Representación usurpada
Hoy los muros de varios edificios del campus de Meléndez de la Universidad del Valle amanecieron con nuevos mensajes, expresiones del radicalismo que ha cooptado a la participación estudiantil en la principal universidad del sur-occidente colombiano y que, seguramente, es una situación similar en el resto de universidades públicas. Mensajes desafiantes, incendiarios e incluso amenazantes, que han revivido los tiempos de la infiltración de los ejércitos ilegales en los grandes centros universitarios y que han logrado por las vías de hecho imponer como la opinión de miles de estudiantes colombianos.
Y es que el discurso por la democracia y la libertad en los centros académicos y de instrucción profesional se ha degradado al nivel del libertinaje y la desintegración tácita de las jerarquías. Los grupos radicales, que se han hecho arbitrariamente con las banderas del movimiento estudiantil, han llevado por las vías de la violencia verbal y física, pero siempre reaccionaria, a implantar en el imaginario de las comunidades universitarias propuestas populistas, de marcado origen de la izquierda radical de antaño y retadora de los principios elementales del Estado de Derecho. Así mismo han impuesto en la agenda del inconformismo estudiantil que dicen representar, la idea que sugiere que la universidad es una institución política y no un centro de pensamiento y de producción del conocimiento. De repente, pensar en la elección popular de rectores o la creación de presupuestos participativos dejaron de ser ideas en las mentes de los inconformes crónicos y pasaron a ser temas recurrentes en las degradadas asambleas estudiantiles.
Y es una pena que la respuesta de los radicales esté acompañada de un silencio temeroso de la mayoría de los estudiantes que rechazamos la violencia, la presencia de encapuchados y la propaganda política impuesta en las aulas y en los muros de nuestras universidades a la fuerza, bajo la amenaza de bloqueos, de batallas campales e incluso bajo la advertencia letal de las armas. Hoy, la propuesta de reforma a la Ley 30 de Educación Superior que presentó el Gobierno Nacional se está convirtiendo en una nueva oportunidad perdida de participar pertinentemente en su crítica y en la construcción de una iniciativa alternativa. La oportunidad de reformar de una vez y por un buen tiempo a un sistema de enseñanza superior que requiere actualizarse a las necesidades de las sociedades económicas modernas se está diluyendo en el vapor impune de las bombas artesanales de los radicales que ocultan su identidad en una capucha.
La violencia, las vías de hecho y la rebeldía le han costado a Colombia muchos años de progreso y prosperidad para sus ciudadanos. La pobreza crónica del país se ha adherido a su ADN producto de las grandes confrontaciones, de las guerras civiles y del oportunismo de los ejércitos ilegales que vieron aumentar su poder ante el silencio de la sociedad colombiana, la complicidad de algunos dirigentes y el sonido de las bombas y los fusiles. Los costos de la violencia en este país aún no terminan de cuantificarse, pero los podríamos medir en años perdidos, tiempos irrecuperables. Pero seguramente acudiendo a la violencia para acabar con los males que aquejan a esta pobre nación sólo terminará por alejar aún más el anhelado logro de la paz, del bienestar y de la felicidad para millones.
La Universidad del Valle, como ninguna universidad del sistema estatal de enseñanza superior, es ajena al deseo de lograr construir convenios en medio de la sensatez, del rigor académico y científico que debe caracterizar a una comunidad universitaria y no cimentar la discusión en la violencia, el discurso incendiario, el radicalismo y el desconocimiento de la verdadera democracia: porque la democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de los medios para resolverlos, en palabras del político español Enrique Múgica. Porque la verdadera democracia se cuida del espíritu de la desigualdad extrema, que conduce a la premoderna aristocracia, como debe cuidarse del espíritu de la igualdad extrema, que conduce al despotismo. Ese despotismo que se huele en las manifestaciones violentas.
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