Le llegó la hora a Colombia
Si bien son asuntos en plata blanca intrascendentes, someter a revisión las tres últimas posesiones presidenciales podría permitir identificar cómo una ceremonia de transmisión de mando termina describiendo con alguna precisión el contexto en el que se desenvuelve un presidente saliente y uno entrante. Hoy recuerdo la posesión del año 2002, carente de todo sentido protocolario por las tensiones a las que se había sometido el país luego de la ruptura de los diálogos de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Como en efecto se había temido, esa tarde, cuando asumía Álvaro Uribe Vélez como Presidente de la República, las FARC dieron uno de sus golpes más tenebrosos al atacar a la Casa de Nariño, ni más ni menos que la residencia oficial de los presidentes de Colombia.
Aunque en 2006 las cosas no fueron iguales, la ceremonia de transmisión de mando seguía reflejando el orden de las preferencias de la agenda política de la sociedad colombiana y de su Gobierno: la seguridad, con índices más favorables que los de 2002, permanecía en tanto que prioridad y así las cosas era impensable que la transmisión de mando, que por cierto era la primera en muchos años en la cual un presidente en ejercicio juraba como presidente re-electo, representara un cambio en el ambiente en el que el país vivía. Si los Gobiernos se pudieran representar como bailes, es plausible entrar a decir que cada presidente entra al baile con la pareja que le toque y a Uribe le tocó bailar con la más fea: la guerra abierta contra los grupos armados ilegales que en 2002 amenazaban con mandar al traste a la democracia.
El mismo Uribe, allá en 2002, advertía en su discurso inaugural que los colombianos no deberían esperar un gobierno milagroso. De hecho hay quienes dicen que aquellos que viven de esperanzas mueren muy flacos. Y más en un terreno tan candente y complejo como llevar a la violencia que parecía crónica y endémica en Colombia a proporciones manejables. Con éxitos y fracasos, Colombia pasó de ser un país al borde de una insurrección rebelde a enfrentar una amenaza criminal, pero con la tranquilidad de haber dado al Estado los medios para combatirla.
La ceremonia de transmisión de mando a Juan Manuel Santos, ayer, en un marco imponente y realmente inspirador representó cómo la Colombia de hoy ha cambiado y ha dejado los tiempos lúgubres en que el país buscaba a través de su Estado volver a ocupar los espacios que por su debilidad en tiempos pasados ocuparon y usurparon actores ilegales del conflicto. La asunción de Santos al poder en el marco en que lo hizo y de la forma en que se dio no sólo es una muestra de los avances de Colombia sino también de la posibilidad histórica de ver cómo un proyecto político se logra continuar, fortalecer y ocupar.
Hace un tiempo dije que si el Gobierno de Uribe fue el gobierno de la seguridad, con el discurso de posesión de Santos se confirmó la posibilidad de pensar que éste nuevo gobierno será el de la economía y el de la posibilidad, al fin, de asumir dentro de las prioridades de la sociedad la lucha contra la pobreza, la corrupción y el progreso económico. Sin duda, y aunque es reciente y hay que pasar por el sano escrutinio de la historia al Gobierno que concluyó este 7 de agosto, el deseo de creer en que Colombia al cabo de una década respire un clima de prosperidad se fundamenta en la posibilidad de pensar que la guerra, como conflicto interno, ha concluido y que la labor del nuevo Gobierno está en combatir una criminalidad residuo de los años de confrontación armada abierta. No obstante la amenaza criminal, mucho inferior al desafío que planteaban hace 10 años unos poderosos ejércitos ilegales, no debe menospreciarse sí da la posibilidad al nuevo presidente y a su gabinete de plantear ajustes importantes para recuperar al mercado laboral, combatir efectivamente a la pobreza y fortalecer institucionalmente al Estado.
Es prematuro pensar que el Gobierno de Santos será exitoso. Pero no es osado decir que, después de tantas décadas perdidas en esfuerzos estériles por darle a los colombianos la tan evasiva paz, por fin a Colombia le ha llegado la hora: la hora de pensar que un presente más claro y un futuro más promisorio son posibles. Bienvenido sea el nuevo Gobierno y bienvenido, ante todo, el nuevo despertar de nuestra nación.
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