Las lecciones del Perú


En dos días el Perú irá a definir buena parte de su futuro. Y lo hará con una clara división ideológica, marcada por la presencia de un personaje con tendencias muy opuestas a las que han presidido el auge económico del país andino y una candidata que, además de ser la eventual primera mujer en ser elegida presidenta en esta nación, representa un pasado tormentoso para buena parte de los peruanos. Más aún: es la pugna entre dos estilos de hacer política, entre dos modelos políticos y entre dos propuestas de desarrollo.

Si alguien tiene idea de lo que encuentra un observador desprevenido en la pintoresca Lima, sabrá que es una ciudad donde la clase media es una novedad de este siglo, puesto que históricamente ha estado marcada por sólo dos grupos sociales: ricos, muy ricos, y pobres, verdaderamente pobres. Si en Bogotá es posible hallar vecindarios de clase media de principios del siglo XX, en Lima esto no pasa. Durante buena parte del siglo XX las clases más ricas se beneficiaron de la inestabilidad política, de los gobiernos de las élites, de la migración de extranjeros que encontraron en la rica costa pacífica peruana una oportunidad de progreso -que no existía en países muy encerrados y aislados entonces como Ecuador y Colombia- y del carácter señorial heredado de la Colonia española. Pero así mismo las pobres cada vez se hicieron más pobres, fueron desplazadas a la Sierra, a las colinas que encierran a Lima y al olvido de gobiernos a lo largo de la Historia peruana.

Lima siempre ha sido una puerta de progreso, lo que la hace pintoresca, cosmopolita y a ratos caótica. Una muestra de lo que es el Perú mismo: un país que modernizó sus estructuras productivas pero que apenas empieza a mostrar visos de modernidad en sus estructuras sociales, aunque su ejercicio de la política apeste como en buena parte de los países emergentes de la América Latina. Y es que con la modernización de las estructuras productivas, un acierto de los primeros gobiernos del siglo XXI, la clase media empezó a existir, las clases enriquecidas aumentaron sus capitales y los pobres cada vez, de a poco, son menos y la tendencia supone que su reducción es una realidad.

Pero la historia del vecino país es así: en el Perú las decisiones las tomaron los ricos, los pobres las padecieron y la clase media nunca existió. No muy diferente a lo que ha sucedido en Colombia o Venezuela, con la diferencia que en estos países la clase media tiene alguna relevancia. El mayor acierto del vertiginoso crecimiento económico peruano ha sido haber gestado y dado a luz en estos últimos diez años a una clase media pujante, más emprendedora y capaz de perfilarse como un grupo social de importancia en los próximos años. Es plausible que las próximas generaciones de líderes peruanos provengan tanto de la clase media como de las clases altas. No obstante, como pasa en épocas de crecimiento económico vertiginoso, las brechas entre unos y otros se hacen mayores.

Buena parte del avenir peruano deberá estar enfocado en lograr que junto a las sendas de crecimiento de la economía peruana, se tracen las sendas de la distribución que lleve los frutos de la generación de riqueza a ese 31% de la población que aún vive por debajo de la línea de pobreza, a las cientos de miles de familias sin vivienda y a quienes el acceso a los beneficios sociales les es aún restringido. Pero lo que no se pueden permitir los peruanos es sucumbir y renunciar a los avances que han logrado en esta última década: un sector privado que impulsa el crecimiento y la generación de riquezas y que no merece ser castigado. El futuro del Perú, como el de buena parte de las economías latinoamericanas, es darle forma a sus bonanzas, no destruirlas.




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