Cinismo y voluntad

BOGOTÁ- Tuve la oportunidad de asistir a un foro sobre restitución de tierras en la Universidad del Rosario y escuchar posiciones encontradas, unas convergentes y otras bien divergentes, sobre el proceso de devolución de las tierras arrebatadas a la sociedad civil rural en los años de la terrorífica contrarreforma agraria que emprendieron los actores del conflicto, ante la mirada pasiva y algo cínica del Estado y de la sociedad civil urbana.

Uno de los apartes más llamativos fue el cierre, cuando uno de los panelistas concluyó que si bien la ley que actualmente el Gobierno tramita ante el Congreso y que tantas reacciones, algunas muy primarias, ha generado será muy costosa, será mucho más costoso mantener al país en las actuales condiciones. Y es que sin duda que el problema de la restitución de las tierras en Colombia radica quizás en algo característico de la clase dirigente colombiana, urbana y sofisticada, a lo largo de la historia: el cinismo.

Intentaré justificar lo que digo. Una vez la ley de Restitución de Tierras fue presentada al Congreso de la República, reacciones primarias empezaron a nutrir las columnas de opinión de los principales diarios nacionales y confirmó lo que era de esperar: la misma clase política que guardó silencio durante los años del horror del conflicto armado que despojó a los campesinos de más de tres millones de hectáreas que hoy podrían hacer de Colombia el granero del mundo, hoy alzan la voz excusándose en los costos fiscales para impedir que la ley, bien intencionada y capaz de sentar un precedente decisivo en la historia económica colombiana, llegue a feliz puerto.

Y el cinismo de la clase política tradicional en Colombia vuelve a salir a flote. Y lo hace como desde los mismos inicios de la República. Una de las características de la élite colombiana es recibir una formación que les permite reconocer con facilidad los problemas que aquejan a la sociedad, que por demás son tan evidentes que un aula universitaria no termina siendo una condición sine qua non para hacerlo. Sin embargo con facilidad se ignoran los problemas de tal forma que no puede calificarse de otro modo que como una salida cínica hacerlo.

Durante años hemos ignorado a la parte de los beneficios de la relación del costo-beneficio. Y parece que muy convenientemente las clases más privilegiadas lograron un proceso cercano a la internalización de esos costos y los convirtieron quizás en un arma de dominación, entendida como la capacidad de los grandes grupos de poder de establecer su capacidad de influencia en las estructuras del Estado producto de una difusa capacidad institucional, ¿o alguien duda que esos 3 millones de hectáreas de tierras mal logradas por algunos representan un botín de negociación que otorga sin duda alguna poder a estos grupos?

Colombia en el tema de tierras se debate entre el cinismo de quienes promueven una frustrante estructura económica fácilmente proclive a los conflictos, la miseria, el desplazamiento forzado y el deterioro de la calidad de la vida urbana y rural; así como al otro lado encontramos la voluntad del Gobierno, con errores por supuesto, y de algunas facciones sensatas de la sociedad colombiana de darle un vuelco ambicioso a una situación que cada día cuesta más. Los costos de la miseria, del rezago económico y de la presión de unos grupos de interés que jamás lograrán hacer converger sus preferencias en el bienestar social general son alicientes necesarios para corregir aquella situación que jamás debió ocurrir.

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