De plazos y urgencias
El famoso economista británico John M. Keynes se hizo célebre, entre otras cosas, por recordar que el largo plazo se volvió una guía engañosa para los asuntos actuales. La mayoría de los economistas ortodoxos optaron por ponérsela muy fácil, tan fácil que a ratos su tarea parece inútil, como que en temporadas tempestuosas lo único que pueden decir es que después de la tormenta el mar vuelve a la calma. La muestra es que las causas de la pobreza y de la desigualdad no han sido reveladas por la economía como disciplina y más bien hemos asistido a un espectacular juego de axiomas. Basta recordar los cursos de microeconomía y macroeconomía, en que los conceptos de corto plazo y largo plazo aparecen con notable frecuencia para explicar respuestas a situaciones hipotéticas: en un modelo de economía competitiva, en el corto plazo las empresas enfrentan costos fijos y variables y en el largo plazo los beneficios atraen más competidores que progresivamente disminuyen el atractivo del otrora rentable mercado. En macroeconomía, con la famosa curva de Phillips, obteníamos en el corto plazo una disyuntiva entre empleo e inflación, que en el largo plazo desaparece en la medida en que se encuentra una solución propia de la ortodoxia económica: una abstracta Tasa Natural de Paro (la famosa NAIRU), que es un equilibrio en el cual el desempleo no afecta el nivel de precios.
Cuando uno piensa que en el largo plazo todo se corrige, podríamos tácitamente estar afirmando que el futuro se encargará de despejar el panorama y que nuestros esfuerzos en el presente son inexplicablemente inútiles. Bajo un concepto walrasiano, en donde están ausentes los criterios éticos, morales y políticos, se ha gobernado buena parte de las sociedades y se ha menospreciado todo esfuerzo por alterar el presente. La crisis financiera que actualmente sigue golpeando a las economías mundiales parece responder a ese singular modo de ver el mundo: acumular riesgos para el largo plazo con la esperanza que en este periodo futuro todo se equilibrará. Dicho de otro modo, hagamos la fiesta esta noche que mañana los aseadores que no hemos contratado aún vendrán a limpiar el desorden.
Basados en el principio del largo plazo el carácter de urgencia en las políticas públicas se ha reforzado y las medidas de corto plazo son discretas y a menudo inexistentes. En materia de pobreza pareciera que las soluciones claramente son de largo plazo pero esta situación no constituye un evento excluyente con la idea de concebir herramientas de corto plazo para amortiguar los golpes de la ausencia de ingresos, educación, salud, vivienda y saneamiento básico. Reducir el paro requiere políticas económicas que no tienen efecto inmediato por la gran cantidad de agentes que involucra, construir viviendas toma tiempo por la gran cantidad de recursos que exige y universalizar el servicio de salud requiere movilizar personal, recursos financieros, científicos y físicos que resulta imposible en un corto plazo lograr. Pero ese no es el problema: el asunto reside en que muchas veces los Estados toman más tiempo de lo necesario en atender a los más pobres y las iniciativas que detengan los padecimientos propios de la pobreza en el corto plazo resultan imprescindibles.
En el caso concreto de Colombia, el índice multidimensional de pobreza sugiere que uno de los componentes que más peso aportan a la pobreza en esta nación reside en la situación de los hogares: un retrato social a vuelo de pájaro nos ofrece una economía en crecimiento, prometedora pero aún plagada de informalidad en el mercado laboral, lo que no garantiza ni beneficios ni ingresos suficientes ni permanentes a las familias más pobres, lo que disminuye su capacidad de ahorro, arruina su senda de consumo e impide satisfacer sus necesidades de manera sostenida. Si consideramos que en pobreza extrema vive casi la mitad de la población en Colombia y que el déficit de vivienda se acentúa con la proliferación de asentamientos subnormales, es casi que imperativa la búsqueda de una herramienta que permita a los hogares más vulnerables mejorar sus condiciones de vida de forma provisional hasta que la atención de la acción estatal se consolide de forma tal que se vea reflejado en formalización del mercado laboral, viviendas definitivas y desarrollo de infraestructuras apropiadas para el bienestar social que tengan un impacto definitivo en la calidad de vida del conjunto de la sociedad.
Siendo así, lo condenable no es pensar que en el largo plazo todo deba ser mejor sino la falta de iniciativa para atender las complejidades y desequilibrios del corto plazo. No basta con esperar que el mar se calme luego de la tormenta: es necesario garantizar que los tripulantes del buque sufran lo menos posibles los golpes incesantes de las bravas olas. Quizás así sea la forma de garantizar que todos sobrevivan para ver el cielo azul y las aguas apacibles en el camino a la tierra prometida: aquel día en que la extrema pobreza no sea más que un mal recuerdo del pasado.
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