Ri-lance
Esta palabra fue acuñada por la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, para asociar un par de sensaciones opuestas que hoy tiene en una encrucijada no solo a Francia y al bloque económico europeo sino casi a todas las naciones que afrontaron de alguna forma los efectos devastadores de la crisis financiera de finales de la década. La ri-lance, definida como una sutil dosis que consiste en realidad en la reducción del gasto público allá en donde sea menos doloroso para las perspectivas económicas, aparece como una receta para acabar con la perversa mezcla entre desaceleración económica y crecimientos vertiginosos de la deuda pública. Con ésta se busca reducir el gasto del gobierno para favorecer el crecimiento económico.
Los gobiernos, y muy especialmente el caso del Gobierno francés, ha llevado a cabo una serie de profundas reformas que garantizan unas finanzas públicas sanas, muy especialmente el aumento de la edad de la jubilación, y una política de inversiones en innovación, con la reforma de la tasa profesional y el mantenimiento del crédito para la investigación, pero aparejado con reducciones salariales y de la carga fiscal del Estado vía recortes de gastos de funcionamiento. En otros países, como Colombia, la política anti-cíclica ha estado concentrada en inversiones en infraestructura y obras públicas que, de paso, sean incentivos para el crecimiento económico al facilitar los procesos de inversión y el comercio internacional. Se acumula capital, aumentan los activos y se promueve el crecimiento.
No obstante si hace un año la obsesión de los Gobiernos era impulsar ambiciosos programas de salvamento de la economía, a través de política fiscal de corte keynesiano, hoy la consigna de los organismos multilaterales y los gobiernos de las naciones más desarrolladas es claro: reducir el déficit, crónico y severo en Europa, para normalizar los mercados de deuda -que se encuentran aterrorizados con los altos niveles de endeudamiento de los países que siembran desconfianza ante un eventual incumplimiento en los pagos por los altos ratios de la deuda con respecto al PIB- y así dinamizar el crecimiento. Pero también hay consenso en que es plausible que el sector privado aún no tenga la fuerza e ímpetu suficiente para enganchar fuerza de trabajo sin el apoyo fiscal de los gobiernos. Todo un predicamento.
Estamos frente a una encrucijada. Apretar el acelerador pero también el freno. Según varios economistas en Europa no hay evidencia que la política del 'stop and go' sea eficaz y eso preocupa, porque nunca se sabe qué camino tomará un país. Para un ministro de economía francés de los años 1970, Helmut Schmid, la formula tendría éxito en la medida en que ante una reducción de gastos, el Estado requerirá menos impuestos y ante una carga liviana tributaria las empresas podrán destinar sus beneficios a la inversión. Esta formula, maravillosa en el papel, se resume en una frase: "los beneficios de hoy serán las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana."
Así que la ri-lance (del francés rigueur y relance) pretende imponer el rigor fiscal al aplicar recortes sustanciales en aquellos aspectos en que el gasto público es irrelevante con respecto a la actividad económica pero a su vez continuar con la política de re-lanzamiento de las economías, con el fin de garantizar un mínimo crecimiento que impida que el paro siga aumentando y el ingreso total caiga a niveles en que el gasto agregado lleve al traste cualquier intento de evitar una recesión con efectos devastadores en el bienestar de las familias. No obstante es un salto al vacío: hasta la fecha no ha funcionado y lo haría en un contexto de economías cerradas, no globalizadas y con estrechos vínculos de integración económica. Pero a situaciones extremas, ¿qué solución plantear?
Ningún país desarrollado ni la mayoría de las economías emergentes están exentas de afrontar hoy unos niveles de endeudamiento preocupantes. No obstante retumban las palabras del Nobel Paul Krugman: "cuando llegue la recesión, la inversión privada caiga y no te queda a quién acudir, sólo el déficit será tu amigo", pero el déficit fiscal, mal menor cuando la perdida de empleos supone una tragedia social, se hace indeseable cuando pone en riesgo la ya frágil estabilidad de los mercados financieros, proveedoras del primer orden de capital para el sector real.
Ya Argentina vivió a inicios de la década lo que puede suceder cuando una actividad económica mediocre se conjuga con un manejo deplorable de las finanzas, que necesariamente termina afectando el clima de negocios que ve cómo el incumplimiento en los pagos de la deuda elimina todo interés de los inversionistas privados, con costos sociales nefastos.
Comentarios