De la S a la R
El humor económico es bastante insípido. Ahora en las esferas de la economía mundial hace carrera un chiste que no será la excepción pero que describe bastante bien lo que ha acontecido en el complejo contexto económico global de las últimas semanas: "what's the difference between Iceland and Ireland? Answer: One letter and about six months"; no es para menos. Bastó un semestre para que se pasara de la quiebra de la otrora próspera Islandia a causa de la ruptura de su sistema financiero a la necesidad de que la Unión Europea lanzara un plan de salvamento para Irlanda, cuyo nivel de endeudamiento se elevó de forma vertiginosa entre 2007 y 2009, en medio de la peor crisis económica en ocho décadas, a cerca del 66% de su PIB y un déficit que rebasa lo soportable para las autoridades económicas europeas: 12%.
Irlanda fue un modelo ejemplar para el mundo occidental. Durante buena parte del siglo XX la República de Irlanda presentaba un penoso desempeño económico que apenas lo distinguía de naciones más grandes y potencialmente más prósperas como España o Grecia; un país con una economía cerrada producto de políticas altamente proteccionistas, con tasas de crecimiento de no más del 2%. Durante los sesenta, el Gobierno irlandés abrió los mercados nacionales y fomentó agresivamente las exportaciones, sin dejar de ser un gobierno de naturaleza intervencionista y fuertemente keynesiano: aumentó salarios, contrató empleados públicos por encima del nivel necesario para reducir el creciente desempleo y se invirtió en infraestructuras públicas. El gasto público se disparó; como resultado, durante los años 80, el Gobierno aumentó los impuestos, se empezó medidas de recorte fiscal pero no fueron suficientes: la relación deuda/PIB seguía creciendo. No obstante durante los tiempos siguientes la economía irlandesa creció en aproximadamente un 4% sin que ello implicase una mejora notoria en los estándares de vida de la población, pero entre 1973 y 1986 apenas el crecimiento superó el 1% anual. Un comportamiento bastante irregular.
Durante los años 80, con las reducciones fiscales más grandes en 30 años, Irlanda recuperó estabilidad macroeconómica, redujo su nivel de deuda y su déficit primario, disminuyó la participación gubernamental en la economía y se ajustó a las necesidades del Tratado de Maastricht, haciendo más creíble el compromiso de Irlanda a través de un arreglo de coordinación macroeconómica entre los países del bloque. Los ajustes fiscales incluyeron importantes gabelas, como la reducción del impuesto a la renta a las corporaciones, que cayó del 40 al 24%, con un 10% más de reducción para las empresas manufactureras y dedicadas al comercio internacional. Con una mezcla de liberalismo económico y estímulos estatales a los privados, durante los años 90 la economía irlandesa creció de forma tal que, el Tigre Celta, fue el modelo económico más exitoso de las últimas décadas en Europa.
¿Qué pasó entonces con la feliz República de Irlanda?, llegó la crisis subprime, la crisis de un sistema financiero que acumuló cuantiosos beneficios de corto plazo e incubó enormes riesgos de largo. Europa fue, en términos generales, como aquel que padece una enfermedad de alta complejidad: adopta una medicina tan fuerte que elimina los efectos de la enfermedad pero deja unas secuelas tanto o más graves. Ante la crisis de liquidez, de hogares temerosos de sus ingresos futuros que optaron por un ahorro que contrajo la demanda agregada, un comercio internacional maltrecho y un sistema financiero en bancarrota que amenazaba al sector real, los gobiernos echaron mano de las recetas keynesianas de gasto público expansivo en tiempos de ciclos económicos negativos y a través de diversos planes de salvamento lograron evitar las quiebras sucesivas en el sector privado de sus países.
Así pasó. Entre 2007 y 2009, salvo Grecia, las principales economías europeas experimentaron un crecimiento de la proporción de deuda sobre el PIB producto del intensivo gasto de los gobiernos. Es así como Francia en 2007 tenía un nivel de endeudamiento del 63,3% y en 2009 pasó al 78,8%; España pasó del 36,1% al 53,2% e Irlanda del 25% al 65,5%. Ciertamente entre más pequeña la economía más pronunciado fue el crecimiento del endeudamiento público, o al menos eso permite intuirse al observar el comportamiento de éste. Lo cierto es que el gasto público irlandés se basó en la emisión de bonos y el préstamo del sistema financiero europeo a la banca irlandesa, por tal motivo se estima que los bancos europeos tienen una exposición de 600 mil millones de euros. Adicional a este riesgo, se ha encarecido el crédito a los llamados "países periféricos", ocasionando más nerviosismo entre los mercados internacionales. La desconfianza es concreta: existe el temor de que Irlanda no honre sus compromisos y quiebre. De ahí la intervención europea con un plan de salvamento que estabilice las maltrechas finanzas del pequeño país del norte y restaure la confianza de los mercados.
El costo de este plan sin duda ahora ofrece matices que comprometen la estabilidad política: el plan de salvamento de 100 mil millones de euros viene acompañado de una fuerte exigencia de ajuste fiscal, que implicará recortes de beneficios y seguramente un fuerte conflicto con las centrales obreras y los sectores políticos que no están dispuestos a ver desmejorada su situación relativa. A su vez deberá aumentar sus impuestos para garantizar mayores ingresos, particularmente desmontando los beneficios que gozan las empresas con el impuesto a las corporaciones: la exigencia de Alemania y Francia es aumentar del 12,5% al 20% este gravamen, símbolo del modelo liberal irlandés.
Así las cosas, es probable que Irlanda no vuelva a ser lo que fue durante la década anterior. Aunque las autoridades irlandesas creen que el ajuste no golpeará a su próspera economía, es seguro que en el mediano plazo este país, así como otros tantos, deberán sustentar su crecimiento en algo más que libertad. El debate queda abierto: ¿fue el modelo irlandés un modelo sustentado en la especulación?, está por verse. Lo cierto es que el pulso que viene es muy interesante. Más que pasar de la S a la R, del chiste de los economistas, habrá que pasar a un modelo mucho más responsable.
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