155 euros
Recibí en mi correo personal un mensaje alentando a unirme a la causa del 15-M, ese movimiento presuntamente espontáneo que pide un cambio en las estructuras políticas y económicas de España, con el fin de iniciar una campaña masiva de retiro de capital del sistema bancario hasta el próximo 30 de mayo. Al margen si el movimiento es espontáneo o si la estrategia de retirar activos financieros de los bancos en España es acertada, de a 155 euros diarios, creo que lo relevante es identificar una coyuntura concreta: el 'milagro español' se empieza a diluir y es en estos momentos el país desarrollado con peor rendimiento. Un paro rígido, estructural y persistente, que expresa el carácter severo de la crisis que atraviesan los españoles alimentada por el crack financiero de 2008, empieza a impacientar a los ibéricos al ver vulnerados sus derechos económicos que, tácitamente, los hace sentir marginados del gobierno de su nación.
Los indignados reclaman cambios. Un cambio en el régimen político, con mayor participación política para los ciudadanos (¿menores poderes para la monarquía?), una democracia real, han sido las pretensiones del movimiento que empieza a llamar la atención de la opinión pública internacional, preocupada por el excesivo endeudamiento del Gobierno español y el riesgo de moratoria por insolvencia que tiene en un estado de angustia a los mercados de activos y capitales. Sin embargo esta petición parece proceder de donde se origina la real indignación: el votante mediano pide empleo, ingresos y seguridad económica; de ese modo, es llamativo ver que si bien la democracia española es considerada madura, la crisis estructural que atraviesa en materia económica esta nación europea hace sentir a los ciudadanos que la baja en su poder de compra y la vulnerabilidad en que quedan les resta su participación política.
¿Cuál es la base de ese reclamo?, realmente es la misma base en que se sustentó el milagro económico español, que a su vez es culpable de la aguda crisis del antiguo imperio que durante más de tres siglos dominó el Atlántico y todo un nuevo mundo; España se erigió como una de las diez economías más importantes del mundo: en 2000 su PIB per capita en dólares constantes era de $17300 mientras en 2010 la cifra se acercaba a los $34000, pasando de la media de lo población mundial a estar por los niveles de naciones como Italia, ligeramente por debajo de Francia o Alemania y muy por encima de los países más avanzados de América Latina, como Chile y Uruguay. La economía ibérica creció vertiginosamente en los años 1990, especialmente a partir de 1993 por encima de las 12 economías más importantes de la Unión Europea, tendencia que se mantuvo hasta inicios del nuevo siglo, cuando las tasas de crecimiento real del producto español disminuyeron su ritmo. Si a finales de la década de 1980 el PIB español creció por encima del 5% anual, a finales de la década siguiente la economía creció por encima del 4% y a finales de la década pasada apenas creció en un promedio de 2,5%.
Por otro lado la tasa de paro parece tener una discreta tendencia al alza desde la restauración democrática en el año 1978, con estabilidad la mayor parte de la década de 1990, incluso con alguna insinuación descendente y una posterior escalada desde 2007, hasta llegar al 21%, cuando en el cuarto trimestre de 2000 se encontró en el 10%. La escalada ha significado casi cinco millones de parados en España y una tensión social lógica: cientos de miles de pequeños empresarios quebrados, grandes empresas que han reestructurado sus nóminas y pérdidas cuantiosas que han debido pagar los empleados y sus familias. La percepción que un ciudadano en edad de trabajar y que no logra hallar un empleo que le provea de un ingreso es de absoluta impotencia y su juicio sobre las políticas públicas de reducción del paro no puede ser positivo: que el PSOE haya perdido las elecciones regionales pasadas es un claro mensaje político del electorado, que se encuentra insatisfecho y marginado de la generación de riquezas.
Que un profesional, con estudios de postgrado, bilingüe y altamente cualificado esté en situación de desempleo de manera prolongada no es ya algo exclusivo de los países emergentes, con abundancia de mano de obra no cualificada en el mercado laboral, sino que empieza a ser preocupantemente sensible en España, un país a todas luces desarrollado. Algunos desarrollos teóricos y algunos descubrimientos empíricos, como el de Leontief en la década de los años 1960, proponen que en los países desarrollados buena parte de la actividad económica no está determinada solamente por la abundancia relativa de capital sino por la alta productividad de sus trabajadores, en gran medida por el acceso a servicios educativos con cobertura universal, la cualificación que esto implica y el cambio tecnológico en proceso y producto. No obstante, España parece ser una excepción: ¿por qué?
España puso sus esperanzas en un sector de mucho dinamismo pero de fácil agotamiento, como es la construcción y el negocio inmobiliario. Mientras Francia desarrollabas industrias de punta y de alta complejidad como la aviación, la energía nuclear, las telecomunicaciones o el turismo, incluso, España desarrolló una mezcla de sector financiero en pleno apogeo y un catalizador de dicho progreso en la construcción. Eso la hizo grande, en buena medida, pero la hizo vulnerable: ante la baja complejidad de la mayor parte de los bienes que produce, con un sector inmobiliario inflándose cual burbuja y una influencia recesiva de un ciclo económico negativo a nivel global, la crisis tenía el terreno servido. Directamente la construcción en España tuvo un peso del 17% del PIB, pero si se considera el eslabonamiento productivo y los sectores indirectamente influenciados, la participación de la construcción en la economía española sería del 34%, empleando al 13% de la población activa. Con la creencia que el 'ladrillo' no bajaría de precio, pronto el endeudamiento progresivo de las constructoras y la cesación de pagos endureció la política crediticia, alimentada por una fuerte lucha contra la inflación que depredaba el poder de compra de las familias españolas; pronto los españoles vieron golpeados sus ingresos por los efectos de la crisis mundial que afectó el comercio y los flujos de inversión, que sumada a la especulación inmobiliaria creo un monstruo que terminó mandando al suelo los precios de las construcciones, llevando a la quiebra a las constructoras y aumentando las tasas de morosidad de los bancos y cajas de ahorro. Una cuarta parte de la economía de España entró en depresión absoluta y las medidas del Gobierno condujeron a aumentar el déficit, forma de financiar el elevado gasto público contra-cíclico y a drenar la poca confianza que quedaba en los mercados internacionales, nerviosos por una eventual quiebra de las finanzas públicas ibéricas.
España está en el peor de los mundos: a la crisis económica se junto la insatisfacción del votante mediano, desprovisto de empleo y que siente que su libertad se encuentra vulnerada al percibir que sus derechos económicos no son respetados ni defendidos por el Estado. España le apuntó a un desarrollo rápido pero insostenible en el largo plazo que hoy genera repulsión entre quienes se han configurado como víctimas de un sistema que no previó los tiempos futuros. No queda otra alternativa que cambiar las estructuras económicas de la sociedad española: así, la libertad y la democracia volverán a valer más que esos 155 euros diarios que al día se propone retirar del sistema bancaria español..
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