Paliativos
Las dos motivaciones que me llevaron a la Facultad de Economía las recuerdo bastante bien. Por un lado, anhelaba hallar las razones por las cuales una persona podría hacerse rica en esta clase de sociedades económicas. Lo supe, ahora sólo me falta ser rico. Por otro lado, me preguntaba cómo unos países podían llegar a tales niveles de riqueza y desarrollo mientras otros menos afortunados vivían en los linderos de la miseria. Aún más, me preguntaba por qué yo vivía en Bogotá como viviría una persona de clase media en cualquier ciudad de los Estados Unidos o Europa occidental, mientras a pocos kilómetros había gente asentándose en verdaderos infiernos humanos, roídos por la pobreza y el abandono. Quizás este segundo cuestionamiento en la Universidad jamás lo pueda contestar, no en esta nueva generación de científicos sociales llamados economistas, menos sociales que científicos.
Porque pareciera que la lucha contra la pobreza fuese un asunto encarnado en el núcleo duro del discurso político, en el corazón de las reivindicaciones de las organizaciones sociales o en la retahíla constante de los activistas sociales -muy dotados de buenas intenciones y casi siempre carentes de un norte- pero tangencial, en el mejor de los casos, para la ciencia económica. De golpe los economistas llenaron la literatura de complejos tratados de lucha contra la pobreza y la desigualdad pero han fallado sistemáticamente en ejecutar sus ideas y hacerlas exitosas. Buena parte de la corriente principal del pensamiento ha creído y hecho creer que la economía debe crecer lo suficiente para que la riqueza producida se derrame y llegue a todas las clases. Algo así como poner una gota en la punta de la pirámide y esperar que ella se distribuya por todos los niveles hasta la base. O hacer que la copa de vino se rebose y el vino fluya hacia las bocas de los más sedientos catadores.
Pero parece que en el fondo no reside ya siquiera la disyuntiva de crecer para repartir o repartir para crecer. Es probable que un país avanzado de Escandinavia pueda redistribuir sus rentas para alimentar la demanda interna y por esta vía fomentar el crecimiento económico, pero es probable que en Colombia esta estrategia no tenga los mismos resultados. Pero el agravante está en que la economía colombiana, con tendencias de expansión anual positivas y considerables, no logra emplear toda la fuerza de trabajo disponible en el país ni suprimir las necesidades insatisfechas de los más pobres. Redistribuir sin crecer es dar migajas y crecer para redistribuir parece que se está convirtiendo en una espera ruidosa y frustrante para la mayoría. Debe serlo al saber que cierta industria vio incrementados sus beneficios mientras se está postulando por un subsidio de vivienda que dista de ser un trámite burocrático sencillo.
Parece emerger la necesidad de una tercera vía que aporte modelos de desarrollo segmentados y que identifiquen a su población objetivo de acuerdo a sus necesidades. No políticas para aliviar la pobreza: no es necesario diseñar sofisticados paliativos, porque la pobreza no es una enfermedad con la cual deba convivirse. Nuestros países deben pensar en estrategias integrales para la erradicación de la extrema pobreza. A grandes males, grandes remedios y la pobreza no resiste paños de agua tibia. Los gobiernos de los países emergentes, donde se concentra el grueso de la población pobre a nivel mundial, deben convocar a todas las fuerzas de la sociedad alrededor de este fin. El aparato productivo de las naciones debe tener una relación funcional con el deseo y anhelo de la población de cerrar un ciclo de miseria que amenaza día tras día con retener en sus filas odiosas a más y más generaciones. Los paliativos, a lo sumo, harán que el paso de estas generaciones por el ciclo de la pobreza sea más llevadero. Pero no nos debe interesar hacer una pobreza amable: debemos creer y crear una sociedad en ausencia de su odiosa faz.
Ahora además de estudiante de Economía, soy sub-director de Un Techo para mi País Colombia en la ciudad de Cali.
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