidos en tierras americanas de recibir el mismo trato que los ciudadanos de la metrópoli española se veía influenciado por la Revolución en los Estados Unidos que 30 años antes dio la libertad a la nación más importante del continente, mientras los sucesos de Quito llegaban rápido a la entonces pequeña ciudad de Cali, donde el 03 de julio una junta de ciudadanos liderada por Joaquín de Caicedo exigía por primera vez a las autoridades reales españolas un trato igualitario, sin renunciar al poder de Fernando VII, restablecido monarca de España ante la derrota de Napoleón.

El 20 de julio, 17 días después, fue el culmen de una serie de sucesos que deben analizarse bien. La Junta Suprema de Gobierno, que había firmado el Acta de la Independencia, destruida en los sucesos del 9 de abril de 1948, no proclamó la separación irrevocable de las colonias españolas que hoy constituyen a la República colombiana sino que, en una expresión muy poco valorada hasta hoy, condicionó la lealtad de la Colonia al Rey de España siempre que los ciudadanos del Virreinato fuesen reconocidos en igualdad de derechos que los ciudadanos españoles y, ante todo, que Su Majestad aceptase a la hoy Bogotá como sede de Gobierno.

En efecto el 20 de julio no es una independencia como podría celebrarse en el 4 de julio estadounidense o el mismo 7 de agosto en nuestro país. El 20 de julio, si se establece un parangón, puede compararse con el 14 de julio en Francia, en que unos ciudadanos que recibían un trato segregacionista de parte de sus gobernantes exigieron los principios fundamentales de la igualdad, la libertad y la fraternidad como condición imperativa para constituir una nación moderna y alejada de estructuras sociales añejas que propiciaban la esclavitud y los privilegios ante un Estado vetusto. Así las cosas, antes que un Grito de Independencia, el 20 de julio fue la primera gran expresión de una sociedad en Colombia por la demanda de la igualdad en los derechos y por consiguiente por la búsqueda de una libertad que, más que territorial, era la constitutiva de toda naturaleza nacional. Se reconocía que aún siendo españoles se podía ser libre.

Fue un Grito de Independencia porque significó el antecedente más palpable de un descontento de las colonias de un imperio que había hace rato envejecido y no encontraba fórmulas para revitalizar el comercio, cambiar sus instituciones políticas y permitir nuevas infraestructuras sociales capaces de hacer a metrópoli y colonias tierras más ricas. La rigidez del yugo español impidió que el mismo comercio, que debió ser baluarte de un imperio donde literalmente el sol nunca se ocultaba, actuara como la sangre que irriga y garantiza las funciones vitales del cuerpo. Los españoles llevaron a su país toda clase de materias primas que ellos convirtieron en bienes de valor agregado pero que jamás permitieron a los americanos si quiera disfrutar. Y quienes podían hacerlo lo hacían a un costo muy elevado dadas unas estructuras tributarias perversas e inequitativas que incluso anulaban los efectos benéficos del intercambio entre colonias y metrópoli. Estructuras tributarias que garantizaban que el disfrute de las riquezas del Continente americano fuesen un privilegio exclusivo de los colonos. Pecado que cometieron sin excepción todas las potencias europeas.

Hay que creer que este Bicentenario no debe aumentar el rencor infundado de quienes insisten en las divisiones entre europeos y americanos. Sin lugar a excepciones, América, y muy especialmente Colombia, necesita a Europa y sin duda para Europa es muy conveniente mantener a América como prioridad. Somos hijos de una misma historia y la mayoría de quienes hoy ostentamos el pasaporte colombiano podríamos con un pequeño esfuerzo encontrar en algún lugar del Viejo Continente a una buena parte, si no la totalidad, de nuestros antepasados.

El Bicentenario no es una efemérides para desperdiciar: su valor es mayor porque recuerda con qué ímpetu hoy más que nunca la defensa de la igualdad de derechos civiles, políticos y económicos es una pieza fundamental para construir el futuro que las generaciones venideras aguardan y merecen.


Comentarios

Entradas populares de este blog

El transporte como bien público

Siloé y el mensaje que le queda a Cali

Pobreza, desigualdad y responsabilidad social