Una autopista por recorrer

Basta con aterrizar en el aeropuerto de Santiago para entender cuál es la magnitud del vertiginoso progreso chileno y comprender cuál es el camino que le espera a países como Colombia. Sin duda alguna Chile emergió de sus propios escombros como una democracia fuerte y con una economía cuyo vigor resulta envidiable. Quizás no crece como Brasil pero, hay que reconocerlo, ofrece muchas más posibilidades a sus ciudadanos que una nación cuyo PIB crece por encima del promedio; de hecho, las proyecciones auguran que al culminar la década la nación austral habrá llevado a la pobreza a niveles propios de países desarrollados y será el representante del primer mundo en un continente que difícilmente alcanzará a abandonar el tercero en un plazo similar. No hay que idealizar a Chile, como quizás a ninguna nación en el mundo, pero en términos absolutamente relativos la posición chilena es envidiable.

¿Cuál es el secreto del desarrollo chileno?, sin duda que no hay uno solo, es probable que sea una gran mezcla de variables manejadas favorablemente por la sociedad chilena: desde un sistema político que se consolidó al superar las dos décadas de dictadura, una política económica sustentada en la apertura de mercados y una pertinente intervención estatal que garantizó el acceso a la seguridad social y, quizás con mayor vehemencia, una estrategia de modernización que dotó a Chile de una infraestructura que, en los albores de la segunda década del siglo, hace de este país la nación más competitiva de América Latina, según ranking del FMI.

Las comparaciones son odiosas, por supuesto, pero bien conviene tener en mente una comparación que permita a nuestro país tener un parámetro que le permita implementar políticas acertadas que lo hagan una nación moderna. Chile es un país de autopistas, ferrocarriles y aeropuertos que permiten una conexión adecuada entre todas sus regiones y, muy especialmente, entre Santiago y el resto del mundo. No es extraño recorrer en Chile cerca de 800 km. en menos de 10 horas, mientras en Colombia recorrer una distancia similar implica hasta 24 horas de viaje por tierra (caso entre Bogotá y Barranquilla), así como, a pesar de haber tenido un manto de duda sobre la transparencia de su proceso de contratación, los chilenos se dotaron de ferrocarriles electrificados de trocha ancha que garantizan una conexión favorable entre el sur y el centro del país.

Hay teorías económicas que sostienen que la existencia de adecuadas redes de transporte posibilitan una disminución del riesgo de exclusión social. La teoría del desajuste espacial, propuesta por John Kain en 1968, sugiere que las ciudades demasiado expandidas, muy comunes en Colombia, e ineficientemente interconectadas y comunicadas conlleva a un aislamiento progresivo de ciertas zonas donde tienden a habitar minorías raciales y, muy comúnmente en América Latina, comunidades de escasos recursos también. Tal modelo recrea una estrecha dinámica entre el lugar de residencia, de trabajo y la forma en que estos dos escenarios se conectan. Si en Santiago es posible ir en hora pico desde Buín, a 35 km. del centro de Santiago, hasta este último lugar en menos de 30 minutos por una ostentosa red de autopistas entregadas en concesión o en tren, es improbable ir entre Sibaté y el centro de Bogotá, ubicados a similar distancia, en menos de dos horas.

Los desafíos para la competitividad colombiana son altos: la logística implica avanzar en la reducción de los costos asociados al flujo de bienes y servicios; en la articulación de los diferentes actores que participan en los procesos de intercambio, en la ampliación de la oferta de servicios logísticos y, principalmente, en la provisión de infraestructura logística especializada. Chile es un ejemplo, Colombia debe seguirlo. No tenemos un camino por recorrer, más bien por delante tenemos una autopista completa por la cual avanzar.

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