Por la razón o la fuerza
Hay ciertas convenciones sociales que no se explican, tal vez por estar tan ocultas e implícitas en el imaginario mismo de la sociedad que, sin necesidad de estar escritas como ley, funcionan como tal. La muerte de uno de los más sanguinarios y crueles líderes guerrilleros en Colombia, luego de una soberbia operación militar sin muchos antecedentes en América Latina, representa quizás con claridad esa convención social no acordada a la que me refiero. En un país en el que la pena capital no está concebida en su ordenamiento jurídico, la muerte es el castigo que la sociedad hastiada de los delincuentes como el "Mono Jojoy" exige. No es ley, no es un principio jurídico válido, no obstante la muerte se encuentra como parte de una convención no formal que avala que un infractor sistemático y trasgresor de la ley y del Estado de Derecho pueda ser castigado de esa manera por la autoridad estatal como la alternativa para corregir a aquellos incorregibles.
La muerte de este criminal no puede pasar indiferente. Aunque también su muerte y el manejo mediático que se le dé imprime un dilema moral que nos pone frente a discusiones que podrían difuminar el alcance de una convención social que prevé que la muerte podría ser un castigo para quien su prontuario no sugiera algo diferente. Es cierto que resulta cruel que la muerte de un hombre se celebre como acontecimiento patrio. No obstante es también mezquino desconocer que quien a hierro mata, a hierro muere; no hay razón para pensar que quien ha pasado toda su vida cometiendo los más grandes crímenes tenga un final decoroso.
El caso concreto del "Mono Jojoy" pone de manifiesto algo: la muerte no es justa cuando quien la impone es el hombre, no obstante es también cierto que, si somos creyentes, Dios habrá de castigar o dispensar en el más allá, pero en la tierra está el Cesar, en nuestro caso, está la ley. No hay que olvidar que hoy no estamos frente a un grupo subversivo y revolucionario. Las FARC son una auténtica organización terrorista, alimentada por los inagotables recursos del narcotráfico y cuyos incentivos para estar en la guerra no son muy diferentes a los que mueven a mantener en la clandestinidad a los grandes capos de las drogas. Es ingenuo creer que este grupo iba a dejar las armas para hacer la paz y así abandonar un negocio cuyas rentabilidades ninguna actividad lícita procura. El proceso de paz con las autodefensas lo demostró: ante la existencia de poderosos intereses económicos, la paz no es más que una quimera humana. Es ingenuo creer que sin firmeza construiremos la paz.
Por la razón o la fuerza deberán entender los delincuentes que es preciso acatar la ley. Pero no puede descartarse que sea el uso del fuego estatal el que provea del respeto a las instituciones cuando las vías de la razón fracasan en este propósito. La muerte del "Mono Jojoy" no me alegra per se, pero es posible pensar que un golpe de tal magnitud sirva de ejemplo para que se entienda que por la libertad y la paz, la justicia terrena no debe ser flexible. Ya tantas décadas de dolor en Colombia deberían habérnoslo enseñado.
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