Mi constante amigo, mi divino hermano
BOGOTÁ- Como la oración propia de la Navidad, el presidente de Venezuela se presentó como un amante irrestricto de Colombia, como un hermano y un amigo de ella. Su admiración por Colombia, dicen los escuálidos que lo siguen en su régimen con prácticas dictatoriales, lo ha llevado a ofrecer sus buenos oficios para alcanzar la paz que ponga fin a lo que él considera es una guerra civil que padece la nación colombiana desde cuando, en palabras de su embajador ante la OEA Chaderton, le asesinaron sus sueños y su futuro el 9 de abril de 1948, momento en el que murió vilmente Jorge Eliecer Gaitán. Sin embargo hay cosas que permiten pensar lo contrario.
Sin duda, opuesto a lo que la mayoría de los analistas creen, lo que hizo Uribe fue un trabajo de filigrana. Presentar las pruebas de la ya conocida presencia guerrillera en Venezuela no es un acto aislado, una marginalidad ni una afrenta contra el gobierno venezolano y aún es absurdo pensar que es una ofensa contra el electo presidente Santos. Si hubiera una molestia en el Gobierno entrante se podría hablar de una reacción airada de éste -que goza de un capital político mayor que el mismo Gobierno actual para hacerlo-, pero la reacción mesurada del nuevo presidente, su presencia en la tribuna de honor de la parada militar del Bicentenario en Bogotá y su silencio desde el momento de su elección denota una aceptación tácita a la gestión de Uribe.
Alejandro Gaviria habla de la diplomacia meliflua como una necesidad que debe implementarse en la política exterior colombiana. No es absurda su pretensión y la apoyo, no obstante considero que Venezuela es una excepción en la regla de las relaciones exteriores de Colombia. Al mirar hacia atrás encuentra uno que la presencia de Chavez Frías ha sido el elemento desestabilizador en las siempre frágiles relaciones entre los países andinos. Y es que antes del coronel, en 1989 estuvieron ambos gobiernos a punto de ir a la guerra por un diferendo limítrofe que casi concluye con el hundimiento de la corbeta ARC Caldas en aguas en litigio y una guerra que hubiese sido desastrosa para Colombia, dada la costumbre pacifista de los Gobiernos colombianos que han demostrado poco interés en dotar al país de una defensa confiable.
El principal problema de Colombia con Venezuela es que ha sido el ejemplo de dos vecinos incompatibles. El uno, apegado a la democracia -con defectos, evidentemente-, pero con una tradición civilista que contrastó con la libido dominis del coronel Chavez cuya aparición significó la proscripción de la democracia en Venezuela y la instauración de un régimen con visos de autocracia, acercándose a los regímenes absolutistas con los que suele relacionarse y que ha destruido a la actividad económica del potencial próspero país. El proyecto expansionista del presidente venezolano ha encontrado una fuerte barrera de ingreso a Colombia, como lo demuestra los dos periodos de gobierno de Uribe y la elección de Santos. Sin Colombia y con un Brasil más interesado en erigirse una potencia continental que en establecer una simple hegemonía regional, el proyecto de Chavez es una alianza de países pobres, geopolíticamente indiferentes ante el resto del mundo y cuyo interés máximo es fomentar el anti-norteamericanismo en el continente. De allí difícilmente pasarán sin la inclusión de países mucho más representativos que Bolivia y Nicaragua.
Chavez ha buscado la forma de lograr alguna clase de figuración en Colombia, teniendo como base su afinidad ideológica con los grupos terroristas colombianos como las FARC y el ELN. Si este análisis fuera económico, quizás erraría al momento de pensar que un hecho sucesivo es la consecuencia del anterior. Pero la ruptura de las relaciones con Colombia es un hecho que supone la continuidad de hechos repugnantes de parte del gobernante venezolano: el minuto de silencio a 'Raúl Reyes' al momento de su muerte y en vivo, la proclamación de la beligerancia del ELN y las FARC ante la Asamblea Nacional con ovación incluida y la negativa sistemática a reconocer el carácter terrorista de estas organizaciones. Porque si algo separa a las Autodefensas de los grupos armados de izquierda es el espectro ideológico al que pertenecen pero en nada difieren en sus objetivos desestabilizadores y destructivos, empero, si para Chavez los 'paras' son de la peor procedencia, ¿por qué ese tácito complacimiento con las FARC y el ELN?
Y es que la respuesta de la diplomacia colombiana, si bien debe mejorar, no puede ser pasiva frente a agravios manifiestos como los proferidos por el Gobierno venezolano. Chavez encuentra deplorable a la OEA, organismo que busca incansablemente aniquilar, para darle mayor crédito a la Unasur, cuya composición respondió a intereses políticos e ideológicos pero no a intereses estratégicos, como el comercio, el desarrollo, la seguridad y la estabilidad de la América Latina. Colombia sabe que ante la Unión Sudamericana no tiene alternativas claras, máxime cuando se encuentra levemente inclinada hacia la izquierda. Por ello ganas de ser melifluos en relaciones internacionales tan sensibles como las de Colombia y Venezuela no quedan.
La diplomacia meliflua es fundamental. Lo sabe Brasil que procura mantener simultáneamente relaciones con Estados Unidos e Irán, ¿puede Colombia hacer lo mismo con Venezuela?, es bien difícil. Contrario a lo que pasa con Brasil, la diplomacia colombiana está muy ligada a su agenda interna y a sus intereses propios, fundamentalmente la lucha contra la inseguridad y el narcotráfico. Ni los Estados Unidos ni Irán toman partido en asuntos sensibles de Brasil, pero Venezuela no sólo ha intervenido en asuntos internos sino que toma partido: la ruptura con Colombia parece ser más una aceptación tácita a la devaluada revolución bolivariana de las FARC y el espíritu socialista del ELN que una molestia con el Gobierno colombiano. Porque ya está visto que el Gobierno de Chavez por saciar su sed expansionista se hará de estas agrupaciones narcotraficantes y terroristas algo más que un constante amigo. Parece hacerse su divino hermano.
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