Regalos para todos
Quizás así debería denominarse la manera en que se entregan las regalías producto de la explotación del subsuelo en ciertas regiones de Colombia. Llegan por montones, como regalos, pero al echar un vistazo a ciudades como Yopal o cualquier municipio de las vastas llanuras petroleras colombianas se encuentra uno con todo menos la presencia de las millonarias inversiones públicas, que no son más que la ganancia que le queda al Estado colombiano por la explotación mineral, especialmente la petrolera. Sin embargo llegan como regalos mal distribuidos: muchas veces se premia a quien debería en su lugar recibir un castigo.
No se necesita pensar como un gran analista para entender que si unos recursos se despilfarran hay que tomar medidas inevitablemente, que son bien cerrar el flujo de dineros de una entidad a otra donde el mal uso de estos o, peor aún, su robo están garantizados, o sencillamente reformar la manera en que se administran y asignan tales recursos que no son en lo absoluto despreciables. Evidentemente la opción real es la segunda y es lo que emprendió el Gobierno de Santos, que dicho sea de paso, está haciendo lo que administraciones anteriores han debido considerar con tiempo, aún cuando políticamente es costoso y un pésimo negocio en términos electorales: transferir el manejo de esos recursos de la esfera local a la nacional.
Valga hacer brevemente un recorrido por el contexto político de las regalías en Colombia: se encuentran atrapadas por una burocracia regional corrupta, verdaderos carteles de la contratación que desvían de forma oportunista los recursos hacia fines insulsos, algunos ridículos, y que generalmente terminan en derruidos monumentos al derroche y a la corrupción en su más elocuente expresión. Si el mapa de las regalías se contrasta con el mapa de las regiones más corruptas no hay nada sorprendente aunque sí vergonzoso: coinciden perfectamente. No hay más corrupción en esas zonas sencillamente porque tienen una relación positiva con las regalías, y como éstas se acaban, la corrupción tiene un límite.
Por eso llama poderosamente la atención la forma en que el interés del ministro de Hacienda de someter al escrutinio del Congreso de la República la reforma legal al régimen de las regalías haya causado tal repulsión, incluso entre ciertos congresistas miembros de la coalición del Gobierno. Con un argumento bien pobre sugieren que hay que buscar alternativas primero de control eficiente del manejo de los recursos, aún cuando se podría preguntar: ¿no se ha intentado eso acaso?, se establecieron las contralorías regionales y terminaron siendo nodos de corrupción y clientelismo tal vez peores que las entidades a las que vigilan fiscalmente. Hay acuerdo que es preciso buscar el control de los dineros, pero debe haber un consenso general mucho más fuerte entorno a la idea que dar a las regiones una especie de cheque en blanco ha sido desastroso.
Esta discusión se ata con la del ordenamiento territorial, constitucionalmente sustentado en el Estado unitario descentralizado administrativamente. Y en efecto, la descentralización ha traído beneficios no sólo a Colombia sino a buena parte de los países que lo implementan, pero es cierto también que el costo de la 'federalización fiscal' termina acentuando viejas rencillas regionalistas totalmente inconvenientes en un país tan susceptible a las polarizaciones como Colombia. Más aún, muchas regiones han demostrado que necesitan a un Gobierno central muy fuerte puesto que su autonomía lo que ha impulsado es repugnantes prácticas políticas que han interferido finalmente en sus niveles de desarrollo. Hoy la Costa Atlántica reclama autonomía, pero queda en el aire la pregunta si el Gobierno central patrocinará la emancipación de una región donde sus dirigentes han demostrado ser proclives a prácticas insanas y punibles. Creo que la respuesta es no, claro, no por ahora.
Las reformas deben obedecer a necesidades concretas pero con una visión de futuro clara. Hoy Colombia necesita canalizar recursos para, en primer lugar, nivelar a las regiones más atrasadas con las más adelantadas, así como la tarea clara de llevar al país a niveles mucho más decorosos en materia de calidad de vida, desarrollo humano y dinamismo económico y no puede enfrascarse entonces únicamente en discusiones que conducen a una realidad dolorosa: algunas regiones han fracasado al ejecutar sus propuestas de desarrollo; el federalismo fiscal ha funcionado a medias y es necesario aplicar correctivos. Así que la reforma a las regalías es una necesidad imperiosa y debe ser bienvenida.
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