Desafío mundial
Poco se ha de parecer la Colombia de hoy a la que hace treinta años rehusó la realización de la Copa Mundial de la FIFA. El país que en 1982 recibió la asignación del evento deportivo más importante del mundo era uno bastante atrasado, con infraestructura precaria, con grandes brotes de insurgencia y narcotráfico que se apropiaba de la política y, evidentemente, una nación mucho más pobre. Como gran presagio de lo que ocurriría unos meses antes de la realización del Mundial -Toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero-, que se llevó finalmente a cabo en México, los colombianos declinaron la realización de un evento que posiblemente hubiera desbordado sus capacidades o, peor aún, hubiera sido un reto interesante de modernizarse. Eso ya nunca lo sabremos.
El Mundial, al igual que los Juegos Olímpicos, ha sido un elemento que ha permitido a los países que los albergan madurar su infraestructura y consolidarse económicamente. La inversión en estadios se acompaña de construcción o rehabilitación de redes de transporte, puertos, aeropuertos, así como inversiones en programas públicos de seguridad o algo más triviales pero interesantes como embellecimiento de las ciudades y sitios de gran valor cultural y turístico. Generalmente este tipo de inversiones se compensan con el gran número de turistas y visitantes que llegan atraídos por el espectáculo: nadie duda que un Mundial o unos Juegos Olímpicos realzan el interés en los países, tal es el caso de China, Corea del Sur y Sudáfrica.
A propósito del desazón que se cierne sobre el gremio hotelero en Colombia como resultado de un menor flujo de visitantes al país con respecto a sus expectativas, es importante partir del hecho que si bien se está llevando a cabo un evento mundial de gran importancia en el calendario deportivo, no es un evento que movilice los ánimos y las expectativas de la exigente opinión pública internacional. Basta con mirar las secciones de los principales diarios del mundo y es palpable la presencia de noticias como la crisis de la deuda en los países desarrollados y notoria la ausencia del Mundial Sub 20. No existen secciones especiales en los diarios ni en los medios internacionales más que las menciones obvias para referirse a un seleccionado nacional. No podría pensarse que la tasa de ocupación hotelera en las ciudades sede del torneo fuese a llegar al 100%.
Cometen un error quienes piensan que lo único que dejará el mundial será estadios renovados. Deja la enseñanza de la necesidad de optimizar la realización de las obras públicas: el estadio de Cali no se terminó a tiempo -de hecho no se concluye aún-, mientras la autopista al aeropuerto en Bogotá permanece en obra luego de varios meses de retraso. El país no se apresuró a concluir las obras que previamente al torneo había emprendido y no las concluyó aún sabiendo que de alguna manera la comunidad internacional estaría muy pendiente de los avances de Colombia. Pero el desafío real no se ha llevado a cabo: el país queda en la mira de los organizadores de grandes eventos deportivos a nivel internacional, como el Comité Olímpico y la FIFA, para llevar a la nación sudamericana los dos mayores espectáculos del mundo. Lo que hace Colombia y lo que invirtió quizás en este evento no se vea reflejado en los cuantiosos retornos que esta clase de competiciones dejan a los países anfitriones. Más vale, es una inversión de largo plazo.
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