El riesgo es el extremo

Con gran efecto en los medios la agencia calificadora S&P rebajó la calificación de riesgo de los títulos de deuda de los Estados Unidos y la reacción no pudo ser otra: euforia, revanchismos ideológicos y políticos y un mar de incertidumbre sobre el avenir de la turbulenta economía mundial que, se quiera o no, tiene su núcleo duro en el mundo desarrollado y no en las economías emergentes, por vigorosas y prometedoras que sean. Sin embargo es notorio que las mismas agencias que hoy castigan a los Estados Unidos y ponen sus ojos sobre otras economías relevantes como las europeas, hace unos años respaldaban títulos 'tóxicos' de créditos hipotecarios impagables de los consumidores estadounidenses que no resistieron las altas tasas de interés de sus deudas. Las agencias fueron importantes asistentes a esa fiesta de excesos de los mercados y gobiernos en que se patrocinó la acumulación de beneficios en el corto plazo y un peligroso cúmulo de riesgos de largo plazo que hoy recuerdan la falta de prudencia de aquellos años locos.

Lo que hoy pasa sin duda debe atormentar en el más allá al señor Walras y su noción, hoy ampliamente aceptada en teorías empaquetadas y modelos de juguete por las escuelas de economía y negocios del mundo, que los mercados son sistemas eficientes desligados de cualquier vínculo político, ético y moral. Asistimos esta semana a todo lo contrario: los mercados no determinaron nada, todo estuvo concentrado en un mezquino juego de estrategias políticas electorales y los partidos antepusieron una fuerte ética partisana. Y no fue así solo en la Washington demócrata de Obama, de hecho el asunto proviene de más atrás, con la forma en que quienes hoy se oponen a mayor gasto federal gastaron a manos llenas para financiar guerras, los mayores presupuestos militares desde la Segunda Guerra y llevaron al país por una insostenible senda fiscal. Sí, esos que hoy se rasgan las vestiduras por la deuda de corto plazo, no pensaron los daños estructurales que propinaron a la primera economía del mundo tras un periodo de derroche, endeudamiento excesivo y un cómplice juego con los defensores de las extremas expresiones de los mercados libres.

S&P llama la atención cuando advierte que la crisis económica que afecta al mundo desarrollado pasa por la esfera política. Ni los republicanos ni los demócratas están interesados en obtener un acuerdo que les permita ganancias, sencillamente porque la ganancia de un bando es la derrota del otro. La rebaja de la calificación de la deuda estadounidense no se habría presentado si el ciclo del negocio político no fuese el de captar votantes: no se trata de una decisión de mercado, se trata de una decisión puramente política y es que, sin duda, un votante conservador republicano no aprobaría un mayor gasto federal ni un demócrata liberal está dispuesto a recortar los beneficios sociales derivados de un gasto público anticíclico. El gran lío es que el sistema productivo de los Estados Unidos y de buena parte de las naciones desarrolladas no procura crecimiento ni empleo por sus propios medios: las economías industrializadas crecen a escalas demasiado discretas y no impactan favorablemente sobre el nivel de empleo.

Producto de estas decisiones, acciones y omisiones en los últimos años y hasta el presente es que enfrentamos hoy el pánico y la incertidumbre de los mercados, que atienden señales con gran precisión. No obstante los mercados no se dejarán llevar por la calificación de la deuda de los Estados Unidos, que es como un mea culpa que pretende mostrar la agencia de calificación de riesgos sobre arrepentimiento de una crisis que ayudaron a gestar. A la actualidad, difícilmente los inversionistas correrán a sustituir los bonos más confiables del mercado internacional ni habrá un consenso internacional para abandonar el dólar como la divisa por excelencia para las transacciones entre países ni mucho menos los Estados Unidos están tocando fondo. Creo que la que toca fondo es la economía moderna, testaruda y sustentada en modelos de papel que le impiden aceptar que hoy día un economista requiere tanta formación matemática, como política, ética y por supuesto una lógica económica menos abstracta.

Evidentemente la situación es preocupante: las locomotoras de la economía mundial marchan a pasos cada vez más lentos. Economías como la italiana crecen a tasas simbólicas mientras sus pasivos aumentan a tasas exponenciales; los Estados Unidos se endeudan cada día más y pareciera que la creación y acumulación de activos de las empresas no se refleja en menos parados y un dinamismo que permita un mayor crecimiento del PIB y, tras del hecho, los intringulis políticos de Washington se convierten en uno de los mayores lastres para la recuperación económica global. El riesgo real es el extremo de mezquindad al que han llegado los dirigentes políticos globales, el riesgo real es que el mundo no entienda que los excesos muy pronto hacen pagar a quienes incurren en ellos. El resto no son más que meros símbolos, importantes pero no tanto como los incentivos.

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