El fin de los tiempos
Circula en la Web una historia que muestra a una autopista en Naka, Japón, que fue parcialmente destruida por el sismo del pasado 11 de marzo, catalogado como el cuarto más potente desde que se mide la intensidad de las actividades sísmicas. Sin embargo la noticia no es que la autopista haya sido destrozada: la noticia es que en seis días fue reparada y puesta en servicio. Simultáneamente rondaba en otra red social un mensaje que, en referencia a la repatriación de 139 colombianos residentes en Japón, sugería que en lugar de traer a los colombianos en mención hubiéramos traído y nacionalizado a 50 japoneses.
Y es que se siente en Occidente, y especialmente en América Latina, un furor incontenible sobre lo que hemos llamado la crisis japonesa sin que se haya realmente procurado analizar objetivamente lo que la tal crisis implica para los directos implicados: los japoneses. Y es que la paranoia de los latinoamericanos residentes en el Imperio del sol naciente contrasta con la pasividad y serenidad de estos orientales para afrontar lo que sin duda fue una catástrofe que de haber sucedido en la América Central nos estaría abocando a la mayor crisis humanitaria de la Historia moderna. Si bien una sola muerte es lamentable, 15 mil lo deben ser aún más; pero cuando se contrasta a la luz del número de habitantes de una de las mayores potencias económicas mundiales, se descubre que el fenómeno natural más feroz de los últimos años "apenas" cobró el 0,001 % de la población total del archipiélago. En el peor de los casos dejó sin hogar a 1,5 millones de personas, lo cual es apenas el 1% del total de japoneses.
Aunque mis cifras son estimaciones arbitrarias, puedo asegurarle al lector que no se alejan de la realidad. La tragedia que hemos visto narrada de voces de periodistas estadounidenses y latinoamericanos, bastante susceptibles a la venta de tragedias que generan retornos asegurados, nos hacen pensar que la vida en el Japón luego del terremoto es lo más parecido al infierno. Incluso las narraciones de latinos residentes en las ciudades japonesas hacen suponer que 130 millones de personas están en un punto de no retorno, una especie de "apague y vayámonos" que contrasta con unos ciudadanos que pronto retomaron sus actividades cotidianas -con precauciones, cierto temor y algunas dificultades, por supuesto-, pero que se aleja bastante del panorama apocalíptico de los medios occidentales.
Y hagamos un análisis ligero y apegado a la Historia: ¿cuántos muertos dejó el ataque nuclear sobre el Japón en la Segunda Guerra Mundial?, ¿cuántas muertes sucedieron a la caída de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 producto de la radiación?; con la crisis en la planta de Fukushima entró un pánico generalizado sobre la seguridad de las instalaciones nucleares en el planeta entero, se gestó una idea errónea de un peligro inminente para la Humanidad por los resultados adversos en esta central nuclear afectada por el sismo y se cree aún más que después de esto Japón sucumbirá.
No niego que la catástrofe afectó en el alma a 130 millones de japoneses. Pero sí niego que el Japón a la vuelta de unos pocos años no se haya reconstruido, sus estructuras productivas no estén de nuevo funcionando y una de las sociedades más avanzadas del mundo entero no esté nuevamente en sus rutinas, como lo han hecho antes, durante y después de la Guerra Mundial y de tantas tragedias que este imperio oriental padeció y en las que pagó unas consecuencias de difícil cálculo -Japón ha pagado más por la guerra, que por la sucesión de terremotos que le asotan con frecuencia-. Quizás Japón no sea la economía que era en los años 1990, como puede que una sombra (la de China, puede ser) esté tapando el brillo de una isla que no ha dejado ni dejará de ser próspera. Pero lo cierto es que esta nación luego de esta tragedia nos ha dejado lecciones muy diferentes a las que un puñado de periodistas quieren someternos: porque esto no es el fin de los tiempos. Han muerto más en ataques terroristas en Irak que en la furia divina que algunos afirman está detrás del terremoto de Japón.
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