30 monedas

Las 30 monedas de Judas representan el caso de corrupción más simbólico y recordado de la Historia universal. Tal vez el enigmático ministro de Policía del Consul Bonaparte en la Francia de finales del siglo XVIII, Fouché, sabía bastante bien cómo funcionan algunos hombres: todos los hombres tienen un precio, lo que se ignora no es más que el valor exacto de su precio. Cada acto de corrupción que estremece a nuestros países nos confirma cuán débil es un Estado: el valor de un Estado está determinado muchas veces por el valor de la conciencia de un funcionario corrupto.

Cada escándalo de corrupción confirma que Colombia fue cooptada por perversas maquinarias cazadoras de rentas. La sanción del Alcalde Mayor de Bogotá es la punta de un iceberg que día a día se aproxima al casco del gran barco y la catástrofe promete proporciones mayúsculas. Ya la corrupción no sólo arruinó los deseos de todo un país de dotarse de la infraestructura necesaria para una economía en crecimiento y con necesidades de conexión con el resto del mundo sino que parece, dilapidó a todo un sistema de salud y fue la causa real de su descalabro financiero, ¿qué más puede faltar?

Las consecuencias económicas pueden ser tan grandes como las consecuencias políticas, morales y éticas. Día a día las diferentes situaciones demuestran cómo la malversación de los fondos públicos y su desviación hacia los intereses privados ha repercutido en una disminución notoria e inevitable en la efectividad del gobierno y del sector público, medida que el Banco Mundial calcula como una ponderación de las percepciones de los diferentes sectores de una sociedad. Más aún, los costos que ha debido asumir la sociedad colombiana por los altos costos de transporte a los que obliga la precaria infraestructura así como el costo de oportunidad que impone la mala elección de gobernantes predicen que la economía tardará muchos años antes de reponerse a estos duros golpes.

Llama la atención que en Cali estén preocupados por el estado del dique que separa a las aguas del río Cauca del empobrecido oriente de la ciudad, que alberga al 40% de la población. Pero llama más la atención que con el valor de lo malversado en el Ministerio de la Protección Social producto de una posición ventajosa y oportunista de las entidades privadas promotoras de salud se habría podido financiar los arreglos necesarios para el dique y otros tantos que habrían evitado, con un buen mantenimiento, las inundaciones que arrasaron hectáreas de cultivos y los activos de los menos afortunados del país: sus viviendas, enseres, autos y, muchas veces, sus únicas posesiones.

Sin embargo el asunto desemboca en algo más complejo: el Estado está desprotegido y no cuenta con las defensas necesarias para evitar o detectar a tiempo los dolos cometidos por funcionarios de las diferentes entidades del aparato estatal. Un ejemplo elocuente es la Superintendencia de Salud: con casi 14 mil entidades de diferentes naturalezas por vigilar, cuenta con un presupuesto de $3500 por entidad en promedio para efectuar la vigilancia, una cifra que no es más que ridícula. Los Estados son como organismos que requieren de los elementos necesarios para garantizar la inmunidad frente a potenciales daños y enfermedades como la corrupción; sin embargo el Estado colombiano ha estado históricamente desprotegido y su sistema de defensa es vulnerable.

Bastaron 30 monedas para que Judas vendiera a Jesucristo. Sin embargo hoy cientos de Judas en el mismo corazón del Estado venden los intereses de los colombianos al mejor postor: la mejor comisión en un contrato, el mejor soborno o la mejor renta cazada en las arcas del fisco nacional. Pero lejos de ser ese el gran problema, lo lamentable es que los recursos disponibles para frenarlo distan de ser los necesarios. Colombia es un país afortunado gracias a su dotación de recursos naturales, pero está lejos de ser rico cuando las mentes que dirigen los asuntos del Estado están inmersos en su propia destrucción.


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