¿Percepción o realidad?

¿Es Colombia hoy más insegura que hace seis meses?, ¿el Gobierno ha permitido que los logros en materia de seguridad nacional se hayan diluido?, en realidad, contestar en estas instancias con total certeza no se aleja mucho de la más pura mezquindad. Pero consideremos algunos aspectos importantes para iniciar el análisis.

Por una parte, entre 2005 y 2009, época de consolidación de una política de seguridad muy firme que llevó a las periferias a los grupos armados, los homicidios tuvieron una tendencia claramente descendente. De una tendencia de 70 homicidios por cada 100 mil habitantes, en 2008 la tasa sugería 34 homicidios por cada 100 mil habitantes, mientras en 2009 la cifra se elevó a 39 homicidios por idéntica proporción de población. Si Colombia tuvo 15.52o homicidios en 2008 y en 2009 presentó 17.717, se identifica un incremento fuerte del 16%. No obstante, entre 1999 y 2008, los homicidios disminuyeron en más del 50%, de 70 homicidios llegamos a "sólo" 30 homicidios por cada 100 mil habitantes. Un promedio muy generalizador, si se considera que Medellín maneja tasas de 40 homicidios mientras Bogotá llega a 20 por cada 100.000 habitantes.

Si nos quedamos en la aritmética del crimen, veremos que hay una tendencia marcadamente descendente en buena parte de la primera década del nuevo siglo, pero si ahondamos en el análisis descubriremos que la composición del crimen en Colombia ha habido notables variaciones. Aunque ignoro las cifras, es muy probable que buena parte de los homicidios en los años 1990 estuvieran fuertemente explicadas por el auge de las guerrillas de izquierda y las milicias de extrema derecha de autodefensas. Sin duda que la táctica de guerras irregulares emprendidas por los ejércitos ilegales en Colombia llevasen a acompañar sus acciones con horrendas violaciones a los derechos humanos.

Pero en la década de 2000, las cosas han cambiado: el 87% de los homicidios en Colombia se encuentran relacionadas a autores desconocidos, es decir, 15.533 casos, mientras sólo 358 casos son directamente asociados a los grupos guerrilleros, por ejemplo, algo que simboliza la perdida de poder de estos grupos, su repliegue progresivo y su incapacidad ofensiva. Pero preocupa que más de 15.000 homicidios se encuentren explicados por casos "aislados" y sin autor conocido. Medicina Legal propone que el 11.7% de los homicidios se confieren a la violencia interpersonal mientras sólo el 6,2% a la violencia socio-política, lo cual descarta que Colombia atraviese una guerra civil, como algunos vecinos quisieron pregonar en el mundo para alimentar sus alineaciones ideológicas.

Visto el panorama, los avances en seguridad han sido manifiestos. Por un lado, la tendencia marcadamente descendente en los actos delictivos de alto impacto, por otro lado que la estructura misma del conflicto ha cambiado: si ayer los mayores causantes de la violencia eran los ejércitos irregulares, hoy lo son las bandas criminales y la intolerancia de un país que, de cualquier modo, tiene a la violencia en su código genético. Pero queda en el ambiente si la sensación de inseguridad de los últimos meses, motivada por la mediatización de acciones violentas como el asesinato de dos estudiantes en Córdoba, es una preocupación válida por un comportamiento sistemático que pone en riesgo los logros de la Seguridad Democrática de la última década -re composición de guerrillas o de autodefensas-, o es la respuesta a un fenómeno de violencia nuevo, quizás de menor impacto que el conflicto interno del siglo XX pero que requiere una nueva estrategia gubernamental. Me inclino por lo segundo.

Vivimos una violencia de mafias fragmentadas, no de ejércitos que controlaban regiones completas. Las bandas criminales están movidas por unos incentivos económicos poderosísimos expresados por el negocio de las drogas ilícitas. Es lo que sucede en México, pero no es lo mismo que sucede en los países más chicos de la América Central. Mientras la evidencia sostiene que la alta población juvenil sin acceso a oportunidades de movilidad social en países como El Salvador tiene una fuerte correlación con los homicidios en estas naciones, en Colombia esta evidencia es pobre. Contrario a lo que los combos de Medellín parecen proyectar, la violencia en Colombia en estos tiempos más recientes se encuentra sostenida por la existencia de mafias movidas jugosas rentas provenientes de negocios ilícitos.

Así las cosas, Colombia no está frente a una escalada en la violencia como en los tiempos en que las FARC se adueñaron de amplias regiones. Hoy vemos los resultados de una política de seguridad que cambió la estructura de la violencia, pero que no previó que el dinamismo de los fenómenos sociales obligaba a plantear estrategias de dos tiempos: para el antes y el después. Pero eso sí, si se creyó que haber llevado a punto de no retorno a los ejércitos irregulares era la victoria final, nos equivocamos; con el negocio de las drogas a nivel internacional funcionando, la cadena de incentivos se mantiene. Lo que hay en el fondo es que el crimen se ajusta a las nuevas condiciones.

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